Foto: Unidad de Víctimas
El 9 de abril se conmemora en Colombia el Día de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado. Su valor simbólico corresponde a la importancia de reconocer y reconstruir la memoria del pasado a través de las experiencias personales y colectivas de quienes vivieron el conflicto directamente. Significa que la memoria histórica se construye al margen de una historia oficial, porque más que compilar una serie de hechos, cifras y datos, la memoria nace de los testimonios de las víctimas, de sus vivencias y de la forma en cómo esa misma memoria se construye a través del tiempo.
En los procesos de reparación integral, la memoria histórica y el derecho a la verdad se encuentran incluidos en el grupo de medidas de satisfacción. Corresponden a la dimensión simbólica de la reparación y buscan “resarcir el dolor a través de la reconstrucción de la verdad, la difusión de la memoria histórica y la dignificación de las víctimas”
, como se registra en la página web de la Unidad para las Víctimas.
Cada 9 de abril representa una oportunidad para expresarle a las víctimas que el país acompaña y busca su reintegración a la sociedad. https://t.co/93yblIl4eM #9a #UnidosPorLasVíctimas pic.twitter.com/h9SrnQVt3Z
— Unidad Víctimas (@UnidadVictimas) April 9, 2019
Aunque la implementación de este grupo de medidas parezca simple, su importancia atraviesa todo el proceso de reparación como eje de la reconstrucción del tejido social. Esto implica que, en las narrativas del conflicto, las voces de las víctimas sean escuchadas, interpretadas y difundidas. La forma de elaboración -o transformación- del dolor tiene múltiples caras. La Unidad para las Víctimas señala, por ejemplo, que las expresiones artísticas, como el teatro, la danza, la música, y la fotografía, creadas con el propósito de sanar las heridas del conflicto, hacen parte esencial de la reparación simbólica
. El apoyo a estas iniciativas hace parte de sus funciones como entidad estatal encargada de todo el proceso de asistencia y reparación integral.
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El Día de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas se conmemora en todo el territorio nacional a través de actos organizados por las entidades territoriales, las gobernaciones y las alcaldías, con participación y apoyo de las organizaciones de víctimas en algunos casos. La agenda, que también está disponible en la página web de la Unidad, recoge desde actos académicos hasta ferias de emprendimiento y siembra de árboles.
No obstante, es necesario preguntarse por el impacto y alcance de las conmemoraciones. Hace algunos años, en una experiencia propia de los actos de la Unidad para las Víctimas, algunas personas preguntaban:
- ¿Pero, estos actos son para víctimas de qué?
- Del conflicto armado respondían los trabajadores de la Unidad de Víctimas.
- Pero víctimas somos todos. Todos los que indirectamente hemos sido afectados por el conflicto – argumentaban otros asistentes.
¿Todos somos víctimas?
La pregunta formulada por las personas, así como su respuesta, demuestra un discurso interesado y de laxitud en cómo los colombianos hemos tratado a las víctimas directas de la guerra. Existe, por un lado, una intención de igualar a todos en función de nuestra condición de víctima. Con ello se facilita la construcción de discursos más homogéneos en contra del victimario del que todos somos víctimas, así se niegue la presencia de otros victimarios y de otras víctimas directas del mismo conflicto. Cuando se asume la frase “yo también soy víctima indirecta”
se tiende a minimizar los hechos relacionados con el sufrimiento propio de las víctimas reales y, muchas veces, importantes como individuos, no como verdad absoluta reveladora. Con ello se elimina su propia voz, su historia. Su memoria propia del conflicto.
Por otro lado, la expresión implica un desconocimiento de la historia política del país en las ciudades principales. Igualar a todos los colombianos como “víctimas” deja en la sombra, invisibles, a comunidades como los desplazados. Fueron ellos quienes, como víctimas directas y al huir de sus tierras para proteger su propia vida, cargaron con los típicos estigmas sociales de las grandes ciudades receptoras: perezosos, ladrones, pobres, invasores… Durante más de una década, cuando aún no se reconocía oficialmente el conflicto armado interno, a pesar de que las cifras de desplazamiento no paraban de aumentar, sus historias tampoco contaron.
Los actos de conmemoración del 9 de abril, que también hacen presente una fecha indudablemente histórica de nuestra historia política como colombianos que nos obliga a hacer memoria, debe convocarnos y cuestionarnos a todos como sociedad, como ciudadanos. La construcción de la historia, de nuestra propia historia, no debe tener una voz única y oficial. La historia necesita reconstruirse también a través de quienes estuvieron ahí. Las víctimas necesitan encontrar ese reconocimiento como tales para sentirse parte de la propia identidad nacional. Necesitan tener una luz pública para poder contar su propia historia.
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La importancia de la narración de las víctimas
Gloria Patricia Nieto, periodista y cronista colombiana, señala que la narración individual es una necesidad para muchas de las víctimas del conflicto armado en Colombia. La autora especifica el papel de las víctimas como constructoras de una polifonía vital para la construcción de una memoria colectiva sobre el propio conflicto y como una forma de sacar a la luz las virtudes narrativas de quienes no han sido oídos. Juan David Villa, psicólogo y profesor de la Universidad Bolivariana, reafirma la visión y el relato de las víctimas como una forma de construir una mirada “holística y compleja”
del conflicto.
Las víctimas, cuando salen a la luz, hallan una forma de saber qué y cómo sucedió el conflicto para ellas que dejan de ser así un sujeto pasivo y se convierten en artífices de la propia historia del país. El carácter público del relato convierte las expresiones de las víctimas en narrativas del conflicto armado, indica Villa en su estudio 'Memoria, historias de vida y papel de la escucha en la transformación subjetiva de víctimas/sobrevivientes del conflicto armado colombiano'. La propuesta del historiador francés Nathan Wachtel también resalta el papel de la narrativa como un mecanismo que permite el retorno del hablante al papel del sujeto activo al ser reivindicado como fuente, como creador de la historia de la memoria.
El apoyo no mayoritario a los Acuerdos de Paz por parte de la sociedad colombiana, sin embargo, no solo pone en riesgo el proceso de construcción de paz y la reconciliación nacional, sino que incide de forma negativa en la reconstrucción de la verdad, el derecho a la justicia y la reparación integral de las víctimas. En Colombia, según el Registro Único de Víctimas, más del 19 por ciento de la población es víctima del conflicto. En cifras absolutas, hablamos de 9.484.118 personas, de las cuales 8.100.748 han sido víctimas de desplazamiento forzado. Aunque el número es enorme, tan grande como la población total de Austria, por ejemplo, la estadística sólo debe mostrarnos la magnitud.
Deshumanizar las historias de las víctimas y convertir en cifras una problemática social atroz como el desplazamiento forzado, que a diferencia de otros hechos victimizantes, tiene principio, pero su fin es incierto, es condenar al olvido, invisibilizar, a casi cada uno de cinco colombianos.
Por eso es fundamental hacer y construir memoria.
*María Alejandra Acosta Jiménez
Trabajadora social colombiana y doctoranda del programa de Política Social de la Universidad de Lisboa.
Santiago Giraldo Luque
Politólogo colombiano y profesor de periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona.