Gabo, el eterno periodista

Gabriel García Márquez es mundialmente conocido por su faceta de novelista por ‘Cien años de soledad’, premio Nobel de literatura, que junto a otras de sus obras, hace parte de un telar llamado realismo mágico. Sin embargo, su faceta como periodista merece igual atención, revisión y admiración. 

¿Qué hubiera sido de nosotros si el periodismo no hubiera salvado a Gabriel García Márquez de ser abogado? Probablemente lo hubiéramos visto en los periódicos de sociales junto a figuras de la costeñidad más fina, o tal vez se hubiera quedado en un pueblo perdido del Caribe para ayudar a quienes lo necesitaran por ese innato deseo de hablar por  aquellos a quienes habían cosido sus bocas por una miseria aprendida. Nunca lo sabremos. 

Gabo fue reportero, columnista, cronista, corresponsal internacional y periodista. Hoy, 93 años después de su nacimiento, celebramos la terquedad de un hombre que vio en la escritura y en la crónica el sendero perfecto para llevar los hechos más cotidianos al mundo de lo maravilloso.  

"Soy  periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. Pero esos libros tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad de los hechos, que en el fondo son grandes reportajes novelados o fantásticos, pero el método de investigación y de manejo de la información y los hechos es de periodista”. Entrevista radial concedida a Darío Arizmendi. Caracol Radio, Bogotá, 30 y 3 de mayo de 1991. 

La jirafa

Si uno se sienta a leer su columna en el diario ‘El Heraldo’ llamada ‘La jirafa’ que firmaba bajo el seudónimo de Septimus, se encuentra con ojo y una pluma que era capaz de encontrar una historia maravillosa en el hecho aparentemente más cotidiano o pintoresco y no contento con ello, hacía que sintiéramos empatía por una vaca que se atravesaba en la calle de un pueblo perdido para ocasionar el trancón más grande del que se hubiera tenido memoria en aquel lugar. 

No era una vaca cualquiera

“Una vaca en el centro de la ciudad es una de las pocas maneras que se han descubierto para anticipar el domingo. En una ciudad donde cada esquina es, desde hace veinticinco años, un serio problema para el tránsito y cuyos habitantes no tienen otra noticia del campo que la botella de leche que todos los días amanece en la puerta de sus casas, la sola presencia de una vaca en la vía pública constituye una alegre y alborotada anticipación del domingo. La última semana, en virtud de milagrosa intervención vacuna, tuvimos un martes reposadamente dominical.

En medio de los automóviles paralizados, de los innumerables transeúntes que a esa hora se dirigían al trabajo, corridas las cortinas metálicas de los almacenes y mientras un altavoz anunciaba, a todo volumen, las excelencias de una droga insustituible, se registró la pequeña conmoción cronológica. Y allí estaba la vaca, seria, filosófica, inmóvil, como la simbólica estatua de un ministro plenipotenciario.

Gracias al cine y a la propaganda de los productos lácteos, los niños de la ciudad están capacitados para diferenciar una vaca de un tigre. Y hasta de un toro. Por eso cuando el agente de tránsito se acercó al animal, físicamente sembrado al pavimento, como un árbol de cuatro patas (y cola) y trató de persuadirlo por todos los medios conocidos de que prosiguiera la marcha, los chicos se esforzaban en los balcones por evitar que las autoridades echaran a perder el único espectáculo vivo que se ha ofrecido en muchos años. Y como la vaca parecía estar radicalmente de acuerdo con los niños, el profundo desprecio con que respondió a las sugerencias del agente de tránsito marcó el principio en una hora de fiesta brava, improvisada, que aplazó para el día siguiente la reapertura de las actividades comerciales”(…).

Septimus (Gabriel García Márquez) Publicada en El Heraldo de Barranquilla, el 3 de abril de 1951. 

Crónicas de imaginarias de un Chocó huérfano

Después de que se trasladó a Bogotá y comenzó a trabajar para el diario El Espectador fue comisionado como crítico de cine y luego reportero. Uno de sus textos más reconocidos fue una serie de crónicas sobre una manifestación en el Chocó que se publicaron en el periódico entre septiembre y octubre de 1954. En ellas narra con versatilidad y justeza las precarias condiciones en las que vivían los habitantes de este territorio que más de 70 años después, sigue sin padre ni madre que lo abrigue. 

Mario Vargas Llosa cuenta en su libro "Historia de un deicidio" que García Márquez inventó la protesta en Quibdó así como el periodista Néfer Muñoz en una nota publicada en BBC. Aunque Gabo fabricó la manifestación, no así el retrato del abandono estatal que plasmó en estos cuatro textos en los que su genialidad se vio desnuda gracias a la potencia de sus descripciones, la agudeza de sus comentarios y la ironía de sus párrafos escondida detrás del barro y la pobreza. 

“Tras una odisea de dos días de viaje por la selva, García Márquez y su fotógrafo llegan por fin a su destino y se llevan una sorpresa: la ciudad de Quibdó está en completa calma. El corresponsal local de El Espectador, Primo Guerrero, había falseado los hechos que había informado a la redacción en Bogotá. Es decir, García Márquez se percata de que la protesta por la que había sido enviado a reportear no existe. Ante este panorama, el joven periodista le dice a Guerrero que no quiere regresar a la capital con las manos vacías. Así que se ponen de acuerdo y, "con tambores y sirenas", ambos convocan y organizan una protesta para poder escribir la crónica y tomar las fotos”.

La aventura de ser un escritor militante en Latinoamérica 

Mucho se ha hablado de ‘Relato de un náufrago’, ‘Noticia de un secuestro’, pero poco se habla  de su tiempo como periodista cubriendo la caída y el ascenso de dictaduras latinoamericanas como la caída de Pérez Jiménez en Venezuela, la revolución cubana o el secuestro de diputados en la Nicaragua de Somoza. Sus impresionantes crónicas periodísticas  contrapuntearon con la publicación de sus novelas

Sin embargo, hay una en particular que encontré entre los libros viejos de papá y que me comí en tres horas: ‘La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile’ estaba lleno de hongos y parecía recién salido de la lavadora, pero conservaba intactas sus letras como si la editorial de Gabo, Oveja negra, tuviera un pacto con el tiempo. 

En 1986, Gabriel García Márquez publicó la historia de un exiliado que decide regresar a su país disfrazado de documentalista durante la dictadura de Augusto Pinochet, y un año después, el Ministerio del Interior reconoció haber quemado 15.000 copias de la primera edición en Valparaíso por órdenes del mismo Pinochet. Y así, sacudiendo la literatura y a las dictaduras del continente, Gabo siempre fue fiel a su amor más grande (aparte de Mercedes Barcha): la escritura

Esta semblanza aquí plasmada no es otra cosa que un mordisco en la esquina de un planeta inmenso pues no se cuenta su trabajo en la Agencia Prensa Latina, en las revistas Venezuela Gráfica, Alternativa y Cambio. Sin embargo, consideré importante hablar de las que más me han movido para, de pronto así, antojarte a leer a ese otro Gabo, el periodista eterno. 

Si quieres leer más columnas de Gabriel García Márquez de cuando trabajaba en El Heraldo, entra aquí:  

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