Caminar Bogotá en un mes que llueve arte

Octubre es uno de esos meses en los que Bogotá se paraliza de tanto moverse. A pesar de ser un mes en el que son habituales las lluvias y eventuales las granizadas, tanto plan y tanto programa termina sacándonos a la calle a buena parte de los que tenemos la dicha gris de vivir en Bogotá. Los geeksters salen de sus cuevas para desfilar en el SOFA, los raperos calibran garganta para Hip Hop al Parque y los artistas y galeristas cuelgan la bata y sacan el frac para la ya famosa Semana del Arte en Bogotá.

Semana del Arte en Bogotá.ARTBO 2018. Foto: María Alejandra Villamiza – Canal Trece

Son justamente aquellos que viven de y en el sector de las artes, y fundamentalmente de las plásticas y las visuales, los que parecen haberse tomado octubre hasta convertirlo en un mes en el que Bogotá, empantanada como siempre, parece mutar en una galería. Las plazas y las calles, con sus palomas salpicadas de llovizna y smog y sus chicles pegados al asfalto, son en octubre la alfombra por la que pasan galeristas, artistas, curadores, coleccionistas, montajistas, mediadores.

Desde 2004, la Cámara de Comercio de Bogotá se puso en la tarea de juntar ese sector disperso y guiar la atención de las crecientes industrias culturales y creativas hacia el sector de las artes plásticas y visuales, creando así la Feria Internacional de Arte de Bogotá, más conocida como ARTBO, hoy una de las “alfombras” más importantes del arte en Latinoamérica. La feria nació como un espacio casi exclusivamente comercial, pero terminó convirtiéndose en una excusa para que en octubre, el arte, como la lluvia, inunde Bogotá. Con ARTBO nacieron luego otros espacios de circulación y exhibición de arte, hoy icónicos de los octubres bogotanos: Barcú, Odeón (que este año oficialmente le dijo al mundo: NO SOMOS UNA FERIA) o la Feria del Millón. Con el tiempo se convirtieron en una excusa para ponernos a los transeúntes curiosos a ver y a hablar de arte en la ciudad.

Si le preguntas a la gente qué planes tienen en la Semana del Arte en Bogotá, seguramente te van a responder que no sabían que estábamos en la Semana del Arte, pero podrían responder cuál va a ser el disfraz de Halloween o contrapreguntar que si sabíamos, en cambio, que octubre es el mes de la actividad física, como efectivamente nos terminaron contando. Y sí, es que en Bogotá pasa de todo en octubre.

Semana del Arte en Bogotá.ARTBO 2018. Foto: María Alejandra Villamiza – Canal Trece

Sin embargo, cuando les preguntas si han visto u oído algo sobre arte en este mes, te pueden responder que por ahí vieron una propaganda sobre “algo en Corferias”, o que por estos días en el barrio había un grupo de muchachos pintando un muro y haciendo malabares por las calles, o que un día, caminando por el Parque de Periodistas, vieron “una escultura muy rara” que no está ahí habitualmente. Sin saberlo y sin quererlo, en Bogotá se ha vuelto costumbre que en octubre te lleguen rumores de algo que tenga que ver con arte: exposiciones, conferencias, bienales, talleres, salones, etcétera. Y es por eso que, independientemente del fin (principalmente comercial), de muchos de los espacios que se abren para el arte en octubre, este mes permite que la gente, de una forma u otra, se relacione con las artes, y se siente a verlas y a sentirlas e incluso a cuestionarlas.

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En los últimos 15 años, el mercado del arte en Colombia ha venido creciendo sustancialmente, convirtiéndolo en un negocio cada vez más rentable. De ahí el interés, desde 2004, de instituciones como la Cámara de Comercio de Bogotá, en fortalecer un sector que hasta el momento parecía disperso. En la versión 2016, ARTBO movió cerca de 102 mil millones de pesos en 3 días en gastos asociados a la Feria. Y es que el crecimiento del mercado del arte en los últimos años es brutal, y ha sido jalonado en parte, gracias a la gestión hecha por proyectos como ARTBO, pero fundamentalmente, a la excusa que se volvió octubre para ver, aprender y comprar arte en Bogotá. En 2016, por ejemplo, el 80% de las ventas anuales de galerías colombianas se realizaron en ARTBO y este año, hubo galerías que cerraron negocios de hasta US$ 40.000. De modo que al menos en el bolsillo de la ciudad, la Semana del Arte sí que se siente, aunque muchos de los bogotanos no podamos estar allí para verlo, y mucho menos para comprarlo.

Semana del Arte en Bogotá, ARTBO.ARTBO 2018. Foto: María Alejandra Villamiza – Canal Trece

Galerías en las calles: formar públicos y abrir mercados

Los habitantes de Bogotá, así no vayan a ARTBO o a Barcú o no sepan exactamente qué es el B. A. D en el Barrio San Felipe o el Circuito Arte Moda que se tomó la ciudad, igual caminan una ciudad que en octubre regala esculturas en los parques, performances en las calles, fotografías y pinturas en los Centros Comerciales y una oferta importante de conferencias, conversatorios, talleres y demás espacios en los que el arte es el protagonista. Aunque en la Semana del Arte lo que se mueve es un negocio, no podemos negar que ese negocio permite que la gente se acerque al arte y los caminantes desprevenidos juguemos a ser críticos y curadores, artistas y espectadores.

Muchos de esos espacios que convirtieron a Bogotá en una de las capitales del arte (¿o del mercado del arte?) en Latinoamérica, hoy están buscando justamente acercar otros públicos, para que lo vean y lo consuman. Este año Barcú contó con exposiciones en espacios públicos, adonde llevaron esculturas como El Portal, del colombiano Gustavo Vejarano, al Parque de los Periodistas;  Posdata, de Iván Castiblanco, en la Plaza del Chorro de Quevedo; o Lead Posioning, de Omar Castañeda. Todas disponibles hasta el 23 de enero.

Un circuito que apenas lleva 3 años en Bogotá, y 11 trabajando por el arte, transformó las calles y los parques en galerías y pasarelas y se tomó en serio la idea de llevar el arte a la calle y ahí, dárselo a la gente. Esa ha sido la intención del Circuito Arte Moda (CAM), creado por el director de teatro Elías Maida. El circuito propone “poner las artes al alcance de todos” y este año quiso hacer de Bogotá “la galería pública al aire libre de mayor envergadura del país y el circuito cultural y artístico itinerante más grande de Latinoamérica”, utilizando 40 locaciones distintas para mostrar el trabajo de más de 30 artistas colombianos. Un trabajo titánico en el que se montaron 224 obras en las que se mezclaban, sin ningún reparo, la escultura, la fotografía, la gastronomía, el diseño o las instalaciones de flores.

Circuito Arte Moda en la Semana del Arte en Bogotá.

Si usted lo que quiere realmente es sacar el arte a la calle y llevárselo a la gente, una de las fórmulas infalibles en Bogotá, es meterlo al Transmilenio. Es por eso que resultó tan interesante la propuesta del CAM en la Estación del Museo Nacional, en donde del 25 al 27 de octubre hubo instalaciones florales de alto formato que cautivaron a un montón de trabajadores y estudiantes. “Es interesante que estos trabajos con las flores hoy sean considerados arte, porque es algo con lo que uno está familiarizado; mi mamá sabe hacer unos arreglos florales hermosos y acá uno se da cuenta que esas cosas importan y gustan”, decía entusiasmada una mujer que pasó por la exhibición, antes de tomar su Transmilenio.

Aunque en el CAM se pueden encontrar obras desde $300.000 a $10.000.000 su esfuerzo por llevar muestras artísticas a 40 locaciones distintas en toda la ciudad y no meterlas en 3 días en un mismo sitio, muestra que su interés parece no ser estrictamente comercial. Parece en cambio tener una intención mucho más pedagógica, llevada a la formación de públicos en artes, y que empezaría sacando las obras de las galerías y desvaneciendo la barrera entre el artista y el público.

Por ejemplo, el 26 de octubre, en plena Semana del Arte, el CAM realizó un taller de origami con Diana Gamboa, la segunda mejor origamista del mundo. Igual en Barcú, que con su idea de Casa Taller de Artistas, abren las puertas de los talleres al público. Este año, la casa taller de Adriana Cifuentes en la Calle 9 #2-25, donde hace orfebrería tradicional y joyería contemporánea, mostró el trabajo del escultor con hierro Pepe Toledo; o la casa taller del artista Arturo Denarvaez en la Calle 9 #1-56, su 'Casa Feliz', en donde jamás podríamos haber entrado de no haber sido por estos octubres grises y llenos de lluvia, en los que el arte te atrapa.

Circuito Arte Moda en la Semana del Arte en Bogotá.

Bogotá intensiva: más arte, menos feria

Píntela como la pinte, la creación artística es hoy uno de los lugares más fértiles para construir discursos críticos y disruptivos, para visibilizar otros modos de ver y habitar los mundos infinitos que retratan las artes. Entre tanta feria y tanto mercado parece difícil pensar en un arte realmente independiente, que no responda a las demandas del mercado del arte en el que tasadores, galeristas y curadores, en una burbuja indescifrable, deciden qué vale y cuánto, y eso pagamos. 60% para la galería, 40% para el artista, casi siempre. En ese contexto, en pleno octubre de facturación para las galerías más importantes del país, el Espacio Odeón optó por mirar a otros lados y darle la espalda al arte de feria y virar hacia el arte de margen: ese situado a un lado de los lineamientos comerciales y tradicionales del arte contemporáneo, y que no se encuentra tan fácil en las grandes ferias.

A pesar de lo rentable que podría pensarse que es hacer una feria, si vemos los números de ferias como ARTBO y su acogida en los bogotanos, en realidad montar una en Bogotá es realmente difícil, o en otras palabras “no es negocio”. La primera feria que nació al margen de la gran ARTBO fue La Otra, que de hecho fue la primera feria alternativa de arte contemporáneo de Latinoamérica, y que se acabó en 2013 luego de dos años de, también, haber renunciado a ser una feria. Su historia, además de demasiado corta, expresa el estado actual de las ferias de arte al margen de ARTBO, y es que a excepción de Barcú y la Feria del Millón, el resto parece que no funcionan. Fue justamente después de uno de esos sinsabores que deja una mala feria, que Tatiana Rais y la gente del Espacio Odeón decidieron cerrar la Feria luego de 7 versiones, y este año le gritaron a la ciudad: NO SOMOS UNA FERIA.

Desde 2011 el Espacio Odeón viene liderando “un proyecto de creación artística contemporánea, que toma la experimentación, la interdisciplinariedad y la investigación como ejes centrales de la experiencia artística”. Y pensando en eso, este octubre lanzaron Odeón Intensivo, un espacio interesantísimo, alejado de las ferias y de espaldas a la mercantilización de la producción artística y mucho más relacionado con el interés inicial del lugar: promover la creación artística, dándole un “espacio a procesos de creación experimentales, inéditos y disruptivos, durante la semana con mayor circulación de público y agentes del campo artístico en el país”.

En 4 días realmente intensos, Odeón le ofreció a la gente una experiencia más cercana, quizá más íntima que la que te ofrece una feria; y además de interesarles un carajo el precio de lo que se mostraba, se ponía especial interés en el contenido de la propuesta y se discutía, con el mismo autor, sobre el concepto de las obras, los procesos de experimentación trabajados, sus implicaciones políticas y sociales, etcétera.

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Por apenas 8 mil pesos, en Odeón se podían ver instalaciones, performances, arte sonoro, videoinstalaciones y demás proyectos de artistas emergentes, en su mayoría colombianos, que le cambiaron el genio a más de un caminante errante de la Jiménez.

El interés de Odeón por atraer públicos fue clarísimo. El espacio estaba abierto de 2pm a 12m y en esas 10 horas, alguna actividad artística estaba teniendo lugar. O un ensayo performático como el de Edvar Bermúdez, o el trabajo de José María Rubla trazando su cuerpo incesantemente frente a un pared. Siempre había algo que ver. Siempre, de manera intensiva, en los 4 días de Odeón se vivió la experimentación e interdisciplinariedad que han sido la base del espacio. Mientras iba cayendo la noche, el lugar se iba llenando de música y podías encontrarte bailarinas e ingenieros hablando sobre lo efímero y lo frágil del cuerpo mientras recordaban el trabajo de Vanessa Hernández en 'Línea de tiempo'; o plásticos y sociólogos debatiendo sobre la teoría queer después del ensayo performático de la gente de SPITS. Y es ahí cuando te das cuenta que algo pasa en estos octubres bogotanos, y que hay una parte del año en la que el arte, y no solo las chequeras, se mueven más que en cualquier época. A veces solo tienes que salir a la calle para verlo.

Arte de hartos

Una de las quejas de las personas que uno se encuentra en galerías, parques y exposiciones, y en el resto de lugares que en octubre se disponen para el arte en la ciudad, es que el mes no alcanza para ver la cantidad de arte que hay. Aunque es una queja injusta, teniendo en cuenta que en Bogotá todo el año están abiertos decenas de espacios de difusión y exhibición de artes plásticas y visuales, sí podíamos coincidir en algo: que en Bogotá “sin joder, hay harto arte”, y que “para gustos, colores…”, como me decía un estudiante de ingeniería electrónica, orgulloso de no encontrar en todas las obras que veía, la suya: la hecha para él.

Es fantástico que en Bogotá personas tan aparentemente alejadas de las artes, como podría ser un ingeniero electrónico, terminen en octubre diciendo que hay obras “como para ellos”, que “les hablan directamente”, que los afectan, y que a partir de allí, creen una especie de criterio respecto a lo que les gusta o no del arte. Eso quiere decir que, independientemente de qué tipo de arte y cómo, la gente está haciendo y consumiéndolo. Que, de alguna manera, en Bogotá lo que se mueve es “harto arte”, y que detrás de él hay un movimiento importante de gente manteniéndolo vivo todo el año, al margen de ferias y alfombras.

En Bogotá la actividad artística está más o menos concentrada en el centro, parte del norte y el occidente de la capital. Aparecen así barrios fundamentales que hay que caminar en la Semana del Arte si de verdad se quiere más o menos echar una mirada seria a la movida artística en Bogotá: La Macarena, con galerías importantes como NC Arte o El Dorado. Teusaquillo, llena cada vez más de talleres de todos los olores y sabores, que pueden ir desde una habitación vacía por $250.000 hasta “coworking spaces” de $600.000. Naturalmente está el sector de Chapinero, en donde están buena parte de las galerías más importantes del país (La Cano, la Regnier) o el Barrio San Felipe, que se está transformando por el movimiento artístico y hoy busca ser el distrito de arte de la capital por medio del Bogotá District of Art (B.A.D).

Y, de nuevo, no solo es en octubre. El arte se está moviendo todo el año en la ciudad y aunque es cierto que, por ejemplo, el 80% de las ventas anuales de las galerías se hacen en la Semana del Arte, la creación artística desborda ferias y galerías; y es en talleres improvisados, en aulas vencidas y en residencias olvidadas, en donde todo el año un montón de artistas trabajan con las uñas, en una ciudad que parece recordarlos solo en octubre.

Y fue también en octubre que terminamos encontrándonos con un grupo de egresados de Artes Plásticas de la Universidad Nacional, mientras repartían volantes a la salida de ARTBO. Armados con miles de papelitos que decían en letras altas y a blanco y negro: HARTO. Contagiados por la fiebre, decidieron salir a mostrarnos que el arte también, y casi fundamentalmente, fluye fuera de galerías y ferias, y que octubre es la excusa perfecta para salir a mostrarlo.

Harto, feria alternativa de estudiantes y egresados de la Universidad Nacional.Harto. Foto: Jerónio Sierra

Harto: feria de arte necio, nació una noche de octubre, con un pie en las aulas y otro en la espesa realidad del mercado laboral de los artistas bogotanos. La mitad estudiantes y la otra mitad egresados, crearon la feria con la desazón sincera y fresca de enfrentarse al rígido mercado laboral de las artes y no encontrar allí un lugar. Una de muchas consignas del espacio: “cuestionar las prácticas herméticas de mercado y exhibición en el arte global y contemporáneo”.

La feria tuvo lugar en un espacio que no podría ser mejor: el mítico edificio de la Corporación de Residencias Universitarias, más conocidas como “10 de mayo”, emblema de la lucha estudiantil en el país, y uno de los primeros edificios residenciales de la ciudad, construido al tiempo con Centro Nariño en los años 50. Allí, en ese lugar, símbolo del urbanismo de la ciudad y del movimiento estudiantil universitario, se juntaron artistas empíricos, estudiantes de artes y egresados, a mostrar su trabajo y pensarse lo que se necesita para vivir de lo que aman.

Harto, feria alternativa de estudiantes y egresados de la Universidad Nacional.Harto. Foto: Jerónio Sierra

En la feria encontrabas mochilas y licores artesanales, al lado de esculturas de alto formato, serigrafías, fotografías y poemas pegados en las paredes. Una mezcla fantástica que le habría puesto los pelos de punta al más purista de los curadores, pero que le abrió la puerta a artistas empíricos, que sintieron que depronto su trabajo tenía algo de ese “arte necio” que buscaba Harto. Y allá llegaron. La feria fue un éxito rotundo y no solo por la venta de uno de los trabajos, una fotografía de Diana Carolina Cogua, de la serie 'Transgresiones' en $350.000. Sino porque lo que empezó como la idea de un parche, terminó involucrando a casi 70 personas entre organizadores y expositores, todos profundamente enamorados de su trabajo.

Desde la convocatoria relámpago que hicieron, la acogida fue tremenda. Era como si la gente estuviera pidiendo un espacio así, para poder mostrar sin tanta pretensión, un trabajo sincero y de alta factura. Y es que no solo convocó a artistas o estudiantes de arte, a la feria terminaron llegando artistas empíricos como fue el caso de Steven Urazán, un policía pintor que presentó la serie 'El poder' o la gente de Yamaruck, un grupo de indígenas arhuacos que exhibieron su trabajo con mochilas y canastos.

Harto, feria alternativa de estudiantes y egresados de la Universidad Nacional.

La feria fue también un espacio en el que los mismos organizadores presentaron su trabajo. Allí vimos obras como las de Ramón Lineros, uno de los gestores de Harto, egresado de Artes Plásticas de la Nacional que hoy está trabajando con pescadores del Río Magdalena en Gamarra, Cesar. Gracias a una beca de Apoyo a Procesos de Profesionalización del Distrito, está mostrándole a los pescadores cómo su vida cotidiana está llena de prácticas artísticas que es preciso rescatar y conservar. En la feria presentó partes de la serie 'Camuflaje', un colorido, brutal y personal retrato de la vida en el río Magdalena en donde la muerte se camufla en el agua y la manigua. 

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También estuvo el trabajo de Emma del Carmen Castillo, egresada de Artes Plásticas de la Universidad Nacional, quien presentó parte de sus trabajos para la serie 'Insurgencias del paisaje'. En él ha estado investigando sobre la importancia del paisaje rural colombiano y pensando cada uno de sus elementos como un agente político de resistencia, urgente en el contexto social y político de un país que necesita un relato de lo rural, que hoy construye desde el carboncillo.

La luz del domingo empezó a desvanecerse como un dibujo de agua sobre el asfalto, y con ella moría otro octubre de arte en Bogotá. Otro octubre de botas y chamarras empapadas, de citas perdidas, de proyectos aplazados y de emociones atoradas. De miles de sensaciones en una ciudad convulsionada de arte, en la que no solo una semana, sino todo el año, hay una cantidad tremenda de arte y de artistas que con frecuencia ignoramos como gotas de lluvia en una tarde más de octubre.

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