Cuando pretendo hablar de memoria me encuentro con que no sé cuál de todos los pasajes vertiginosos de ella quiero –o deseo– evocar. Pero también sé que la mejor invitación que tengo para empezar a hablar de ella son los sentidos. Cuando apago la vista y enciendo el olfato recuerdo mi infancia, sus dolores y el mapa que no he terminado de llenar.
Recuerdo cuántas veces un lugar logró derramar lágrimas, o cuándo fue la última vez que pude reconocer aquel perfume que pensaba que nunca volvería a oler. Incluso recuerdo las veces en que soñé y miré hacia adelante mientras fantaseaba sobre todas las posibles vidas que tendría cuando cumpliera cierta cantidad de años. Esa es la maravilla de la memoria: es intempestiva, sorpresiva y un cuerpo con vida que se construye con el paso del tiempo.
Te podría interesar: El llano: la memoria del ayer y el tejido del hoy
Todas las fotografías son cortesía de Proterra
En Colombia la memoria es un tema que se alaba pero se ignora. Solo sabemos gritar en unísono "este país no tiene memoria", y son unos pocos –los jóvenes, debo admitirlo– quienes se ponen la camiseta para entablar conversaciones que nos hagan hacernos preguntas, cuestionarnos e irrumpir los lugares habituales de la historia nacional.
Soy fiel creyente de que una de las formas más orgánicas de hablar sobre la historia, sobre todo la no oficial –esa historia que está narrada desde y para las voces que no hablan desde un lugar de poder hegemónico–, es la literatura. Pero tampoco puedo mentirme e ignorar la pregunta por la ficción que la mayoría de personas se hace: "¿La ficción no es lo mismo que mentir sobre la realidad?" "¿Literatura e historia? Claro, solo si es novela histórica y cabe dentro de la no ficción", pero es la ficción la herramienta más poderosa para conversar con la historia y 'TEJEDORES DE VIDA: Una apuesta de educación para la paz y la reconciliación desde las nuevas generaciones' es una de las grandes representaciones de ello con 'Memorias ilustradas y narradas', un kit pedagógico que recoge la memoria ambiental de las comunidades educativas de cuatro territorios colombianos: Valle, Bogotá, Nariño y Soacha; todos afectados por la violencia y conflictos socioambientales de cada uno. Es un proyecto que desarrolló la Fundación Proterra junto al Servicio Jesuita a Refugiados – Colombia y a la Asociación de Colegios Jesuitas – ACODESI, con el apoyo de la Unión Europea en Colombia, en el marco de su compromiso al fortalecimiento de la Sociedad Civil Colombiana Hoja de Ruta en Colombia.
Te podría interesar: De cartas a e-mails: Puerto Tembleque está ahora conectado
***
Las distancias parecieron acortarse cuando el tema de memoria se convirtió en el protagonista. Sandra –socióloga de la Universidad del Externado, parte del equipo de Proterra y la escritora de estos cuatro cuentos– y yo charlamos sobre memoria ambiental, el proyecto ‘Tejedores de vida’ y las apuestas que los humanistas soñamos para construir país.
–Qué más, Sandra. ¿Cómo has estado? –Le pregunté a través de un micrófono que parecía tener retraso de sonido.
–Mafe, muy bien, gracias. ¡Agradecida y feliz de darnos este espacio a la memoria!
–Totalmente de acuerdo. A mí me parece que para comenzar estaría estupendo que me cuentes este proyecto cómo se desarrolló con el equipo, cuál fue esa metodología y te prometo que en el camino iré botando mis apreciaciones, pero este es un espacio para tu voz desde la escritura. ¿Te parece? –Le propuse con emoción.
–Uff, claro que sí. Empecemos: Lo que hicimos en equipo fue trabajar con doce instituciones educativas en Bogotá, Soacha, Nariño y Buenaventura. Claro, son los colegios donde está el JRS haciendo trabajo de acompañamiento. Entonces llegamos a territorio y dejamos que el curso de todo se diera. En Buenaventura trabajamos en una vereda llamada La Delfina; en Nariño fueron 3 los municipios muy afectados por la violencia, uno de ellos fue Policarpa, en donde la guerra está otra vez a flote durísimo… y donde también hay procesos de reincorporación, de sustitución de cultivos… tú sabes, otro fue La Victoria, donde la presencia guerrillera también ha sido sustancialmente fuerte, y también estuvimos en El Encano; en Soacha trabajamos con dos colegios, uno en Altos de la Florida y, el otro, en El Charquito… por ese lado donde huele tenaz cuando vas saliendo de Bogotá, ¿lo tienes presente?
–Sí, claro. ¡Claro que lo tengo presente!
–Bueno, por ahí. –Tomó aire para recordar– Y en Bogotá fue en la localidad de Kennedy, Suba y la Candelaria. –Hubo una pausa– En cada una de estas instituciones hicimos encuentros de Memoria Ambiental, y una de las decisiones metodológicas fue que para que fuera una participación comunitaria, todos debían hacer parte de ella; es decir, no solamente los pelados y padres de familia, sino los equipos que también trabajaban con esas instituciones, las organizaciones de base, por ejemplo: El cabildo Muisca, con la Fundación Cerros, y colectivos que le apostaran a estos temas.
Te podría interesar: Rafael Acevedo, el boyacense que hizo volar a ‘Superman’ López
–Bueno, ¿y cuál era ese objetivo particularmente? Más allá de buscar una participación integral, porque estoy segura de que esos objetivos responden a un tema especialmente metodológico.
–Uff, fueron dos propósitos fundamentales los que nos planteamos. –Se emocionó– El primero, generar unos puentes de comunicación entre el colegio y el territorio, entender que el colegio está en un territorio con unas problemáticas ambientales y sociales, y que hay unos procesos allí –de base– que tenemos que reconocer para generar espacios de incidencia. Y segundo, construir culturas de paz. Me imagino que te preguntarás cómo es eso.
–Completamente. ¿Cómo es eso? –nos reímos.
–Es un proceso, como todo en la vida. Se empieza hablando con los chicos sobre reconocimiento de territorio, cómo transformar la relación con la naturaleza y luego se habla sobre memoria y cómo esa relación con la naturaleza termina siendo historizada y comprendida en el tiempo. Entonces ¿cómo se construyen las culturas de paz? Desde el enfoque socioambiental.
–Entiendo. Me parece una apuesta increíble… pero, cuéntame un poco sobre el kit y la construcción de los textos porque, como editora, no puedo evitar fijarme en eso. Siento que está sumamente pensado en los sentidos… y la memoria hace eso también, ¿no? Es decir, como equipo lograron llegar a unos lugares del lenguaje corporal importantes
–Me llama mucho la atención que digas esto porque precisamente dentro de la metodología eso estaba pensado. Nosotros les entregamos a los chicos en algún momento una guía donde escribían a qué les olía el territorio, qué les recordaba, por qué… y tuvimos unos testimonios bellísimos, desde el adulto mayor que tenía recuerdos de los paseos de olla, hasta los más jóvenes rememorando experiencias. Fue maravilloso… y eso también permite entender una cosa y es que los territorios no son solo lugares donde hacemos casita, que son lugares que habitamos y que simbólicamente representan nuestra historia y la vida misma.
Te podría interesar: ‘Aguas de estuario’, el Pacífico personal de Velia Vidal
–Claro, pensémonos algo tan sencillo como la mudanza: Te vas de casa pero desprenderte de ese territorio cuesta, sobre todo si ha significado unas transformaciones personales que no se hicieron o lograron en otros lugares. Definitivamente es simbólico. ¡Ahora imagínate en esos territorios donde la tierra tiene cuerpo en sí mismo!
–¡Exacto! Así es.
–Tengo entendido que el producto se pensó en colectivo, es decir, los cuentos y fuiste tú la escritora. Cuéntame sobre eso. Ya hace un rato te lo mencioné.
–Claro, claro, tienes razón. –Empezó a mostrarme el kit, elemento por elemento, mientras seguía hablando– Pues nos preguntaron cómo íbamos a presentar este proyecto y pensamos en la construcción de cuentos. –se rió con fuerza– Me embalé, básicamente, y nos embalé como equipo porque desde ahí creamos todo este kit. Te soy sincera, Mafe, yo leo algunos y admito que hoy hay cosas que siento que pueden mejorar, como hay otras que me encantan y otras que me desconectan. Pero fue un gran logro, un gran reto personal y colectivo porque –en lo personal– yo nunca había escrito literatura antes y aquí sentí el amor, ganas y fuerza para hacerlo. ¡Y lo hice! En todo caso… El kit viene con los cuentos, los 'Memoramis' que son los lugares de la memoria y las líneas de tiempo… se abre todo y sigues encontrando nuevas cositas, y por último están las fotonarrativas, que son estos espacios que les poníamos a imaginar a los participantes. Los futuros posibles. Además, también son una muestra del trabajo con el 'otro', desde el proceso metodológico hasta el proceso creativo y creador.
–¡Qué importante pensarse un futuro! Y como ya te dije antes, me llena de alegría el tema que trabajas. Ahora, tranquila con lo de desconectarte o que haya cosas que no te gusten de los textos. Es más que normal. Sería preocupante que me dijeras lo contrario, porque siempre hay un ojo crítico en la literatura que es necesario seguir puliendo…
–Total. No puedo estar más de acuerdo. Además, las decisiones que están ahí responden siempre a un llamado de la fuerza colectiva, la magia y el lugar de los saberes. Es lo más fundamental para nosotros. Además, le metimos una perspectiva de género transversal: los personajes son mujeres inteligentes, desafiantes, contestatarias, que tienen agencia, aventureras y –de alguna forma– más inteligentes. Es increíble. Por ejemplo: el lenguaje y las decisiones que tomé allí buscan rescatar todas aquellas palabras que tienen una representación y fuerza identitaria que con el tiempo se han perdido… ¡Tienen que leerlo y adquirirlo! Tú abres el kit y te encuentras con un objeto que tiene una guía y te va indicando los pasos que harán que la experiencia sea particular: si eres joven o adulto, si eres docente o estudiante o incluso líder… Lo que te digo, es una apuesta pedagógica repleta de fuerza y espero que de verdad esto se mueva y la gente quiera acceder a él.
–¡Estoy segura de ello! Además, con esta conversación que hemos tenido la memoria también está construyendo narrativas desde el pasado, pero inmediatamente te traen a este momento preciso que es cuando recuerdas. Pero yo tengo una última pregunta: ¿cuál es el corazón de este proyecto? ¿Lo que los movió?
–No es fácil responder eso… pero me voy a lanzar a decir que la apuesta más grande –ese corazón, como tú lo llamas– está en el ‘sentir’: en recuperar la sensibilidad que hemos perdido. Se nos olvidó sentir. Al ser humano se le olvidó sentir. Porque cuando hablamos de construir paz es importante, antes de racionalizar la existencia del otro, debemos primero sentir y luego podemos venir con el montón de ideas modernas… ¡Es que se nos olvidó sentir incluso el milagro de lo que significa escuchar un río! Así que, en ese orden de ideas, termina siendo una apuesta ética y política por defender la vida.
–La vida que nos están quitando en Colombia.
–Que nos están quitando.
***
Si quieres más información sobre este proyecto, te invitamos a la página principal: pro-terra. ¡Toda la información la encuentras allí!
Encuéntranos en redes sociales como @CanalTreceCo: Facebook, Twitter e Instagram para conectarte con la música, las regiones y la cultura.