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Un beso de Dick, un beso para Fernando

Columna de opinión

Acontinuación, una lectura breve de 'Un beso de Dick' (Planeta 2019), la conmovedora novela de Fernando Molano Vargas que hoy entra a nuestros libros recomendados:

Me metí a la ducha porque afuera está cayendo un aguacero monumental, y porque en mi casa no hay calefacción, pero debajo de este cuarto de un metro por un metro, el agua cae plácida sobre mi cuerpo, tibia… y siento calor. ¿Hay alguna palabra que defina a la acción de deslizarse una gota sobre la pared, sobre los brazos? Pienso en la palabra crepitar cuando furioso, por los pequeñísimos orificios del grifo, emerge el saludo vital. Pienso también, en la palabra efervescencia. Y abro los ojos: veo cómo se deslizan sobre mi vientre pequeñas gotas de agua, y la pregunta viene sobre mí, otra vez, como una emboscada. Mamá, ¿hay alguna palabra?, te digo por dentro, porque siempre he pensado, desde que moriste, que la muerte es un estado desde el cual se puede divisar todo el pasado y todo el futuro. Así que, a estas alturas, ya sabías lo que me iba a inquietar ahora. Sabías que te iba a buscar para que resolvieras mis preocupaciones gramaticales aun siendo consciente de que, desde ese estado, no puedes responder. “No importa —es mi feliz conclusión siempre—, te hablo yo con la esperanza de que mi voz interior te alcance para sonreír allí, en la luz donde te encuentras”.

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Pensaba, al principio, que era una locura esta de hablar con la gente que a uno se le va de la vida hasta que L me contó que ella también le habla a su papá, y hasta que S me regaló un fragmento que solamente dice: “Hoy es lunes, Hugo. Y usted se murió hace cuatro años. ¡Cuatro años ya, pelotudo! Yo estoy aquí: tirado junto al lago, mirando el cielo. Esperando que abran el colegio. Mirando el cielo… ¿Y usted dónde anda? Bien arriba, espero”. Es Fernando Molano Vargas. ¿Lo recuerdas? ¡Ahhhh!, ya no sé si leíste ‘Un beso de Dick’… ¿cuántas cosas tuyas se me habrán quedado en el desconocimiento? ¡Mera impotencia no tener idea! Fernando es el mismo que escribió ‘Todas mis cosas en tus bolsillos’, ese librito hermoso en el que me enseñaste a leer. Ya no lo tenía presente, pero S llegó con él como si nada, feliz, un día en el que le conté que la comida, otra vez, había empezado a saberme a tierra. Me dijo: “No te puedes morir, pendeja, porque entonces yo me muero también”. ¡Qué locura! ¡Cómo si uno pudiera luchar contra el hecho de que la tristeza se le enrede en las venas y se le apodere del intestino! Además, yo no quiero morirme. Yo quiero leer y escribir mucho, y hacer el amor con A, y bailar, porque no sé si cuando se muere la felicidad cambia de forma, y la forma que hoy tiene me gusta en demasía.

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¿Será que si te pido que le des un beso a Fernando de mi parte puedes dárselo? Si puedes, hazlo… Es que si supieras qué cosa tan triste esa de ‘Un beso de Dick’ (aunque si es cierta mi teoría, a estas alturas, obvio, ya la sabes): es la historia de dos chicos que se enamoran, Felipe y Leonardo, en una sociedad trasegada, visceral y cruel, que no entiende que el amor se da sin distinciones de género. Es la historia de dos chicos que preferirían ser los personajes de un libro porque al menos en el libro podrían irse de sus casas para evitar ser tratados como enfermos, sin sentir frío y sin el temor latente de morir de hambre, porque al menos en el libro el frío y el hambre no serían más que las ficciones con las que otros nos sostenemos. Y no te digo nada más porque, aunque creo que es permitido hacer spoiler de aquí al cielo, esto lo va a leer más gente, y la gente últimamente anda por ahí muy sensible con eso de no querer saber con qué se va a encontrar en cualquier obra. Lo que sí te digo es que el drama de esos dos chicos no es solo el drama de esos dos chicos: es el drama de los pobres, de los negros, de los adictos, de los indígenas, de los feos, de todos los que no encajan en los cánones establecidos por la izquierda, por la derecha, por el centro, por las élites, por los que está arriba y mandan sobre los que están abajo y obedecen. Y te cuento esto con rabia después de que le llegara a nuestro país inmune al dolor la noticia de que habían sido asesinados unos niños en un campamento guerrillero bajo la excusa de que si estaban allá no era jugando fútbol, como si un niño tuviera la potestad de elegir cargar un arma ante el abrazo de la sociedad mezquina a la que por mera suerte fue a parar. Otra vez: ¡Qué mierda! Más bien cierro la llave del grifo y me voy a dormir. Y una última cosa: mejor que estés muerta, mamá, para que no tengas que cargar como yo con el dolor de esta maldita humanidad, con el dolor de estar viva.

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