Antonio García Ángel: el escritor al que no llaman dos veces

Fotos: Jesús Suárez

En la casa de Antonio García Ángel hay muchas cosas: libros, plantas, hilos, amor, un gato ausente, libros, juguetes, agujas, canutillos, pinturas. Son tres pisos abarrotados de objetos encantadores y, sin embargo, desde que estuve allí no he podido dejar de pensar en uno específico: en el corazón del comedor hay dispuesta la reinterpretación de un Málevich. Aunque tal vez no lo sea. Tal vez es una apreciación mía que el sujeto que mira con los ojos cerrados a los comensales es el compendio de un tratado de geometría. El sujeto, claro, que detrás de sí tiene gotas de lluvia o de llanto no es más que el interlocutor inanimado de una casa que está situada en el número 409 de cualquier conjunto residencial del barrio Pablo VI.

—Me fascina ese cuadro. —Le dije a Katherine, apuntando con el índice a la imagen suspendida de la pared principal.

—A mí también me gusta. Lo hizo la hija de Antonio.

—¿Sí? ¿Es artista?

—No sé, pero me parece que lo hizo la hija de él, ya no recuerdo. —Me respondió concentrada en un tumulto de ropa desordenada que a toda costa intentaba meter en un bolso que no tenía espacio disponible.

***

Me crié con mis papás en Cali. Vivíamos en una casa grandota en San Fernando, con dos hermanos (yo soy el mayor), y nada, recuerdo una infancia muy agradable porque viví en una época en la que se podía jugar en la calle y hasta tarde y los adultos no tenían que andar vigilándolo a uno, además, mi papá es médico, pero siempre fue muy buen lector, entonces gracias a él teníamos biblioteca, enciclopedias y literatura, y por eso siempre leí. Si me preguntás por el primer libro de grandes que me devoré, te digo ‘Relato de un náufrago’, de García Márquez, a los 9 años, y de ahí en adelante, cositas que tenía al alcance de la mano y que iba detectando… Me gustaba mucho, por ejemplo, Daniel Samper Pizano, me divertía cantidades con sus obras: ‘Piedad con este pobre huérfano’, ‘A mí que me esculquen’, ‘Postre de notas’, ‘Llévate estos payasos’.

—¿Hoy todavía le gusta ‘Relato de un náufrago’?

—Sí, y en ese momento me encantó. Me lo leí en una sentada y creo que desde eso me quedé enganchado a la literatura. Recuerdo un viaje que hicimos a Coveñas en el que me insolé por andar leyendo ‘La isla del tesoro’ —se ríe sinceramente: los ojos le brillan, se sumerge los dedos entre el cabello, y cambia de posición: pone el tobillo izquierdo sobre la rodilla derecha y una media azul de líneas diminutas y blancas parece respirar luz debajo de un pantalón vinotinto—. También es que cuando uno es malo para las matemáticas, malo para la geometría, malo pa’ la química y malo pa’ todo, se termina aferrando con uñas y dientes a lo que le sale bien. En mi caso era eso: leer y escribir.

—¿Esa es la razón por la que estudió Literatura y Comunicación?

—Sí. Como en noveno descubrí a Andrés Caicedo y eso fue una especie de mazazo en la cabeza porque todo lo que yo había leído pasaba lejos, eran historias nada cercanas, entonces de pronto leer a Andrés Caicedo y saber que dentro de sus libros había gente pasando por la quinta, por la Roosevelt, por la heladería Dari Frost, ¡Dari Frost!, donde yo comía helados con mis papás, fue como: What? ¿Se puede hacer literatura con elementos que uno más o menos conoce? Y ahí como que se me fue afianzando la vocación de escritor y amplié mi rango de lecturas.

—¿Y la universidad?

—Bueno, cuando me gradué del colegio quería ganar independencia, venir a la gran ciudad… y me vine con la idea de estudiar Comunicación, aunque mi vocación no fuera de comunicador social, sino de escritor, pero pues eso era lo que había pactado con mis papás con el cuento de que acá estaban los grandes medios, porque obvio no me iban a dejar estudiar Literatura lejos de Cali. Lo que pasó en el proceso es que me empezó a parecer que Comunicación era muy fácil, así que me matriculé a escondidas en Literatura.

—¿A escondidas? ¿Cómo se pagó la carrera a escondidas?

—Pedía más plata. No me decían: “Mostráme el recibo de la Universidad”. Cuando le conté a mi papá que estaba haciendo dos carreras fue ganancia, no me dijo: “¿Me habías estado pidiendo plata para hacer una segunda carrera? ¡Es el colmo!”, no, porque el propósito era noble, si se quiere, era estudiar.

***

—¡Encontré mi libro! Hace días lo estaba buscando y no lo encontraba. Lo tenía mi niña en la biblioteca de ella. Ay, mi niña, tan bonita, ya casi viene. —Dijo Antonio con una voz tan azul como la camiseta que llevaba puesta, cuando terminaba de subir las escaleras que dan paso a la sala. 

—¿Me lo muestras? —Le respondió Miguel, al tiempo en que se lo recibía.

Hubo un silencio veranero. Pausado. Perezoso. Todos nos reunimos alrededor de ‘El taxista llama dos veces’ (Penguin Random House, 2017), como para rendirle culto. Leíamos, detallábamos los dibujos, nos sorprendíamos al unísono, veíamos las manos de Miguel darle vuelta a cada página como si tuviera miedo de arrugar un papel con mucho gramaje. De pronto, rompíamos esa sensación de quietud para hacer algún apunte referente a la infancia o a la situación política del país, hasta que se corrió la voz, de un piso a otro, de que iban a empezar a grabar. Bajé rápido. Y entré al cuarto de la niña. Todo estaba desordenado por las cámaras y la gente. Vi una cama semidoble con sábanas y cobijas rosadas, un escritorio y una biblioteca atestada de libros y de juguetes artesanales. Vi un nenuco desnudo y tatuado por unas manos chiquitas y les dije a todos: “Miren”. Algunos tomaron fotos. El papá dijo que no lo había visto antes.

Hubo, otra vez, un silencio robusto, y pensé en el cuadro.

***

—Cuando se graduó, ¿dónde empezó a trabajar?

—En La Mega.

—¿De locutor?

—Sí, abría ‘El mañanero’ con Villalobos y con Andrés López. Duré 4 meses y no lo soporté más. En ese momento ‘El mañanero’ era la súper bestia, tocaba estar feliz a las 6 de la mañana y me parecía tan vacío todo. En esas me salió un puesto en un programa que se llamaba Papaya, de Caracol Televisión.

—¿Qué hacía en Papaya?

—Presentaba y hacía notas. El programa se acabó muy rápido y me dediqué a escribir mi primera novela.

—¿‘Su casa es mi casa’ (Planeta)?

—Sí. La fui haciendo muy de a poquitos —se acomoda nuevamente. Pone el tobillo derecho sobre la rodilla izquierda y se esfuerza porque su explicación no salga con polvo de entre sus recuerdos—. En el 95, conversando con un par de amigos en la Javeriana, Claudia Vargas y Juan Carlos Rodríguez, se nos ocurrió que cada uno hiciéramos una novela policíaca. Ese día llegué a mi casa y escribí el primer capítulo. Cuando nos volvimos a ver les dije que ya había empezado y me preguntaron: “¿De qué está hablando?”, y bueno, me demoré 6 años en ella. La publicaron en el 2001.

—Terminó de escribir la novela en el 2000, ¿y luego?

—Me dieron trabajo en Soho como Editor de Especiales, de 2003 a 2004.

***

Llamada de Bogotá a Madrid:

—Mira que estoy trabajando con un tipo que es escritor y no sabía.

—¿Cómo se llama? —quiso saber mi interlocutor al otro lado del teléfono.

—Antonio García Ángel.

—Ah, sé quién es.

—Tan mentiroso.

—En serio —carcajadas—, le hice una entrevista sobre una novela que no recuerdo cómo se llama… mmmm, ‘Recursos humanos’, creo. —Me contó el periodista de El Mundo con el que hablaba.

***

En 2004 me gané una beca de Rolex que se llama ‘Iniciativa artística para maestros y discípulos’. Consiste en que a uno le ponen un gran maestro de mentor para escribir una novela. A mí me tocó Vargas Llosa. Me entusiasmé mucho porque me fascina su literatura y renuncié a la revista, aunque seguí de columnista algunos meses.

—¿Cómo se ganó esa beca?

—A esa beca te invitan. Uno no puede postularse, otros te postulan.

—¿Y quién lo postuló?

—Había un comité nominador: Alberto Fuguet, Jorge Rial, Jorge Volpi, Adriana Cepeda y Santiago Gamboa, que fue el que me postuló. Si el comité dice que sí, a uno le avisan y le toca mandar unos papeles, muestras de escritura, y presentar una entrevista.

—¿Con quién?

—Con Vargas Llosa. Fui hasta Lima para verlo.

—Y, ¿de qué hablaron?

—Pues yo no pensé que fuera a ganar, la verdad, estaba muy convencido de que no. Estuve una noche con él echando carreta. En esa época estaba leyendo mucho a Cabrera Infante, y sabía que ellos eran amigos, entonces básicamente me fui allá a preguntarle cosas sobre Cabrera Infante… los postulados éramos 3, cada uno tuvo su cena con Vargas Llosa, me eligió a mí, según él, porque yo era el que más lo necesitaba, los otros estaban más formados y eran mejores.

—¿Cuánto duró la beca?

—Un año… un año de estar viajando a verlo a él y de dedicarme por completo a ‘Recursos humanos’, que en Colombia se publicó en Planeta y en España en Lengua de Trapo.

***

—Voy a escribir un perfil sobre un man con el que estoy trabajando, y al que creo que todo el mundo conoce menos yo. —Le dije a F con toda mi atención puesta en unos libros que ordenaba.

—¿Ya lo entrevistaste? —Me respondió desde el baño.

—Sí, hablé con él en la oficina. Y estuve en su casa para unas grabaciones de ‘Caja Menor’.

—¿Cómo se llama?

—Antonio García Ángel.

Salió con el índice derecho levantado y se soltó en una carcajada:

—Yo también lo conozco.

Nos reímos los dos.

—Trabajamos juntos hace, ufff. A veces lo veo en eventos por ahí y le pregunto por su niña… Violeta, se llama.

***

Después de ganarme la beca y publicar mi segunda novela, ¿qué hice? Entré a ser Coordinador del programa ‘Libro al Viento’. En 2010 publiqué cuentos: ‘Animales domésticos’ (Penguin Random House); en 2015 un ensayo sobre Álvaro Mutis, ‘Jumma de Maqroll el Gaviero’ (Tragaluz), en el 2016, saqué ‘Declive’ (Penguin Random House), mi novela más reciente; en el 2017, ‘El taxista llama dos veces’, un cómic que hice con un par de amigos: Keco Olano y Juan Carlos Rodríguez; ah, y escribí, junto a Pilar Quintana, una película que dirigió Carlos Moreno: ‘lava perros’.

—¿Es distinta la narrativa audiovisual a la narrativa literaria?

—Sí, pero no es más fácil.

—¿No es más fácil?

—No. Es distinta pero no es más fácil. Yo pensaba que era más fácil de hacer un guion porque no tenés que ambientarlo todo como en la novela —me dice mientras se peina según él, se despeina según yo. No cambia de posición, no mueve las manos cuando habla. Sus ojos van a mis ojos, de mis ojos a la mesa, de la mesa al vacío—. En los guiones cinematográficos se hace un inventario del mobiliario, el lugar, un par de pinceladas y ya. Entonces pensaba: ¡buenísimo! Uno no tiene que andarse desgastando con la prosa… y no, es difícil, es difícil porque hay que atender un montón de cosas que no se tienen que atender en la literatura. Por ejemplo, en una novela yo hago explotar un helicóptero en 5 pesos de papel y tinta; en una película explotar el mismo helicóptero cuesta un montón de plata.

—¿Tiene más proyectos compartidos con Pilar?

—Sí. Estamos trabajando en una obra de teatro que va a dirigir Mario Duarte… Lo que hacemos es que ponemos nuestros computadores uno al lado del otro y vamos escribiendo y al que le salga algo le dicta al otro y así.

—¿Y en televisión? ¿Cuál es su experiencia?

—Cuando Colcultura se volvió el Ministerio de Cultura, hacía parte del equipo de Comunicaciones, y una de mis funciones era hacer un par de documentales para televisión, para la franja de Señal Colombia, uno era sobre el amor, otro sobre el trabajo. Después, escribí una serie web: ‘Atlético Victoria’. Después un proyecto que no salió al aire y ya en el 2017, si no estoy mal, hice los guiones, la presentación y parte de la investigación de una serie documental de Telepacífico que se llama ‘Buena letra’, y ahora estoy con ‘Caja Menor’.

***

Marcela y yo nos reunimos con Antonio hace 3 días para hablar. En medio de la conversación, nos pidió un momento para contestar el celular. Seguimos hablando. Nos pidió otro momento para volver contestar. Hizo una llamada. “Perdón, pero es que mi niña está abordando un avión en Atlanta y tengo que hablar con ella y con la mamá”, le escuchamos decir. “Tranquilo”. Colgó y siguió hablando, como si cualquier cosa, del programa en el que estamos trabajando todos los que aparecemos sin introducción a lo largo de este artículo: ‘Caja Menor’. Me distraje en las estrategias que teníamos sobre el escritorio y sentí un escalofrío dulce en todo el cuerpo: tremendo cómo las personas a las que amamos nos acompañan siempre: en un cuadro, en un libro, en un juguete, en los amigos, en una pausa.


También puedes leer: 

SOBRE EL TRECE  |  SALA DE PRENSA   |  CONTACTO   |   DIRECTORIO   TÉRMINOS Y CONDICIONES  |  PQRS

Ir al contenido