Matar o no matar a Jesús

Una calle empinada desde cuya altura se ve una ciudad envuelta en luces taciturnas y gritos vagabundos. Un valle enclavado en la Cordillera Central desde el que se vislumbran, a lo alto, algunos cerros y otras montañas donde ha crecido implacable el cemento como testigo del jolgorio y la tristeza, del reguetón y la salsa, de los embarazos prematuros y del sicariato adolescente. Una Medellín que carga la historia de todas las ciudades en un país impasible que se debate entre recordar y sepultar en el olvido a sus muertos.

En esa ciudad, tantas veces contada por las telenovelas, las películas, los noticieros y los libros, ocurre la historia de Paula, una estudiante de universidad pública que es testigo del asesinato de su padre a manos de un sicario de la misma edad de ella: 22 años. Un breve cruce de miradas justo antes de los disparos basta para que la cara de Jesús quede inmortalizada en su recuerdo. Ella no va a olvidar los ojos del verdugo. Él, tal vez aferrado al olvido como método de supervivencia, sí la va a olvidar a ella. Por eso cuando días después se encuentran en una discoteca, en medio del disturbio de las luces y la música, ella lo va a mirar fijamente y él se va a dejar seducir por esa mujer pétrea y enigmática que está decidida a vengarse del asesino de su padre.

El personaje de Paula resulta refrescante en medio de la cinematografía nacional. Revestido de una fuerza misteriosa y de una naturalidad franca, Paula recuerda que se pueden crear personajes femeninos protagónicos valientes, desligados de los estereotipos femeninos que todo el tiempo parecieran decirnos que la mujer es ornamentación o víctima. Pero Paula es diferente. No tiene miedo de su determinación, no flaquea ante el peligro, tampoco es solamente un testigo silencioso. Su temperamento es proporcional a su compasión, y es ella misma la materialización del deseo de venganza y de su infinita complejidad en un país donde la justicia se reduce, a decir verdad, a la burocracia. 

Es importante decir que 'Matar a Jesús' fue dirigida por una mujer, Laura Mora, porque su narrativa está construida desde lo femenino, por eso es que su protagonista tiene rasgos únicos dentro del universo masculino del cine nacional. Este es un arrojo que no necesita de banderas.

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Otra de las grandes virtudes de 'Matar a Jesús' es que no cae en maniqueísmos ni en los artilugios propios de las fábulas aleccionadoras: no parece tener verdades absolutas y sus personajes son amplios y complejos, van y vuelven, deciden y luego se arrepienten para cambiar de rumbo constantemente. Este entendimiento profundo de los grises éticos en situaciones extremas de violencia es el que le da a la película un ritmo sinuoso lleno de incertidumbre.

Cuando los mensajes electorales nos fulminan y nos llenan de desconcierto y en muchos casos de desesperanza, cuando la bandera de la paz es ultrajada por unos y otros que se la disputan hasta destruirla, cuando el perdón es, aún hoy, un concepto complejo, la aparición de Jesús y de su vengadora es indispensable para entender de qué país venimos: uno que trasciende el mero conflicto armado para aparecer en forma de exclusión, aislamiento e indiferencia. Jesús recuerda a Claudio, el antagonista de Hamlet en la historia de Shakespeare porque también su maldad es laberíntica. ¿Será también nuestro paradójico redentor?     

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