Reseña de ‘Los peligros de fumar en la cama’, Mariana Enríquez

Ilustración: Manuela Rodríguez Giraldo

‘Los peligros de fumar en la cama’ fue publicado por primera vez en el año 2009 y su autora, Mariana Enríquez, se ha convertido en una de las escritoras latinoamericanas más importantes de la última década. Esta es una invitación a leerla y a sumergirse en otras formas del terror.

En 1973 nació esta mujer. Fue en Buenos Aires, Argentina, donde se crió y se licenció en Periodismo y Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. Sus publicaciones más conocidas son 'Las cosas que perdimos en el fuego' (2016), 'Cómo desaparecer completamente' (2004), 'Cuando hablábamos con los muertos' (2013), y el libro de cuentos que más ha atravesado mi materia humana, 'Los peligros de fumar en la cama' (2009).

Creí saber cómo empezar a dialogar con Mariana Enríquez, pero no fue así. Miraba mis manos mientras iniciaba este viaje escritural y me perdía entre pensamientos de nicotina y muerte. Soy fanática de pensar la literatura como un cuerpo que tiene voz, ritmo, sustancia, alma y decisión: que construye. Y cuando me acerqué a Enríquez por primera vez pude saborear un cuerpo sangrando, mutilado y erótico. 

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Nunca he encontrado una relación inmediata entre erótico y sexualidad. Para mí el erotismo está presente en las imágenes más comunes con las que dialogamos: la forma de caminar, el pecho bombeando aire para inhalar y exhalar, las manos haciendo figuras para complementar el verbo, los ojos rasgándose cuando el sol aturde o la saliva cuando se traga con aspereza. Eso es erotismo y, a pesar de que son lugares comunes en los que habito esta sensualidad del cuerpo, no pensé encontrarme con una literatura de terror que desatara deseos desde imágenes monstruosas, y por monstruosas debo hacer hincapié en que hago referencia a lo desconocido, aquello que genera extrañeza y distancia, y necesito valerme de esa palabra porque pretendo hablarles del cuerpo en su forma más carnal y palpable. Además, quisiera valerme de un camino corporal para encontrarnos con este libro desde tres puntos cardinales: el cuerpo desnudo, la sangre y el órgano amputado.

El cuerpo desnudo

La tierra está presente en Enriquez todo el tiempo. El primer cuento con el que nos encontramos nos invita a cavarla para sepultarnos en ella. 'El desentierro de la Angelita' hace flotar al lector y al mismo tiempo hundirse en la muerte. Una mirada infantil, siniestra y macabra que narra, pero que también existe. Un personaje que no es sombra, sino carne que se va desbaratando y podemos oler su putrefacción. Durante toda la lectura podemos sentir cómo nuestras manos van arrancándole a Angelita pedacitos de su cuerpo, cómo el lector mismo es quien va empujando al narrador a la muerte mientras riñe con ella en cada una de las letras. Sabemos que es una batalla perdida porque el texto ya está escrito y, aun así, palpitamos con la esperanza de salvarle –o algunos más osados, de asesinarla sin sentir culpabilidad. 

Enríquez tiene la magia de presentarnos la muerte desde lo cotidiano, como si convivir con ella no fuera un tema imaginario sino material: podemos quitarle la piel a aquello que incluso está muerto. Y eso sucede con varios cuentos donde la autora no tiene miedo en incomodarnos al descubrir que la infancia también se pudre cuando nos acercamos demasiado a ella. 

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Los sujetos de cada cuento parecen estar vaciados de la esperanza que como lectores anhelamos que tengan. Todos saben su destino, pero aun así buscamos completar la historia con las imágenes que construimos de ellos para imaginarlos y sentirlos. Es como si el terror no cumpliera únicamente una función textual, sino experiencial. Un ejemplo de ello es el cuento 'Cuando hablábamos con los muertos': no importa cuánto conozcamos del terror que evoca coger una Ouija y ponernos a levantar a los muertos, la piel se nos pone de gallina al descubrir que el terror no está en ellos sino en esos personajes que ella construye, que "parecen no tener rostro". 

La muerte, como el espectro común que conocemos, no es el protagonista. Es la humanidad. No importa cuántas veces queramos distanciarnos de la sensación incómoda que producen los cuentos, no lo hacemos porque ya se han convertido en un mal vicio: como el cigarrillo. Somos como los personajes de los cuentos, cuerpos desnudos que carecen de esperanza pero están metidos de lleno en una historia con destino fatal.

Fotografía: María Fernanda Rodríguez

La sangre

Las letras de Enríquez se ubican en la sangre, pero no necesitan de esta para construir imágenes de miedo, paranoia y repulsión: ella logra que el lector parezca un vampiro en busca de alimento. Como un mal presagio, el lector se encuentra con que el deseo retorcido de sangre ha sido suplido por otras herramientas literarias. 

El cuento 'El mirador' es uno de los grandes ejemplos magistrales de lo que es trabajar con el deseo de huida –por lo menos de este plano real y humano. 

“No había nada que temer. Ella estaba ahí, pero la nena no la percibía, no podía verla; nadie podía percibirla salvo que, claro, tomara forma. Pero sin forma se le estaba negando la presencia”. (Página 81)

La ausencia no se construye como personaje, sino como invitación. Es necesaria la materialidad de la presencia para comprender por qué las letras de Mariana invaden tanto. Veámoslo un poco de cerca. Hay una leyenda: la niña con camisón blanco de pelo largo que habita un hotel. La realidad: una mujer que está deprimida y cada día se invita a sí misma a la muerte. El terror: el punto de encuentro de ambas, un punto que materializa esa ausencia que creíamos nos generaba terror: el fantasma. Pero en estos textos ya no es así. Lo que nos aterra es descubrir que ese personaje puede ser miles de cosas, que muta: o el deseo mismo de muerte de la protagonista, o su locura tratando de invadir un cuerpo frágil, o –tal vez– solo un fantasma. Y ahí es donde Enríquez logra meterse en nuestra piel. Hay un sin fin de opciones para elegir cómo leerla, pero todas son igual de macabras. Como dirían por ahí: al que le gusta, le sabe. 

Aquí sucede lo que la sangre también logra: el lector se ha convertido en un personaje vivo del libro. Se ha materializado en él también. Es un caníbal que busca alimentarse de un texto que le tiene más terror como alimento. 

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Un órgano amputado: el miembro fantasma

Pasar la página es arrancarse un pedazo de carne. Así como Angelita, quien se va pudriendo cada vez que la presencia viva la palpa. Dentro de esta selección de cuentos encontramos 'Dónde estás corazón', uno de los cuentos que dialoga con el acto sexual desde una perversión particular: un sujeto enamorado del sonido de un corazón dañado. Una mujer que se excita cuando su oreja se recuesta en el pecho de un hombre que tiene un marcapasos y es obligado a aguantar aire para que cada vez la decadencia invite a la muerte y, al mismo tiempo, al orgasmo. Es como si el corazón del otro le hubiese sido robado y le perteneciera, y el acto sexual se convirtiera en una oda a caminar por los bordes de la muerte. O, también, en el cuento de 'Carne', donde las fanáticas recrean los escenarios más sádicos de un hombre que desean, un artista. Cada uno de esos personajes parecen mutilados buscando en otros el pedazo de cuerpo que les falta. Es como si sus órganos amputados hicieran contraste con los vacíos emocionales que cargan, y solo en el terror particular que construye Enriquez encontrasen la resolución a la sensación de un miembro fantasma: les pica el corazón faltante, pero lo tocan en el encuentro sexual mientras llegan al éxtasis; la piel arrancada de las fanáticas es aquel cuerpo enterrado de su artista y solo desenterrándolo para recrear su muerte logran de nuevo tocarse su cuerpo, para distraer a la muerte y saber que siguen vivas. 

A nosotros, leyéndola, se nos asoman los huesitos y nos tragamos la carne que se nos va cayendo a medida que pasamos las páginas y desenterramos a Angelita, o viajamos al aljibe, o no encontramos a esos chicos que faltan pero que se postran en las esquinas de nuestros cuartos en la noches, o cuando una ceniza de cigarrillo cae por error en la sábana y prende un incendio. 

O cuando acabamos 'Los peligros de fumar en la cama' y sabemos que la única manera de rascar a ese órgano que nos ha sido arrebatado al terminar este libro, es leyendo a Enriquez una y otra vez, como si fuera un mal vicio que no podemos suplir en la cama

 

 

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