Álvaro Castillo, el librovejero

Fotos: archivo personal

Cuando entramos a una librería y los muros de letras se alzan como un laberinto, siempre hay una persona que sale a rescatarnos del asombro para guiarnos entre lomos, hojas y letras. Hablamos con Álvaro Castillo Granada, llamado por Gabo "su librovejero", para esculcar los secretos, las historias y las anécdotas que se esconden en el a veces insospechado oficio de librero

Este quehacer combina habilidades de otras disciplinas como la de arqueólogo al buscar tesoros entre las aceras o los finos estantes, de curador al seleccionar su catálogo; de psicólogo al proveer a sus clientes del mejor título para su estado mental; de detective al indagar qué género le puede gustar a un indeciso, y de cupido, al llevar un libro a una persona que estaba destinada para él, y viceversa.

Álvaro Castillo Granada tiene 51 años, lleva 31 de librero y una eternidad amando los libros. No acabó Literatura en la Javeriana para entregarse al llamado divino de las letras fuera de la academia como librero en Enviado Especial Libros de Gloria Moreno y Germán Castro Caycedo. En 1998 fundó con amigos su propio espacio llamado San Librario y desde entonces, no solo ha sido su guardián sino también su escriba. Allí ha editado y publicado Ediciones San Librario y Ediciones Isla de los libros, y ha colaborado en las revistas colombianas Número, Piedepágina, Aleph y El Malpensante. Recientemente lanzó 'Un librero' en donde cuenta sus aventuras en la búsqueda del libro perdido, del libro raro, de la edición agotada. Su relación con los lectores y clientes y las amistades que se van creando en este fascinante mundo del libro.

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2019, San Librario Libros.

Álvaro Castillo tiene una voz fresca, adolescente (sin sonar inmadura) y cálida sin ser sofocante. -¿La grabas cada una por separado y las respondo? Me dice. Le respondo que no, que no hay afán. Estos aparatos pueden estar llenos de cables, pero lo que viaja ahí es puro corazón. Comienzo. 

¿Cuál fue el libro que te llevó a seguir leyendo? 

‘Confieso que he vivido’ de Pablo Neruda porque es un libro que leí cuando tenía doce años y me abrió el mundo y me mostró que era inmenso. Me abrió al conocimiento de la obra de artistas, escritores, poetas, políticos... Ese libro desató una curiosidad en mí que aún no cesa. 

¿Cómo fue que llegaste a ser librero?

A mí siempre me han gustado las librerías, yo iba mucho a la Librería Nacional de Unicentro y de Cafam de la Floresta, y veía unos señores que vendían libros y tenía una imagen súper idealizada de ellos como la de una persona que se dedicaba a leer, y recomendar y vender libros.

Hace un tiempo un amigo me mostró un chismográfo (cuaderno en el que se anotan infidencias de amigos, del vecino, del corazón y hasta del estómago) en donde uno ponía qué quería ser cuando grande: y en una hoja mi letra decía: cuando grande quiero ser librero. 

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2019, San Librario Libros.

¿Cuándo sabe uno si se convirtió en librero o librera?

El título de librero no es que uno se lo dé sino a que uno se lo dan. Yo creo que cuando alguien me dice: usted es mi librero, es cuando uno se gradúa. En ese sentido, para graduarme de librero pasaron muchos años, de hecho no sé si ya lo soy.

¿Quiénes te han bautizado como su librero de cabecera?

Voy a sonar pretencioso, pero para mí el máximo honor que tengo en mí oficio fue cuando Gabriel García Márquez me dijo que yo era su librovejero. Haber tenido la oportunidad de existir para él por mi oficio es el máximo honor que he tenido. 

¿Cuál ha sido la anécdota más hermosa que has vivido gracias a tu oficio como librero?

Cuando yo estaba en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, en la que ocurrió el robo de la primera edición de ‘Cien años de soledad’, hubo una persona que yo recordaba haber atendido durante años en la librería Enviado Especial. Él ya estaba todo canoso y había llevado a su hijo. Cuando nos vimos, le dijo: 

-Mira, ese es Álvaro, el librero del que yo te hablaba y que me vendía los libros cuando yo estaba estudiando. El niño me miraba como si yo fuera un ser mítico. Fue muy bonito ver cómo se pasaba la memoria del padre al hijo y cómo me había transformado en un personaje para otra persona. 

Eso y que un gran porcentaje de las relaciones que he tenido en mi vida, todas han llegado a mí gracias a los libros y a la librería. Casi siempre he encontrado el amor en la librería siendo librero. 

¿Podrías hablar sobre los duelos que has tenido que vivir como librero?

Yo creo que un librero tiene múltiples duelos; no solamente de sus colegas, de los espacios, de los autores sino también de los clientes que ha ido conociendo a lo largo de la vida y con los cuales, de alguna manera, ha tenido una relación de amistad. Yo llevo 31 años en esto, y por ejemplo, si yo conocí hace años a una muchacha de 15, esa muchacha ya tiene 46. Eso es muy loco.

También está el duelo de personas que se han muerto a las cuales yo les vendí libros, y a veces sus familiares me llaman para venderme la biblioteca de sus fallecidos, y entrar ahí, es entrar a parte de mi memoria porque recuerdo cuándo y cómo se los vendí. El duelo hace parte siempre de la vida de un librero

¿Cuál ha sido la experiencia que más te ha transformado como librero?

Algo muy importante que pasó en mi vida fue el año pasado cuando tuve el honor y la oportunidad de trabajar en el Fondo de Cultura Económica durante cinco meses con otros libreros y la experiencia fue muy positiva y muy fuerte para mí porque pasé de ser dueño y señor, junto a mi compañero, en San Librario libros, a ser un empleado más. Era la persona que menos sabía de toda la librería y fue para mí una forma de dejar la arrogancia que nos habita a los libreros; el creer que uno se las sabe todas y llegar a aprender y a ser el último en la escala, eso fue una cura de humildad, un cura de burro, como diría Gabriel García Márquez, para el ego. 

2001, La Habana, Cuba. Casa de GGM

¿Cuál es el libro que más te ha hablado sobre la persona que lo tuvo antes?

Mario Benedetti es un poeta fundamental en mi formación sentimental y política, publicó un libro que se llama ‘Poemas de otros’  donde él pone a hablar a los personajes de sus novelas. 

En una ocasión me encontré una edición que estaba llena de subrayados de alguien y lo que más me llamaba la atención, es que coincidían con los que yo haría. En ese momento fue como haber encontrado un alma gemela beneditiana que nos hacía leer de la misma manera. Ese libro me habló muchísimo. 

¿El ojo de librero sabe reconocer qué tipos de lectores o compradores entran a las librerías?

Es algo abstracto y gaseoso, pero creo que es una intuición que uno tiene de acuerdo a como la gente mira la librería, los libros,  los títulos y  de cómo los toca. Uno de librero se va dando cuenta de cuál es el género que le gusta, pero no creo que haya una tipología porque cada lector es un planeta. 

También sabemos reconocer cuando viene un ‘miranda’ que solo miran y no compran o cuando aparece un ‘Pedro’ (como Pedro por su casa) que entran, ni saludan, miran y se van, aunque a veces pasa que ese Miranda o ese Pedro le dan a uno una sorpresa gigantesca. 

¿Cuál es el verso que más recuerdas?

Hay un verso de Quevedo que me gusta mucho y es: “Oh soledad, alegre compañía de los tristes” y también dos versos de Neruda: “Preguntar al amor es cosa rara, es preguntar cerezas al cerezo”.

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2002, La Habana, Cuba, Centro de Estudios Martianos (con Fina García Marruz).

Hay libros que llegan a uno, ¿cuál es el que más recuerdas y cómo llegó a ti?

Para mí, la poeta más grande que existe en lengua castellana se llama Fina García Marruz, ella nació en el año 23 y tengo el honor gigantesco de ser amigo de ella y de su esposo Cintio Vitier. Yo quería tener todos los libros de Fina y su primer libro publicado en el año 1942 se llamaba ‘Poemas’ y solo existen 40 ejemplares.

Un día Fina me lo iba a regalar y Cintio le dijo: 

-Pero, chica, si solo nos queda un ejemplar. En ese momento lo miré con rabia, pero tenía todo el derecho.

Hace unos meses, hablé con dos amigos libreros cubanos que se llaman Yoan y Alejandro. El primero me mostró que tenía en su biblioteca ese libro y para mí fue una maravilla poder verlo, poder tenerlo en mis manos. Y, en febrero, justo antes de viajar a Cuba, me escribió Alejandro diciéndome que Yoan me proponía un cambio: si yo le daba algunas cosas, él me daba libro. 

Le di tres libros y una ñapa por el de Fina. Ese libro lo estuve esperando durante cualquier cantidad de años,y la probabilidad de tener una de los 40 ejemplares que salieron hace 78 años, era mínima. Esa para mí es una de las historias más lindas que tengo con un libro. 

¿Cuál es la dedicatoria más bella que te han escrito en un libro?

Una de las dedicatorias que más me ha conmovido es una de Fidel Castro que me puso: “Para Álvaro Castillo, un presente. Fidel Castro". Cuando me la entregaron me puse a llorar , eso recuerdo. 

“Hay otra de Fina García-Marruz: “Para Álvaro Castillo, lector de poesía que es otra forma acaso más rara de ser poeta”. 

 Santa Clara, Cuba, librería La piedra lunar.

¿Cuál es para ti la magia de los libros usados y en qué se diferencian de los nuevos?

Para mí la magia de un libro usado es que está habitado por una sustancia inatrapable que es el tiempo transcurrido sobre él; tiene historias, manos que lo subrayaron, que lo tocaron, que lo regalaron, que lo robaron. Una cantidad de cosas de la cual carece un libro nuevo que igual las va a tener después cuando se convierta a su vez en uno usado. 

¿Qué crees que pasa con los libros cuando nadie los está leyendo?

El libro solamente existe cuando se encuentra con su lector, así sea con un lector furtivo, temporal, parcial, definitivo. Si no, no existe, es un objeto rectangular hecho de papel que no ha cumplido su misión en el mundo que es ser leído. 

Fractal podcast: Álvaro Castillo, el librovejero de Gabo

 

Si quieres saber más sobre el secreto de los libreros, mira este capítulo de #Fractal. 

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