Letras pal trancón: volumen IV

En este volumen los cuentos y letras se unen para acompañarnos a las fechas que más acercan: navidad, y obviamente a los trancónes que hay en una ciudad como la nuestra.

El amor es…

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Deténgase un momento y reflexion?

¿Es vital amar y ser amado?

¿Para usted que significa el amor?

El amor es la infelicidad más hermosa del mundo

El amor es…

Caminemos hasta encontrarnos en la mitad del encuentro. Eso le dije. Bajo el sol abrasador me dirigí hacía el improvisado lugar de llegada, sabíamos cuál era, nadie más podría entenderlo; son años de conexión, encajamos como dos piezas de rompecabezas. Piezas que no encajan naturalmente, pero que con suficiente esfuerzo pueden acoplarse. Al final, la figura es “perfecta”.
Pensaba decirle que no todo en la vida es dormir. Verán, ella es como una foca: si pudiera dormir toda su vida creo que sería capaz de hacerlo; es más, si existiera una profesión llamada focalogía (me refiero al estudio de las “focas del sueño”), estoy seguro de que el Nobel sería para ella. En fin, mientras camino por esta avenida típica bogotana busco una forma de convencerla de que la felicidad de una pareja se encuentra al equilibrar el sueño y el sexo (algunas veces la comida influye, pero esta puede estar combinada con las otras dos).
Quería sorprenderla, algo así como llevarla a nuestro nidito de amor, ese que podemos alquilar por algunas horas. Antes de iniciar comeríamos una hamburguesa con papas y Sprite, luego nos comeríamos y al final dormiríamos como focas hasta que mágicamente la palabra “¡tiempo!” arruinara nuestro momento.
Tiempo: esa palabra es como una maldi-bendición. En el amor el tiempo no existe, tal vez quien lo inventó no era amado. Es difícil de explicar, pero si usted está con la persona que ama, la palabra tiempo es relativa, el reloj se va al carajo y lo que cree que pasa en horas, puede ocurrir en un breve instante. Vivimos vidas infinitas y no lo notamos. El silencio, la mirada, el beso eterno, el sueño ilusorio que transcurre en el sexo, el abrazo melancólico, la sonrisa de momento, el llanto que carcome el sentimiento. Soñar mientras vivimos el sueño, ese es el punto, momentos efímeros, pero a la vez tan infinitos. Podría asegurar que mientras la besaba sentía que una vida pasaba, una vida en un beso de un minuto, un beso de un minuto en el coito de tres horas, el coito de tres horas en una mirada, una mirada en un te amo, y un te amo en novecientas diez noches de sueño, sueño dentro del sueño. Algo así como un momento corto-infinito.
Ella y yo desnudos, en la cama, entrelazados como uno solo, dos siendo uno; cuerpo y alma se juntan para declararse amor eterno. Mientras dormía yo la observaba, notaba la delicadeza de sus rasgos, la ternura expresada en su rostro, su pecho contrayéndose, indicando que aún respiraba, y que a mi lado segura se sentía. Verla era como escuchar una bella melodía tarareada por la voz de Adele o interpretada en el piano de Ludovico. Creo que el amor es eso, amor es sentirla en mi pensamiento, en mi cuerpo, en mis sueños. Amor es contar sus lunares desde la frente hasta los senos, entender lo que quiere decir su silencio, escuchar su voz en una canción, un mensaje, un recuerdo… sé que la amo, la amo sin ataduras, sin mesura; suspira, da media vuelta, pone su culo en mi pelvis, la rodeo con mis brazos, ahí está, un momento corto-infinito…

¡TIEMPO!

Despierta me besa. Es hora de irnos. Amor es sentir que vivo una vida a su lado en unos cuantos minutos.

La infelicidad…

Amar se asemeja mucho a batallar, nada en nuestra vida es tan sencillo,cada cosa que hacemos requiere una lucha por más mínima que sea y todo con el fin de conseguir lo que se quiere. Verán, luego de salir de nuestro nidito alquilado, fuimos por algo de comer. Encontramos un lugar, un rincón entre la calle que se asemejaba al vagón de un tren, ahí comimos unos buñuelos frescos acompañados de un delicioso vaso de avena… la comida es el mejor plan después del mágico acto sexual. También es un gran estimulante de la memoria; el olor y el sabor son dos factores que te pueden llevar a momentos del pasado, o anhelar que algo suceda en el futuro.
Mientras comíamos vinieron a mi mente aquellas batallas que hemos librado. Llevamos años juntos en secreto, encerrados en una maldita prisión donde el amor es limitado, complejo y en ocasiones asfixiante. La negación y el rechazo son como la penumbra, la niebla que nubla la vista y no te permite avanzar, que en ocasiones nos ha hecho dudar de nuestra continuidad.
Lo que viene a continuación es lo que llamo la batalla del amor contra el amor. Quien más te ama es también quien mejor te puede lastimar. Amar implica conocer cualidades y defectos, un pasado, un presente y una idea de futuro. Y en una conversación cualquiera, herir es algo impensado que puede ocurrir de la manera más sencilla… Ella miraba al horizonte y estoy seguro de que, como a mí, vino a su mente cada una de las ocasiones en donde nos enfrentamos hasta casi decir adiós. Creo que estamos tan conectados que, mientras hablamos de cualquier cosa, pensamos en el mismo enfrentamiento. Es en este punto donde una relación y nuestra historia cobran ritmo; como en la literatura un escritor tiene un estilo propio, una forma de desviación; así también nuestra relación tiene una forma característica de desviar, de ascensos y caídas que la hacen propia y única.
Todo ocurrió en una noche poseída por la ira y la sinceridad. Decidimos dormir tarde y disfrutar de una conversación virtual, hasta que nuestros ojos y pulgares no pudieran más. La sombra de la negación y el rechazo nos había debilitado en un último encuentro y el fuego que da origen a la discusión no tardó en encenderse. Creo que uno de las cosas más complejas en los seres humanos, y sobre todo en el amor, es la confianza… la verdad es que mi confianza ya no existía; en realidad confiaba en que en su corazón, ya no era el único.
La madrugada llegó, y la conversación pasó de un placer del diálogo a un placer de la ira. Verdades no dichas en años iban y venían, ofensas en forma de espada estocaban lenta y constantemente las entrañas. ¡Bum! Nuestra mente estalló y el corazón se dio por vencido. Aquí no hay amor que valga sino el orgullo de tener la razón. Finalmente, decidimos apartarnos, dejarnos sabiendo que dolía y que la noche transcurriría entre lágrimas, incertidumbre y arrepentimiento.

¡TIEMPO!

Ya habíamos terminado de comer, era hora de irnos, la sombra nos perseguía… recuerdos dolorosos en un nuevo momento corto-infinito… batallas del amor recordadas mientras nuestro apetito quedaba satisfecho.

Más hermosa del mundo.

No vivimos juntos. Quisiéramos, pero por ahora hay que conformarnos con compartir unas horas y el camino a nuestras casas. Vamos en el bus hablando de cualquier tema: de psicología, de literatura, de cine; podemos decir cosas profundas y estupideces al mismo tiempo. Eso es lo más bello. Piense que la vida es como construir un texto, uno que está conformado de microestructuras que componen una macroestructura y a su vez, en conjunto construyen una superestructura.
La superestructura es aquello que llamamos vida, las macroestructuras son todas las cosas tangibles e intangibles que llenan nuestra vida (el dinero, los objetos, el amor, el sexo, etc.) y las microestructuras son los momentos, las simplezas que dan sentido a la vida, que trascienden el espacio y el tiempo, y que perdurarán en la memoria hasta el día en que nuestro aliento vital se extinga.
Imagínela, a su pareja, a su futura pareja, a la persona que le mueva el piso. Ubíquese con ella en algún lugar, el que usted prefiera; ahora imagine que están conversando, el tema también es de su elección. Fíjese en su rostro, detállelo, vaya de arriba hacia abajo, empiece por el cabello sin olvidar su color, continúe por la expresión revelada en las arrugas de su frente o descrita por la forma de sus cejas. Deslícese por el dorso nasal hasta llegar al pliegue alar, tome un desvío por la mejilla hacia el pómulo, repita este recorrido de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Al final, vuelva al centro del rostro, deténgase en el arco de cupido y ríndase ante la comisura de sus labios; dígale algo gracioso, hágala sonreír y descifre lo que su sonrisa le quiera decir. Pegue un brinco de su boca directo a sus ojos; ellos no mienten, su brillo, su expresión, su color, le dirán si la conversación tiene algún efecto en su ser interior. Termine descendiendo de nuevo, de sus ojos a su barbilla, hágalo lentamente o se perderá aquello en lo que no se fijó; sea consciente de sus orejas, cuente cada una de sus pequeñas estrellas, esas manchas que adornan su rostro. ¿Ya terminó? Si es así, retire el zoom e intérnese completamente en la conversación.
Ahora fíjese en su corporalidad, entienda lo que su cuerpo le quiere decir. Todo la describe como persona: analice las expresiones de alegría, de tristeza, de ira; sus manos, ese conjunto de diez dedos, dice más que mil palabras, tómelas, siéntalas como suyas. Lo infeliz: aprenda a amar sus defectos, sienta que no quiere estar con esa persona por todas aquellas razones por las cuales algún día la odiaría, pero, no la odie tanto; hay un equilibrio, existe cierta fascinación por amar y odiar al mismo tiempo.
Discutir, callar, abrazar, soltar, bailar, caminar, dormir, soñar, comer, ayunar, lograr, fallar, viajar, esperar, flotar, aterrizar, maldecir, bendecir, follar, alejar, escuchar, inspirar, insultar, enseñar, aprender, perdonar, valorar, comprender, nalguear, morder, besar… todas las cosas que son y no son si es con esa persona, todo lo que en pareja significa amar. ¿Lo ve, querido lector?¿Entiende lo que quiero decirle?
Acaba de construir texto, esa persona, esa pareja por quien siente algo acaba de ser construida por usted. La belleza de escribir con la mente. Ir de lo micro a lo macro, y al final es simple… ella y yo, usted y ella, usted y él… ambos somos, son, mera y simple…
–Te amo– dice ella mientras me besa y se despide. Baja del bus y la veo caminar, alejarse, no sé si juntos habrá un mañana. Qué hermoso es ver el ritmo que lleva al andar.
Tan parecidos, tan diferentes; como el verso y la prosa, son tan distintos, pero tan poéticos… al fin y al cabo, somos mera y simple literatura.

La infelicidad más hermosa del mundo

–Santiago Parra.

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Un viaje sonoro

―Se deslizó entre sus contrincantes tal como el viento fluye entre las hojas de un árbol en otoño: con una habilidad sigilosa e impecable y… ¡GOOOOOOOOOL DE VARGAS!
Martínez era un hombre lúcido y enérgico, rara vez alguien podía predecir para donde iba con sus narraciones, utilizaba retruécanos, rimas, símiles, juegos de palabras y adivinanzas que maquinaba en cuestión de milisegundos para hacer sus locuciones de fútbol. Los partidos que él locutaba eran los más escuchados a nivel nacional. Muchos creían que eran más emocionantes que subirse a una montaña rusa, y que, incluso, la afición por el fútbol que había en el país se debía más a las narraciones del locutor que a un gusto por el deporte en sí.
Eran los últimos días de mayo, de un mayo caluroso y ajetreado por el furor futbolero de la gente, pues en cuestión de semanas comenzaría el Mundial de Fútbol. Las emisoras se disputaban a Martínez como si fuera objeto de una subasta, pues se tenía la creencia de que quien lo contratara triplicaría aumentaría sus ganancias anuales. Hasta que el mejor postor, el director de una emisora capitalina, consiguió firmar un contrato con el locutor garantizándole todos los gastos pagos para que hiciera un cubrimiento del torneo al otro lado del mundo y, adicionalmente, para que tuviera una semana de vacaciones con todo incluido.
―Martínez, mañana lo recogen a las 3:15 a.m. para llevarlo al aeropuerto. Cuando llegue allá, habrá un hombre que lo conducirá al hotel y a las instalaciones del estadio. Vamos a llegar bien lejos, ya va a ver.
El frío de la madrugada era tan intenso que se metía entre los diminutos orificios del tejido de su suéter de lana y atravesaba la piel hasta entumecer los huesos, pero eso no fue impedimento para Martínez, ni un motivo para quedarse en un trancón de cobijas prolongado, todo lo contrario, estaba listo esperando a su conductor desde las 2:48 a.m.
―Buenas. Hay un cambio de planes, no haga preguntas, solo cumpla con su deber, vamos a esta dirección. ―dijo Martínez pasándole al conductor un trozo de papel que tenía una nota escrita con una letra precipitada y una tinta azul oscura.
―Pero, señor, eso es fuera de la ciudad y perderá su vuelo…―replicó el conductor confundido.
―Haga caso, ¿no le dije? ―insistió el locutor.
El conductor anduvo en silencio y sin detenerse hasta que llegó a un hotel que quedaba en medio de la carretera de la salida occidental de la ciudad. Era un lugar desolado, frente a un precipicio, con un estilo gótico tan lúgubre que parecía construido en Transilvania durante el siglo XVII. El periodista tomó sus cuatro maletas con habilidad de malabarista y se adentró en la oscuridad de esa caverna.
―Señorita, necesito una habitación amplia con disponibilidad de un mes. Cancelaré el costo en efectivo.
―Claro, señor Martínez, mucho gusto, soy una gran admiradora suya, me enamoré del fútbol desde que escuché su voz en la radio, para figuras así siempre hay lugar en nuestro hotel. Haré todo lo posible para reservarle una de las mejores habitaciones que tengamos. Por favor muéstreme sus documentos de identidad para registrarlo.
Martínez pasó sus documentos, mientras movía sin parar sus pies y manos, como mostrando que no tenía un solo minuto para perder. Una vez le confirmaron la habitación se dirigió al ascensor y gritó a lo lejos: ¡Más vale que mantenga este registro en completa confidencialidad, nadie tiene por qué saber que estoy aquí!
―Gana el que creía que iba a perder y pierde el que esperaba ganar, eso es todo lo que puedo decir del triunfo inminente de México en las semifinales. ―sentenció y salió del aire cerrando como siempre solía hacerlo, con broche de oro.
No se le había visto por más de tres semanas. Martínez, en la soledad de su habitación, hacía sus locuciones, se duchaba, veía los partidos y pedía su comida al restaurante del hotel por teléfono. Su vida era un enclaustramiento voluntario y placentero. Para el personal del hotel su estado era incierto, pero se creía que seguía bien en tanto hacía sus locuciones con la misma brillantez que siempre lo destacaba. El director de la emisora no había sido notificado de la presencia del locutor en las cabinas de radio del estadio, y ni le interesaba el motivo de ese hecho, pues el dinero comenzaba a ser rebosante en la emisora gracias a los millones de radioescuchas que había adquirido por las narraciones de Martínez.
Su vida de ermitaño le resultaba acogedora, pero el aire reciclado de la habitación comenzó a resultarle molesto. Quedaba una semana para dejar de pretender su viaje y volver a socializar con el resto del mundo, así que había que actuar con cautela para no echar a perder todo su plan y poder aprovechar los pocos días de soledad –o paz– que le quedaban.
Salió a las 4:22 a.m. poniendo una toalla en la cerradura de la puerta para que la puerta no sonara al cerrarse, iba descalzo y sin ningún objeto de metal, tenía todo planeado para salir a respirar un poco de aire libre y frío, y luego regresar a la habitación sin ser visto. Caminó por esos corredores, tan lúgubres como la fachada del hotel, triunfando en su objetivo. Solo necesitaba unos minutos, breves, pero efectivos, para oxigenar su cabeza y así prepararla para el cierre magistral que le esperaba con la final del Mundial. Solo unos pocos minutos para renovar su mente. Caminó con el sigilo de un gato que camina al borde de una ventana, hasta que llegó al ascensor, lo pidió temiendo que el sonido al presionar el botón lo delatara y esperó con una gota de sudor en la parte superior derecha de la frente por la tensión de ser descubierto. Cuando el ascensor se abrió en su piso, lo esperaba al menos una docena de periodistas y fotógrafos que lo enceguecían con el flash de sus cámaras.
Al siguiente día, Martínez era titular en todos los periódicos del país y de algunos medios internacionales. El mundo estaba conmocionado, no se sabe si por la mentira del locutor, por las deslumbrantes narraciones que hizo a pesar de no estar en el lugar de los hechos, o porque hasta ese momento todos habían amado un deporte ajeno a la tradición cultural del país solo por él. Cuatro años después, el Mundial de Fútbol era un tema insignificante a nivel nacional y se incubaba una nueva fiebre narrativa que deleitaba a la gente de todo el país: los programas de farándula.

Ana María Betancourt Ovalle

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¿Dónde están los diamantes?

—¡Mis diamantes han desaparecido! ¡Clementina, Clementina! ¡Clementina, ayúdame! —gritó la señora Ri. Era temprano. Su cuarto estaba muy desordenado. La ventana abierta, al igual que el armario. Todo estaba tirado en el suelo.
—¡Por Dios! —chilló Clementina, la empleada del servicio doméstico y ama de llaves, al ver el caos de la habitación— ¿Qué pasó? ¿Se encuentra usted bien? —preguntó angustiada y tomó las lívidas manos de su señora que estaba destrozada y súbitamente comenzó a llorar.
La vieja señora asintió, mientras se limpiaba las lágrimas con elegancia.
–Mis diamantes —murmuró, casi susurrando— han desaparecido Clementina. ¡Desaparecieron! ¡Todos! Llevo horas buscándolos; por eso el desorden.
En la comisaría de policía, un teléfono sonaba estrepitosamente.
—¿Diga? —respondió una voz masculina— Sí soy yo. El detective López de la policía. ¿Qué puedo hacer por usted?
Más tarde, alguien llamó a la puerta. Era mediodía. La señora Ri estaba muy triste y se sentía devastada. Eran sus diamantes favoritos, sus pertenencias más preciadas. Un regalo de su difunto esposo multimillonario.
El ama de llaves abrió la puerta de la mansión.
—Buenos días, señora —saludó un oficial de la policía— Soy el detective López y estos son mis colabora-dores. ¿Podemos pasar?
Clementina los guió hasta la alcoba de su señora.
La dama estaba sentada en una silla pequeña. Lloraba. La habitación se veía caótica. El oficial López saludó a la señora Ri y procedió con el rutinario interrogatorio. Las dos mujeres respondieron todo el cuestionario. Mientras tanto, la unidad de investigación había comenzado a examinar la escena del robo.
Unas horas después, la policía se dispuso a salir.
—Mañana volveremos —le prometió López a las dos señoras.
A la mañana siguiente, regresó con más hombres y aparatos para registrar toda la mansión.
Terminadas las investigaciones pertinentes, el detective se reunió con su equipo.
—No entiendo —les dijo con el ceño fruncido y visiblemente consternado—. Ya hicimos todo lo que tenía-mos que hacer y ni una sola pista. Ya es tarde. Tendremos que venir mañana.
Al día siguiente, el oficial López ordenó a sus hombres interrogar a los vecinos y él habló de nuevo con la señora.
—¿Quién visita regularmente la mansión? —le preguntó.
—Mi jardinero —respondió ella—. Viene con frecuencia. La última vez que le vi fue el martes en la mañana.
¡El martes! Los diamantes fueron robados el martes en la noche. López dio a sus subalternos las órdenes pertinentes. Unas horas después, el jardinero fue arrestado e interrogado.
Pero él no era el ladrón. Entonces, ¿dónde estaban los diamantes?
Los días pasaron y a la mansión no llegaba ninguna noticia sobre el ladrón o el paradero de los diamantes.
¿Dónde estarían los diamantes?
La señora Ri seguía muy triste y no se sentía nada bien. Clementina comenzó a preocuparse.
Mientras tanto, en la estación, unos policías arrastraban a un hombre hacia la oficina del detective López.
—Detective —llamó un oficial—, mire lo que encontramos. Mientras lo decía, un compañero se apresuró a vaciar una bolsa sobre el escritorio del superior.
López examinó el contenido del paquete. Varios collares, pulseras y anillos de variadas piedras preciosas resplandecían ante sus ojos. ¿Estarían los diamantes de la señora Ri entre toda aquella joyería? Sonrió satis-fecho.
De repente, el oficial tomó sus cosas y salió rápidamente de la oficina.
—¿No quiere interrogar al ladrón, señor? ¡Señor! —preguntó uno de los oficiales, al ver que López los abandonaba de esa manera.
El detective lo ignoró y desapareció.
—¿Quién es? —preguntó Clementina, al oír que alguien tocaba el timbre con insistencia.
—Soy yo. —respondió una voz familiar—, el detective López. Tengo muy buenas noticias para las dos.
Clementina abrió la puerta. López le sonrió a modo de saludo. Ella también sonrió.
—¡Señora Ri! —saludó emocionado al verla— Tengo muy buenas noticias para usted.
La anciana sonrió. Parpadeó sorprendida. —¿En serio? Figúrese que yo también.
En ese momento, entró un hombre mayor. Llevaba una caja. –Aquí están sus diamantes, mi señora— dijo entregándole la caja a Clementina. La pobre estaba estupefacta, al igual que el detective.
—Pero… pero si nosotros arrestamos al ladrón —murmuró confundido.
—¿El ladrón? ¿Qué ladrón? —preguntó la dama— Se me había olvidado que yo le había entregado los diamantes al señor Sánchez. Es un joyero, ¿sabe?
López se sorprendió.
—Todo fue un malentendido —explicó la anciana, apenada—. Perdóneme, se lo suplico. A propósito, Cle-mentina preparó unas onces deliciosas. El señor Sánchez nos va acompañar ¿Gusta usted acompañarnos tam-bién?
El detective suspiró. Luego asintió sonriente.
—Sí. Gustoso.

–José Pablo Álvarez Acosta

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