Recordamos a Luis Ospina, el último de Caliwood

Hace un año, el 27 de septiembre, medios nacionales confirmaron la noticia de la muerte de Luis Ospina. En ese entonces, nosotros no quisimos creerlo. Esperamos la confirmación; incluso dudamos en comenzar a escribir esta nota por la simple superstición de que tal vez, si frenábamos el impulso primario, como medio de comunicación, sería falsa alarma. Leeríamos, entonces: "no, hoy no fue" y suspiraríamos de alivio, pero no. Igual, él no hubiera tolerado una tercera parte.

“Este remake de ‘Todo comenzó por el fin’ que estoy viviendo no se lo recomiendo a nadie. Nunca segundas partes fueron mejores”, dijo ocho días antes de su muerte en una publicación de Facebook. Además, justo dos días después, es decir el 29 de septiembre, se cumplirían 68 años del nacimiento de Andrés Caicedo. Dos días. 

A veces los números y las fechas dan la tonta impresión de que hay un sedazo mágico del tiempo que hace que los hilos se crucen y todo coincida, sin embargo, ellos (Luis Ospina, Carlos Mayolo y Andrés Caicedo) deben estarse riendo, con un buen trago en la mano, de solo vernos contando con los dedos las horas de desencuentros y encuentros de estos genios que transformaron el cine, el teatro y la literatura colombiana para siempre. 

Ospina formó parte del Grupo de Cali junto a Carlos Mayolo, Andrés Caicedo, Ramiro Arbeláez y otros artistas caleños, quienes en la década de 1970 fundaron el Cine Club de Cali y la revista Ojo al cine

Dirigió dos largometrajes de ficción, 'Pura sangre' (1982) y 'Soplo de vida' (1999), y realizó nueve largometrajes documentales, así como una veintena de cortometrajes documentales y argumentales como ‘Agarrando pueblo’ (1977), codirigido con Carlos Mayolo como crítica a la llamada pornomiseria en el cine; ‘Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos’ (1986), sobre la vida (y muerte) del escritor caleño Andrés Caicedo; ‘Ojo y vista: peligra la vida del artista’ (1988), una secuela de ‘Agarrando pueblo’, ‘La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo’ (2003), sobre la vida y obra de este controvertido escritor colombiano y ‘Un tigre de papel’ (2007), sobre Pedro Manrique Figueroa, precursor del collage en Colombia. Su más reciente película fue ‘Todo comenzó por el fin’ (2015).

Luis Ospina también hizo crónica cinematográfica en revistas como Ojo al cine, El Malpensante, Cinemateca, Kinetoscopioy Número. En 2007 publicó Palabras al viento. ‘Mis sobras completas, una antología de sus escritos cinematográficos’.

Su trabajo fue premiado en los festivales internacionales de Oberhausen, Biarritz, La Habana, Sitges, Bilbao, Lille, Miami, Lima, Caracas y Toulouse. Retrospectivas de su obra se han realizado en la Filmoteca de Cataluña, la Cineteca de México, La Cinemateca de Venezuela y el Centro Colombo-Americano de Medellín. Algunos trabajos suyos han sido exhibidos en la Tate Gallery, Solomon R. Guggenheim Museum, el Museo Reina Sofía, el Centro Georges Pompidou, el Jeu de Paume, el San Francisco Museum of Modern Art, Dokumenta Kassel y la BAK Gallery.

Incluso después de la muerte de Andrés Caicedo y de Carlos Mayolo, Luis Ospina no vivió de la fama de Caliwood como un mito del que había que hablar en conferencias y en homenajes, como si fuera un movimiento ya acabado. Al contrario, aunque siempre fue muy respetuoso de la memoria y los trabajos de sus amigos convirtiéndose en su guardián, Ospina siguió creando llevado por la misma pulsión que tenía desde los 14 años cuando rodó con la cámara de su papá el cortometraje 'Vía cerrada', que nunca vio la luz.

Luis Ospina desconfió de las certezas aceptadas sobre lo que era buen o mal cine, de lo que era prohibido y lo legal,  de lo que era y no era estético, de lo que era correcto e incorrecto y siempre fue capaz de bailar sobre la línea haciendo un cine provocador y visceral. 

Así como esa primera historia tatuada en sus ojos y en las cintas, cada pieza de Luis Ospina es la narración de una obsesión por la memoria y la muerte. "Mi cine dejó de ser una ventana al mundo y se volvió una ventana al alma", dijo en una entrevista a El País de Cali. 

El estupor que produce la noticia nos ha quitado el acelere del día para recordarlo con una salsa o un fragmento de alguna de sus películas en Youtube y por qué no, dedicarle noches enteras encerrados escuchándolo, viéndolo o leyendólo en esa conversación íntima y onírica que muchos tenemos con la obra de aquellos a quienes admiramos.

Hoy las escuelas de cine, las universidades, los académicos. los borrachos, los filipichines, los intelectuales, los salseros, los cineastas, y los desocupados brindamos con lo que tengamos en la mano agradeciendo por dentro el paso de Ospina en esta tierra.

Compartimos con ustedes uno de los escritos que Luis Ospina publicó en la Revista El Malpensante que es una suerte de antimétodo sobre el oficio del cineasta: 

Decálogo del cineasta

 Por Luis Ospina  Dossier 23 decálogos

Uno. Fe es creer en lo que no se ha revelado.

Dos. El film justifica los medios.

Tres. El orden de los editores sí altera el producto.

Cuatro. Todo el mundo es director de cine hasta que pruebe lo contrario.

Cinco. Solo hay que saber dónde comienza un plano y dónde termina.

Seis. No dirija, corrija.

Siete. Hasta en el cine porno hay que cubrirse.

Ocho. Una imagen no siempre vale mil palabras.

Nueve. El documental es la pesquería y la ficción la cacería.

Diez. El video es el cine sin dolor.

 

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