En el fondo de una oscura cantina se puede observar la figura de un hombre, cerveza en mano, ahogando sus penas. En medio de su intenso dolor, recordando la finitud de la existencia con un sorbo de cerveza y una lágrima que rodea su mejilla, acompaña la famosa estrofa del rey del despecho: "Nadie es eterno en el mundo, ni teniendo un corazón / que tanto siente y suspira por la vida y el amor".
Las pequeñas cantinas de barrio son el mejor escenario para que los dolientes se tomen los tragos más amargos de su duelo. El cuadro anterior puede ser la historia de cualquier persona que haya pasado por la pérdida de un familiar, un amigo o un amor, y que ahoga sus penas honrando al muerto por sus virtudes -antes no reconocidas- con aguardiente y cerveza en la popular cantina, bautizada casi con el humor negro propio de la tragedia: 'La última lágrima'. Curiosamente, este bar pasa desapercibido por la mayoría de las personas en las distintas ciudades del país, pero su nombre es por poco omnipresente. Con cierto asombro uno descubre que en ciudades como Cúcuta, Popayán, Envigado y Bogotá se encuentra una cantina bautizada igual: paradero obligatorio para todos aquellos que, de camino al cementerio, quieren ahogar con aguardiente y con música popular el dolor de la partida de un ser amado.
En Bogotá, 'La última lágrima' se ubica al costado sur de la calle 24, entre carreras 17 y 20, y figura como uno de los destinos de padres, amantes, hijos, hermanos y amigos de los fallecidos que ahora yacen aislados del mundo cotidiano. Entre sus paredes suena la música de Darío Gómez, Julio Jaramillo, El Charrito Negro, Helenita Vargas, María Dolores Pradera y José Alfredo Jiménez, entre otros personajes abanderados de ese estilo musical que facilita la autoflagelación, conocido como música de despecho.
Los albores de la música de despecho en Colombia se pueden rastrear entre las décadas de 1940 y 1970. El desarrollo del repertorio de este género está íntimamente ligado con el desarrollo industrial de Medellín y de la zona cafetera. A comienzos de la década de 1940 una enorme cantidad de poblaciones campesinas migraron a Medellín, alimentando la necesidad de mano de obra de la floreciente industria textil, avivando el desarrollo urbano y empresarial de la ciudad. En las décadas siguientes en Antioquia ya se contaba con una veintena de empresas de más de quinientos trabajadores.
[Tambien te puede interesar] Detrás del vallenato: aires venerados y sonidos olvidados en la tierra del acordeónDebido a estas dinámicas, Medellín no tardó en convertirse en un epicentro de la naciente industria fonográfica y musical del país -que había iniciado con el memorable esfuerzo de Discos Fuentes en 1934-. A mediados de 1942 la zona cafetera ya contaba con veintiocho emisoras radiales: doce en Medellín, cinco en Pereira, cuatro en Armenia, tres en Manizales y una en Aguadas (Caldas), Líbano (Tolima), Cartago y Sevilla, ambas en el Valle. Para 1949 se constituyó la empresa Sonolux, que en sus comienzos hacía grabaciones locales y producía los discos en los Estados Unidos.
Los repertorios que más sonaban en las nuevas compañías discográficas eran de dos estilos que para ese entonces fueron muy importantes para la música popular en Colombia: la música de baile costeña (porros, gaitas, cumbias, etc.) y la música de la zona central del país (bambucos, pasillos y danzas). Para 1966, la totalidad de la industria fonográfica de Medellín generaba el 80% del total de la producción nacional de discos. Para la segunda mitad del siglo XX, y gracias al traslado de Discos Fuentes de Cartagena a Medellín en 1954 y la residencia en la ciudad de cantantes extranjeros como el cubano Orlando Contreras, o de los ecuatorianos Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas, Lucho Bowen, Plutarco Uquillas y Julio Cesar Villafuerte, se fue consolidando el estilo de la música de despecho a partir de sus principales géneros: el bolero, el vals y el pasillo ecuatoriano. Otros personajes como José Muñoz, Germán Rengifo, los hermanos José, Agustín y Joaquín Bedoya y Miguel Montoya se mudaron a Medellín a trabajar como empleados en Fabricato, la segunda industria de textiles del país, pero con sus duetos y tríos estos músicos también contribuyeron a la consolidación del repertorio de despecho.
De todo el repertorio de la música latinoamericana que tuvo influencia en Colombia, fue el tango el que más coqueteó con la música de despecho. Desde los años 30, entre los músicos extranjeros que se establecieron en Colombia y consolidaron la difusión del tango en el país, se encuentra el compositor argentino Joaquín Mauricio Mora, y Carlos Gardel (cuya muerte en Medellín para el año de 1935 causó un gran impacto). Para 1945 el compositor colombiano José Barros grabó en Lima una serie de tangos que fueron muy bien recibidos por las radiodifusoras nacionales. Hasta la primera mitad del siglo XX, era frecuente que el tango hablara de temas sociales como la lucha de clases, la marginalidad, la miseria y el delito. Quizás fue en el tango en donde mejor se desarrolló la visión irónica del fracaso amoroso, imprimiéndole el característico aire melancólico a la música de despecho.
También fue indudable la influencia de la música mexicana por parte de artistas como Ray y Lupita, Lydia Mendoza y Las Hermanas Padilla, que tuvieron gran impacto en los entornos campesinos. Su música derivó en ritmos que llevaban etiquetas como música Guasca, música de parranda, música de despecho y carrileras -que aludía a los bares y cantinas de las zonas de tolerancia que se situaban alrededor de las estaciones de ferrocarril-. Fue a finales del siglo XX y con el reconocimiento de nuevas agrupaciones como Los Legendarios -en donde figuraba Darío Gómez– y figuras como Luis Alberto Posada, que estos géneros se empezaron a reconocer con el grandilocuente título de 'Música Popular'.
En aquellas cantinas, la música de despecho más que un estilo de fácil asimilación es una condición dolorosa; un amargo sentimiento de profundo dolor, de tormento desgarrador y asfixiante que se experimenta al perder aquello que se amaba. Tal y como relata la investigadora Mónica Cuellar, una persona despechada es sobreviviente de la tragedia del amor que reprocha terriblemente que no la termine de matar el dolor que siente. Una pena que no mata debido al vacío que dejaron quienes se han ido -estar despechado es estar, literalmente, con el corazón por fuera del pecho-. Como canta Julio Jaramillo: "Cuando tú te hayas ido/ Me envolverán las sombras/ Cuando tú te hayas ido/ Con mi dolor a solas".
Un deseo de morir ante la pérdida siempre presente: "morir yo quisiera/ más bien que olvidarte/ quisiera dejarte recuerdos de amor/ mañana me voy/ y tú te quedas/ y solo me llevo mi fiel corazón/ suspiros y lágrimas/ sollozos y quejas/ de aquel ser amante que lejos se va".
Una muerte lenta que no mata, sino consume: "De tanto y tanto pensarte / por ti me estoy consumiendo /Dirán que soy un cobarde /los que no sufren por un amor".
Sin importar origen geográfico o composición musical, la música de despecho se caracteriza por el dolor que expresa: esa profunda tristeza de la tragedia, tan omnipresente en el país como las cantinas en donde se desahoga. Al final, quizás lo único que llene aquel vacío en el pecho que dejó la tragedia sea una canción, un trago y una última lágrima.
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