En el próximo capítulo de #Fractal hablaremos del cannabis medicinal, por eso queremos abrirle espacio a los jóvenes que la han consumido para que nos cuenten cómo es la experiencia, qué se siente y cuáles han sido los contextos de consumo. Desde un uso medicinal o recreativo, hasta aquel que está por fuera y ve a los otros consumir. Estas experiencias no representan al Canal Trece ni al equipo, es un espacio para darle voz a quienes quieren alzarla. Así que bienvenidos a estos relatos cannábicos –y no tan cannábicos.
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“Cuando tratar el dolor de manera natural era un “delito"
–Paula A.
Hace poco más de cinco años, tras cuatro meses de haberle descubierto un cáncer terminal de páncreas a mi pareja, después de muchos tratamientos oficiales, muchísimas noches de hospital y de médicos en casa, los medicamentos que los doctores le aplicaban cada hora y media ya no surtían tanto efecto: sus dosis y tipo aumentaban, su desconexión con la “realidad” también y su dolor seguía en aumento. Realmente, sus médicos tratantes solo seguían procesos paliativos y su cuerpo se desmejoraba; por eso y tras hablarlo con su madre, decidí conversar con una amiga del colegio que es médico en Estados Unidos, en donde en 2015 el cannabis ya se podía utilizar de forma medicinal, por lo que su respuesta fue algo parecido a esto:
“¡Claro, busquen usarlo, es más sano para su cuerpo y su mente, además hará que vomite menos y la ayudará a estar más presente. Busca darle no más de “x” gramos al día”.
Y así empezó el proceso de hablar con médicos en el país que avalaran esa sugerencia y, a la vez, buscar un lugar en donde fuera cultivado de manera orgánica para uso medicinal (no cualquier porro de esquina), con garantías de salubridad y a un precio adecuado. Sin embargo, con lo que no se contaba era con la dificultad de acceder a esa información. En ese momento en el país el cannabis medicinal aún se consideraba no muy oficial (¿“delito”?). Para esto se buscaron informaciones de personal de la salud en el país, páginas de internet, plataformas pro “cannabis para uso médico y páginas en redes sociales. Finalmente, se accedió a una información fidedigna de unas personas que, fuera de Bogotá (en una provincia alejada de la capital), contaban con un cultivo para uso exclusivamente medicinal y que pudiera complementar su tratamiento paliativo. Nos pusimos en contacto con ellos, vía telefónica, pues, mi pareja se encontraba cada vez con más dolor y lo que se quería era buscar mejorar su calidad de vida, aún en esos momentos en que sientes que quien amas está más del otro lado que de este.
La llamada se hizo, se cotizó el precio de los gramos sugeridos por los profesionales de la salud, todo con un gran susto por sentir que se hacía algo “no correcto” para 2015 pero totalmente válido para una persona que lo necesitaba. Se inició el proceso de cotización y coordinación para la compra, con la esperanza de su calidad en el producto, para conseguir el dinero, pues, era un precio alto (tanto por el cannabis, como por su proceso de entrega inmediata que era lo más demorado) y se acordó una siguiente llamada para ajustar esos detalles y para que lo que reduciría el dolor, llegara lo más pronto posible. Sin embargo, su cuerpo no lo aguantó y en menos de 48 horas de iniciar los contactos, mi pareja trascendió un domingo de abril. “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, preguntaba Sabina.
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El malviaje
–Maria Giraldo
Recuerdo haberme sentido realmente mal. No sabía si quería vomitar, correr o gritar. Pero lo peor no era sentir eso, sino no poder expresarlo. Mi cuerpo no era mío, no me pertenecía en absoluto y recuerdo –vagamente– ver el rostro de un man en frente mío que me miraba y se reía. Probablemente él anda en su viaje, pero en el mío me aterraba pensar que me iba a lastimar, violar, matar. Fue terrible. La falta de control que tenía sobre mi cuerpo era algo que me sobrecogía… como si mis brazos no me pertenecieran, como si mis ojos no pudieran parar de parpadear y como si mi cabeza husmeara en los lugares más monstruosos de mis miedos. Un malviaje, pero al fin y al cabo… un viaje.
Como dirían por ahí: "La curiosidad es tanta…"
–María Paula Vargas
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No lo hago muy seguido, sino más bien cuando estoy con amigues y algún plan parchado. La única vez que lo hice sola fue terrible por no decir traumático. Soy una persona muy ansiosa y aunque sé que la marihuana ayuda a controlar la ansiedad; a mí por el contrario me desencandena ataques y episodios horribles de ansiedad y paranoia. Siempre es igual, siento que literalmente me voy a morir y todo lo relaciono con la muerte. No sé si es algo coincidencial o tiene base científica pero cuando fumo recuerdo cosas demasiado aleatorias que me hacen pensar SIEMPRE que me voy a morir y que por eso estoy teniendo flashbacks de mi vida. En conclusión, es como si el cannabis hiciera que mi inconsciente expusiera mi mayor miedo (la muerte) por más o menos cinco horas e hiciera que tuviera ataques de pánico que sin embargo se podría decir que 'disfruto' así suene contradictorio porque aún así mis experiencias sean horribles no sé porque pienso que la siguiente será diferente así que lo sigo haciendo.
"Por fuera del viaje…"
–C.L.P
Nunca me ha gustado compartir espacios con consumidores de canabis mientras están fumando. Siempre me han hecho sentir desvanecida. Las conversaciones se tornan ajenas, despersonalizadas. Nada parece tomarse realmente en serio y, cuando me observan, descubro en mis interlocutores una mirada vacía y un cuerpo ausente.
Desvanecida. Como aquello que se da por sentado, sólo porque se intuye la perpetuidad de su existencia. Esa es la sensación que me ha azotado cada vez que comparto un espacio con un consumidor de cannabis. Cuando me observan, me encuentro con una mirada vacía y un cuerpo que, al alcanzar la velocidad crucero, se desconecta de todo aquello que no haga placentero su trance.
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Un constante distanciamiento con el paso del tiempo, la reiteración desmesurada que raya en la redundancia y una abrumadora necesidad de absorber a todos aquellos que se encuentran al margen, cada vez que vuelven a preguntar por qué no hemos querido fumar con ellos.
"Una experiencia recreativa…"
–Atónita
Crecemos y nos damos cuenta de que la mayoría de nuestros amigos fuman marihuana. Yo al menos le huí mucho tiempo a la idea de probar la marihuana, y terminé haciéndolo justo un par de días antes de irme a Buenos Aires, un lugar donde lo más normal es consumirla, aunque sea más difícil de conseguir que aquí, y donde muchos prefieren fumarse un porro antes que prender un cigarrillo.
Al llegar a la famosa ciudad de la furia la probé por segunda vez, y al igual que la primera, no sentí nada; vivía en tres ambientes donde tres de las cuatro personas con las que compartía el lugar fumaban marihuana y además sabían cómo y dónde conseguirla; aún con todo y la decepción de no haber sentido nada las dos primeras veces, hubo una tercera que fue otro fiasco, pero gracias a mi desesperante perseverancia hubo una cuarta y entendí al fin porqué la gente lo hacía: los problemas desaparecen, al menos un rato.
Mi relación con la hierba siempre estuvo mediada por el miedo, uno de los más comunes en una persona que se siente adicta al cigarrillo la mayoría del tiempo, el miedo a no poder dejar de consumirla, de atarse a otra necesidad de hacer algo y además disfrutarlo. Así que aún con la mudanza a un hostal que tenía su propio cultivo en el patio y estar rodeada de aún más roomies que fumaban, yo lo hacía muy de vez en cuando para no llegar a extrañarlo si de repente no lo hacía más, y porque me duraba tantas horas que llegaba a ponerme ansiosa y entraba a un viaje en el que sentía que todos estaban pendientes de mí, cuando seguro cada uno estaba en lo suyo.
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Llegué a Colombia y descubrí que sí, que muchas de las personas que conozco fuman y que es lo más normal para ellos, así que pasé de fumarme un par de plones en tres meses a hacerlo al menos una vez al mes y seguir un poco incómoda con la idea de que un viaje me durara como cuatro horas, que al final es relativo, porque a veces en ese estado una hora pueden ser dos minutos y otras justo lo contrario. Curiosamente cuando empezó la cuarentena, y debíamos estar más preocupados por cuidar nuestros pulmones, el estar en el mismo espacio que además de libre de prejuicios se siente como un lugar seguro, empecé a fumar más seguido, ya incluso podía fumarme esos tres plones, tres o cuatro días a la semana, y luego podía hacerlo todos los días, y empecé a hacer caso del consejo de que le perdiera el miedo porque nada iba a pasarme ahí, y sí, nunca pasa de un mal viaje que a la final puede acortarse tomando leche.
Ya no se me duermen las piernas ni las manos, ya me doy la libertad de fumar cuando quiero y de no hacerlo si no tengo ganas, ahora también puedo leer, escribir e incluso trabajar o cocinar después de haber fumado, aunque me siga sintiendo más cómoda sentada y sólo escuchando música, ya también puedo mantener una conversación telefónica con mi mamá sin sentir que se va a dar cuenta y entonces escuchar otro pequeño miedo, pero lo más importante ha sido descubrir que a mí también me gusta un poco más cuando fumo porque me da menos miedo ser ocurrente, decir las cosas como las estoy pensando, e incluso hacer chistes; después de fumar soy más la persona que tal vez siempre he querido ser y no la que he terminado siendo, y por supuesto, empezar a serlo sin necesidad de haber fumado.
Dicen que “los marihuaneros se ponen violentos” y a mí la marihuana me ataca recordándome que para ser esa persona que quiero ser, sólo tengo que ser más yo con todo y mis cinco sentidos, y que me importe menos lo que piensen los demás, que a la final quizá también se queden con mi versión menos preocupada y más alegre.
"Ni elefantes rosados ni… tranquilidad"
–Daniela Moreno
He probado la marihuana en varias ocasiones, unas tres o cuatro veces a lo largo de mi vida. La primera vez que lo hice me potenció el sentimiento de llanto que tenía por dar finalizada una mala relación amorosa. La verdad, no tengo muchos recuerdos de esa vez, solo que la marihuana no era de las buenas y pude tener un mal viaje. Quizá el recuerdo más vívido que tengo fue la última vez que la fumé.
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Transcurría el primer semestre de 2018 y estaba saliendo con un muchacho que le gustaba consumirla por diversión. Un día me invitó a dar unos soplos con él para que entrara en su mismo estado y disfrutáramos la tarde. No le vi problema y me animé a hacerlo, no muy convencida de que fuera a sentirme plena y tranquila una vez comenzara el efecto, pues las anteriores veces no había surgido efecto en mí. En fin, me dejé llevar por su entusiasmo y di unos cuantos soplos a su pipa. Al principio nada, no sentía ninguna diferencia, unos momentos más tarde mis ojos picaban, los tenía resecos, y yo estaba usando lentes de contacto. Resulté sin los lentes porque el ardor en los ojos era mayor que mi deseo de no utilizar mis gafas para verme más atractiva. El tipo sí estaba entonado, se veía en sus movimientos un poco torpes y en su mirada un poco ida. Luego comencé a sentir mucha sed y le pedí que fuéramos a comprar agua. Pasaba buches y buches de agua y parecía que la sensación de sed no desaparecía. No entendía cómo él se veía tan fresco, mientras yo me sentía tan incómoda con todos los efectos que me producía. Me dio hasta malgenio que él se estuviera divirtiendo y yo no lo hubiera logrando. ¿Cuándo se suponía que me tenía que sentir englobada y bacana? No hubo muchas risas de mi parte y aguardé hasta que él volvió a la normalidad. Más adelante me invitó a consumirla de nuevo y yo ya no estaba convencida con los efectos que producía en mí –que a mi modo de ver fue ninguno– decidí que no quería, o más bien, que de probarla de nuevo sería mejor hacerlo en forma de brownie.
Aunque con mis circunstancias actuales tal vez la pruebe primero medicinal para contrarrestar los efectos adversos de la quimioterapia, ¡Quién sabe!, lo cierto es que mi experiencia previa con la marihuana no me dejó viendo ni elefantes rosados, ni risa, ni tranquilidad, sino un sinfin de molestias en mi cuerpo que, parecía, no podía calmar.
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