Monguí es el pueblo perfecto para descansar

Fotos de Laura Rodríguez.

A la diestra de la Iglesia Basílica Nuestra Señora de Monguí se alza el monumento a la industria de balones cosidos que, desde hace más de 80 años ha sido el principal motor económico de muchas familias monguiseñas. Ambos son muestra de las dos principales razones para conocer el acogedor pueblo boyacense: la religión y la conservación de tradiciones boyacenses.

Sin todas las personas que suelen visitar Villa de Leyva, pero con la misma estética colonial, Monguí se encuentra alrededor del centro de Colombia, en medio de las montañas de la cordillera oriental y a 97 kilómetros de la capital de Boyacá, Tunja. Las casas de sus habitantes varían en algunos colores y detalles pero el blanco con verde es el denominador común de sus calles.

Esta uniformidad se rompe con los fulgurantes colores de su industria de balones—promovida en 1934 por Froilán Ladino, quien aprendió a coser balones en Brasil— y las flores que adornan las puertas y las ventanas del pueblo, donde se pueden conseguir hospedajes desde diez mil pesos por noche (para camping).

No pasará mucho tiempo desde la llegada de cualquier turista hasta que conozca, vea y decida tomarse fotos en emblemático Puente de Calicanto, que atraviesa el río El Morro, lugar obligado para peregrinar no solo para conocer el río, sino porque el puente es muestra de la ingeniería colonial, pues fue construido hacia el siglo XVII y aún se mantiene firme.

En cuestión gastronómica, los amantes de la comida tradicional, así como de platos más modernos y que eviten uno o más ingredientes estarán a gusto, porque el pueblo ofrece comida para todos los gustos. Eso sí, debido a la actual situación del mundo, los restaurantes suelen cerrar no muy tarde.

Por esto mismo, Monguí se plantea como un destino perfecto para pasar un fin de semana de descanso, descansar del ruido y hablar con sus amables habitantes, que siempre recomiendan dos destinos obligados una vez se llega al pueblo: la cascada de la Virgen y la visita al Páramo de Ocetá.

La cascada de la Vírgen ganó su nombre tras una aparición en sus aguas y ahora es un destino obligado para los fieles, quienes suben cuatro kilómetros de montaña para conocer el lugar. Para conocer el Páramo, es necesario contar la asistencia de un guía local, quienes ofrecen recorridos de este tesoro natural de uno o dos días, pues por la distancia, la caminata mínima es de alrededor de ocho horas.


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