No quiero nada, soy antinavideño

La Navidad… ay la Navidad. La celebramos cada año sin falta con los nuestros, comemos como si no hubiera un mañana y nos ponemos metas para el año que viene creyendo a ojo cerrado que las vamos a cumplir. Lo de comer, los regalos y compartir con los allegados es bonito, ¡por supuesto! Pero un momentico, ya no soy tan navideño como quisiera. O las buenas costumbres cambiaron, o ya no las veo de la misma manera.

En fin, estoy seguro que hay más de un anti-navidad leyendo esto, uno que otro ‘Grinch’ con ganas de destruir la paz color rojo y verde que se respira. El Grinch es un anticonsumo, un antimaterialista, un antiapariencias, un incomprendido, pero tiene sus motivos para serlo. Así que les daré un par de razones ‘antinavideñas’, que quizá muchos no quisieran leer.

Comencemos con lo más maluco, el sincretismo y el origen: La navidad es la mezcla del cristianismo con el paganismo. Los romanos solían celebrar la llegada del solsticio de invierno del 17 al 25 de diciembre, agradeciendo al dios Saturno por las cosechas y a Sol Invictus por el nuevo periodo de luz. ¿Cómo lo hacían? Con grandes banquetes y regalos que se daban entre todos, como juguetes, decoraciones,  libros, comida exótica,  además de cartas o poemas – más de uno se animaría a una de estas celebraciones en el siglo III–.

Saturnalia: Pintura de Antoine Callet (1783).

También las personas llevaban túnicas más sencillas, las calles (que solían ser oscuras) se iluminaban con antorchas  y los amos y esclavos intercambiaban sus papeles (por molestar). Para cuando llegó el cristianismo, los papas Liberio y Julio I decidieron juntar la fiesta con el nacimiento de Jesús y así los romanos aceptarían la religión con más facilidad. Osea dos pájaros de un tiro.

Y así la historia se va completando con la incorporación de ‘Yule’, fiesta nórdica de la que proviene el arbolito, los tres Reyes Magos como unión del mundo persa y símbolo de los tres continentes conocidos hasta el momento (Europa, Asia y África), el nombre Navidad proveniente del latín ‘nativitas’ (nacimiento) y Papa Noel, una degradación burda y cómica de San Nicolás que se produjo en Estados Unidos, de la que se aprovecharon las grandes empresas para disparar el consumo. El resto es historia.

Con eso se puede derrumbar la navidad simbólicamente, si es que a uno no le gusta la mescolanza. Entonces cada quién verá  si celebra el solsticio, las nuevas cosechas,  el nacimiento de Jesús que no se sabe cuándo fue, la metáfora de los reyes, se compra un Santa Claus bien bonito, todo junto a la vez o nada junto a la vez. Y como mi elección es esta última, empiezan las preguntas.

¿Qué será lo que realmente celebramos hoy en el 2019? A mi parecer  la escapada de un año de mucho trabajo y de un mundo bastante exigente.  Las vacaciones caen como anillo al dedo y nos queda un respiro de quince días o un mes, en donde la Navidad se convierte en pretexto para reprogramarse mentalmente a  lo que se viene.  Así la navidad carece de un significado profundo.

Y si se quiere rescatar algo habría que pensar cuál ha sido el valor de la Navidad desde siempre, aun siendo fruto de ideales contrarios. Los nórdicos estarían de acuerdo en que se trata de pensar en el valor de las victorias, celebrar por el compartir, recordar a los amigos ausentes y los parientes fallecidos,  agradecer por el hogar y el sustento.  

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Pienso en nuestra cultura individualista y veo que el significado se ha perdido con los años. Nos parecemos más a los romanos, pero ni siquiera llegamos al éxtasis al que ellos llegaban. Con el tiempo las cuadras ya no se cierran, las calles ya no se pintan y los niños ya no juegan hasta las 5 am. A cambio, estamos otorgando el valor a las compras y a la satisfacción momentánea, comer todo lo que quepa y al día siguiente ver con desconfianza el detallito que nos dieron.

No digo que ‘todo tiempo pasado fue mejor’,  solo estoy inconforme con el ahora. Me quedo con el significado trascendente que regalaron los Reyes Magos: el incienso como representación de la muerte y el sacrificio, la mirra como la vida humana, lo material y lo carnal y el oro como símbolo de la realeza y de la grandeza humana.  Detalles que Jesús no usó y botó, los llevó hasta el día de su muerte.

Se supone que es Melchor.

En mi casa siempre hubo regalos para todos, comida para todos y risa para todos. Ahora siento que, aunque nos reunimos la noche del 24, lo hacemos por costumbre, por deber y por obligación moral. Confieso que la economía familiar no es mejor y que ahora los regalos se dan por que ‘hay que darlos’.

Lo mismo pasa con mi barrio, en donde la avenida principal se convertía cada diciembre en el lugar de venta de pavo más emocionate del mundo. Las casas con las luces más bonitas y el pesebre más grande del mundo los vi allí. Ya no hay nada de eso, de 5 locales de pavo por cuadra hoy en día quedan dos, y de 30 casas decoradas por manzana hoy son cinco.

¿Se perdió el espíritu navideño? Creo que sí y tengo mucha ira. Por eso lo dejo perder y rescato lo que se pueda. No quiero celebrar porque toca, no quiero esperar a Navidad para pensar en las personas que quiero, no quiero esperar al año nuevo para desear una vida mejor. Quiero dar un detalle porque lo quiero dar y no espero que me den nada a cambio. Quiero una navidad con menos luces y con más sonrisas. Ya no quiero nada a medias.

Así que me robaré sus regalos en la madrugada y los llevaré en mi trineo hacia Monserrate. Subiré en el teleférico mientras todos me ven como un anormal y arriba los tiraré por el lado oscuro de la montaña. Ya no importa todo este drama. ¡Felices fiestas!

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