Es imposible ahora saber si la entonación, el timbre, la tesitura o la cadencia con la que el vendedor de mazamorra anunciaba su producto era distinto en algo al de otros colegas. Lo que sí se sabe es que un redoble en la casa de Arnold Felipe Portela le hizo detener su marcha.
Aguzó el oído y se ayudó haciendo un cilindro con su mano detrás de su oreja, para que los sonidos le llegasen más claros. Pum, purrún, pun. La curiosidad le ganó y golpeó en la puerta. Inmediatamente, el padre de Felipe le abrió.
– ¿Puedo saber quién toca?
– Mi hijo, Felipe, ¿por qué?
– Y ¿el niño está en conservatorio?
– No, el pelado solo toca y ya.
– Podría hacerle un examen rítmico, ¿me permite?
Entonces el vendedor entró a la casa y le contó a la familia que él estudiaba en el conservatorio de Ibagué. Luego de hacerle la prueba al joven de cuatro años, su diagnóstico fue contundente: “Voy a serle sincero, señor… Usted está es perdiendo plata con ese muchacho”.
Te puede interesar: La Titiribiblioteca comunitaria: la esperanza que se cuece en el barrio.
Portela heredó el redoblante de su mamá, quien lo conservó como herencia de su padre, músico que tocó en bandas como Vientos del Huila. A los 7 años, siguiendo la recomendación del músico y vendedor de mazamorras, fue admitido para estudiar percusión en el conservatorio de la ciudad.
“Me dediqué desde siempre a la percusión. Toqué la tambora, el redoblante. Siempre me gustó más que lo demás, sin saber que era una familia de instrumentos tan grande”, dice Portela.
Así ha estado aprendiendo y haciendo música 19 años, en los que ha pasado por la Orquesta Sinfónica y la Banda Sinfónica del Conservatorio, en la Banda Departamental del Tolima, aunque ahora con la Orquesta Filarmónica de Bogotá en la Banda Filarmónica Juvenil.
Sin embargo, Portela siente que Ibagué ya no es la ciudad musical en la que un vendedor un músico vende mazamorras y descubre el talento de un niño en un barrio de la ciudad. De hecho, este no parece un evento aislado, como cuenta. “Uno se da cuenta que en todo lado hay un ibaguereños músicos, porque en Bogotá, por ejemplo, cuando entré a la filarmónica éramos 40 músicos y 17 de nosotros ibaguereños”.
Por eso, Arnold Felipe no duda en afirmar que hay un talento impresionante en la región, pero “hace demasiada falta el apoyo en todos los sentidos en Ibagué. Comenzando porque no hay una orquesta profesional”, explica.
Entonces, para un músico ibaguereño, la ciudad puede ser una escuela única, con espacios y equipos perfectos, pero con procesos artísticos truncados. Esto mismo le pasó a Michael Pérez, amigo de Portela y bogotano de nacimiento, pero que vive en Ibagué desde los cuatro años.
Pérez describió su pasión por la flauta traversa metafísicamente: fue amor a primera vista, inexplicable, ideal. Tanto, que lleva 18 años aprendiendo cómo interpretarla y haciéndola sonar en festivales como Colombia Al Parque y el Mono Núñez, donde quedó en primer lugar en 2018 con su trío de música andina Tres en Uno.
Sin embargo, Pérez tuvo que regresar a su natal Bogotá ese año, en parte por las audiciones de la Orquesta Filarmónica y porque “llega un punto en el que uno dice: “tengo que hacer algo más”. Y acá en Ibagué no se podía, porque no hay esos procesos”, explica.
“Para mí falta esa cultura musical y de nuestras raíces. Para ser capital musical, creo que se ha venido perdiendo ese nombre hace mucho tiempo. Faltan muchos procesos, fala apoyo, iniciativas”, afirma Pérez.
Aún así, fue gracias a la ciudad donde se crió que, de entre 15 flautistas, Pérez ganó la única plaza disponible ese año y se convirtió en compañero de Portela en la Orquesta Filarmónica Juvenil. “Desde septiembre de 2018 he trabajado en la Filarmónica, hasta que pasó la pandemia”.
En ese momento, a mediados de marzo, tanto Portela como Pérez habían decidido visitar a sus familias en Ibagué y, cuando intentaron regresar a Bogotá, el país estaba cerrado y todos sus eventos cancelados por cuenta de la pandemia mundial por la Covid-19.
“Dejamos de trabajar casi dos meses por la misma situación. Algunos compañeros han estado tocando que en parques, que en transmilenios, pero pues uno piensa en el bienestar de todos”, afirma Portuela.
Ahora, ciudades como Bogotá comienzan a hacer algunos avances en la reactivación musical, explica Pérez, con pequeños grupos de cámara. Se reúnen tres o cuatro músicos, respetando la distancia y tocan. “Lo he visto en Bogotá, pero acá… ni siquiera una orquesta profesional hay. Es triste porque debería dar el ejemplo”, piensa.
La falta de una orquesta profesional es, tal vez, la dificultad más grande que identifican estos músicos. “Si ibagué tuviera una orquesta profesional con todo lo que eso significa, sé que tendría una de las mejores orquestas del país” asegura Portuela, quien fue maestro de niños y notó el talento de la región.
“Ibagué se merece muchas cosas buenas, pero lastimosamente Ibagué no está a la altura. Si no se ayuda lo primordial que es el semillero donde van naciendo los músicos, es imposible crear una orquesta, porque todo el mundo se va como a mi me pasó y como a muchos les ha pasado. Les toca irse porque no hay opción”.