Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece
Muchas de las palabras que usamos a diario tienen significados más complejos de los que nos llegamos a imaginar. La palabra mito es un ejemplo de esto. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, mito significa “Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico”.
En esta misma línea, la profesora de español de mi colegio enseñaba que el mito es una historia que explica el origen de algo, y que cada sociedad tiene el suyo.
Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece
La antropología dicta que el mito es una narración que, atada a la cultura, estructura y da sentido a las formas de pensamiento, la organización social y las prácticas de una comunidad. Es en realidad un relato mucho más profundo que un cuento entretenido sobre algo fantástico o aterrador, pues en él se contiene la composición de la sociedad misma.
El mito es una narrativa compuesta por una serie de personajes y situaciones que relatan la percepción de un grupo sobre una circunstancia histórica. Su estilo aparentemente fantástico permite que la historia se convierta en un referente atemporal, transmitido de generación en generación a manera de fábula y lección sobre el origen y el curso de una sociedad o un grupo de ella. El mito es el vehículo que permite a las personas recordar lo que se vive del pasado en el presente, pues es en ese pasado donde se encuentra gran parte de lo que explica lo que son hoy.
Foto: Santiago Molina – Canal Trece
Los mitos también hablan sobre la cultura, por eso cada sociedad configura los suyos. El hecho de que haya varias versiones de historias como la Llorona o las vírgenes aparecidas en Latinoamérica permite entender la apropiación que hizo cada territorio de procesos como la maternidad o la conquista.
Esto también explica por qué los personajes de las historias asumen apariencias y comportamientos diferentes en una región u otra; no es lo mismo hablar de los espantos del centro histórico de Bogotá, a contar las leyendas de los Llanos Orientales. Los elementos que componen el mito son el reflejo de las condiciones con las que se conforma una sociedad. Tanto las formas de transmisión, como la composición narrativa, integra las cosas que son importantes para un lugar en función de su historia y su cultura.
Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece
El mito es en últimas una construcción que da explicación y estructura a algo a partir de elementos “fantásticos” que le permiten perdurar en el tiempo, creando un halo de intriga y atracción por lo que transmite; sin embargo, esta sensación también se relaciona con las formas en las que se transmite la narrativa mítica.
En algunos casos se utiliza la música, la literatura y la poesía popular, en otros se usan la religión y las creencias teológicas, en otros la herramienta es el terror y la figura de los monstruos.
Los mitos llaneros, la historia de la Virgen de Chiquinquirá, los espantos de la Candelaria en Bogotá, la historia del Salto de Tequendama, las películas de Jairo Pinilla e incluso las historias sobre Gregorio Vásquez de Arce y de Juan José Nieto son ejemplos de narrativas que muestran la manera en que se ha consolidado nuestra cultura colombiana a partir de mitos y relatos.
El caso más representativo es el de la Virgen de Chiquinquirá; un mito que habla sobre el proceso colonización y evangelización de los pueblos indígenas colombianos en el siglo XVI. La historia cuenta que el milagro de la imagen de la Virgen ocurrió en 1586, cuando el cuadro que se había pintado y roto de ella años atrás se renueva, mientras mantiene todos los elementos del original. De acuerdo con Jaime Humberto Borja, historiador de la universidad de los Andes, este es un proceso en el que los colonizadores católicos “adaptan la imagen con la madre de la tierra y esto hace que los indígenas acepten la figura, la reinterpreten y ahí está el contexto de la aparición de la Virgen de Chiquinquirá”.
La “aparición” es una herramienta histórica común a muchos territorios de Latinoamérica. Esta forma de presentar un proceso tan vital en la historia de Colombia también se refleja en el caso de los fantasmas y espantos de la Candelaria, pues ambos son maneras de mantener la memoria sobre el pasado en las creencias de las personas. Aquí se transmiten las leyendas sobre la consolidación del centro histórico de Bogotá, teniendo en cuenta personajes de distintos periodos (como el último virrey de la Nueva Granada Juan José Francisco de Sámano) e hitos de transformación y conflicto dentro la construcción de la nación colombiana.
Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece
El propósito de esta iniciativa es hacer que las personas conozcan el pasado de Bogotá y se familiaricen con él, a partir de los cuentos fúnebres y paranormales de las personas que vivieron en las casas más antiguas del sector. Los mitos creados alrededor de la zona se sirven del terror y el miedo para enseñar sobre la historia de un lugar y su incidencia en el presente, pues además pretenden mostrar al centro como un testimonio de nuestra historia y no como un espacio peligroso Es, de alguna manera, una reivindicación narrativa al carácter histórico de la Candelaria.
Otro ejemplo de los procesos de transformación cultural que ha atravesado el país es el mito del Salto de Tequendama. En la historia original se cuenta que después de un gran diluvio que generó una inundación en la sabana de Bogotá, los indígenas muiscas le pidieron a su dios Bochica que los ayudara para recuperar sus tierras; él, montado en un arcoíris, rompió la montaña en dos, formando la cascada y evacuando las aguas que abatían a la comunidad.
Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece
Aunque hoy esta historia parece no tener mayor trascendencia en las memorias sobre Colombia, la desaparición de la comunidad muisca no hizo que el Salto perdiera su importancia para el país –pues además el mito indígena es representativo de nuestra cultura; su protagonismo siguió siendo esencial en distintos momentos de la historia, bien fuera como lugar de turismo, un atractivo geográfico o un centro de producción de energía. En este caso, aunque el mito no perdura desde el relato inicial, la importancia que daba a este espacio se mantiene, así hoy sea uno de los focos de contaminación más preocupantes del Distrito.
Siguiendo con esta historia, pero ahora más relacionada con procesos sociales y culturales, aparecen las vidas de Gregorio Vásquez de Arce y Juan José Nieto. Hay casos en los que personas de la vida real, con oficios y vidas cotidianas, adquieren un alto nivel de importancia por materializar circunstancias que resultaban paradójicas para el momento histórico y social en el que vivieron.
Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece
En el caso de Gregorio Vásquez de Arce es la participación de la mujer (sus hijas) en un oficio meramente masculino para el periodo de la Nueva Granada; en el de Juan José Nieto es la llegada a la presidencia siendo afrodescendiente en un momento histórico en el que había rezagos de la esclavitud en ciertas partes del país y el racismo era una condición determinante de la sociedad colombiana.
La idea de usar los mitos para reflejar acciones o comportamientos que están mal vistos o no son socialmente aceptados es algo generalizado a la mayoría de las narrativas que pueden clasificarse como míticas; de hecho, este ese el caso de los mitos llaneros y los personajes como la Llorona, el silbón, el duende y la bola de fuego. El relato es una expresión sobre la forma en que una sociedad piensa e interpreta su realidad, dejando ver los sentidos sociales y culturales que se encuentran en la base de dicha construcción.
Aunque el mito parezca un elemento estático, su relación con la cultura implica que cambia con ella e integra, simultáneamente, nuevos elementos sin perder su hilo estructural y sus características principales. El mito es un reflejo de las condiciones en las que se consolida y se transforma una sociedad, de manera que, aunque cambien las formas de expresarlo los principios siguen siendo los mismos; de allí que Pedro Nel Suárez, declamador llanero, diga “yo creo que esos espantos con tanto plomo que ha habido en el Llano se han ido”.