De lo legítimo a lo tradicional

Joan Fontcuberta SPUTNIK (1997). ARTBO 2017. Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece

Nos rodean conceptos que no sabemos definir con claridad. Las palabras “arte” y “cultura” son un ejemplo de esto. Más allá de los debates teóricos, en la historia ambas han sido utilizadas para hacer referencia a un sinfín de manifestaciones y movimientos que pueden ser tan opuestos como congruentes. ¿Por qué se crean diferentes formas de hablar de una misma cosa entonces?

Lo que diez semestres de pensar en la cultura me han enseñado es que ninguna de estas palabras es ingenua, todas están acompañadas de intereses políticos, económicos y sociales que sirven a una población particular –o a un sector de ella–. Es por esto que para el siglo XIX, cuando Edward Tylor se aventuró a dar la primera definición formal de cultura (aquella que estaba compuesta por conocimientos, creencias, expresiones artísticas, entre otras), esta obedecía al interés colonial por categorizar y definir a las comunidades que estaban siendo colonizadas; después pasó a ser concebida como un sinónimo de folklore; luego a un conjunto de distinción social relacionada con reclamaciones étnicas e identidad. También se ha entendido como un conjunto de significados y narrativas, y así siguen los cambios según el lugar y las personas que están interesados en hablar de La (o la) cultura.

If Value, Then Copy, 2017. SUPERFLEX. ARTBO 2017.If Value, Then Copy, 2017. SUPERFLEX. ARTBO 2017. Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece

Este no es un asunto que se quedó en el siglo XIX o en el Renacimiento -cuando se empezó a hablar de arte formalmente-: hoy pasa exactamente lo mismo. La forma de comprender el arte y la cultura está medida por criterios que se asocian a clases sociales, proyectos de gobierno e instituciones que terminan por dictar qué se considera arte, qué compone la cultura y dónde se puede encontrar una cosa y la otra. De allí que, por ejemplo, el debate de temas como el “sentido artístico” de las corridas de toros esté más asociado con elementos de élites tradicionales que con el significado histórico y social de la práctica en sí misma. En este sentido, en el momento en que la definición del concepto se engancha con sectores sociales e intereses particulares (económicos y políticos), surgen formas “autorizadas” de hacer arte desde espacios específicos como museos, facultades de arte, galerías, conciertos, además vinculados a criterios como el patrimonio, la educación y la memoria.

> Te invitamos a ver el capítulo de FractalLa influencia que tiene el medio ambiente en la producción artística y cultural

Ahora, lo que muchos no reconocen es que la cultura no es sólo eso que Tylor concibió, por ende el arte no es sólo lo que el Ministerio de Cultura y los ciclos de artes en el país y el mundo determinan como tal. Aquí entran en juego las experiencias de las personas pues, tan importante como el arte y la cultura, son las personas que les dan vida.

El arte es la vida misma y de allí proviene, por eso es que en el día a día se encuentran formas de hacer arte que no están necesariamente asociadas con esas prácticas legitimadas por la historia y ciertas clases sociales.

La flexibilidad implícita en los significados de arte y cultura ha permitido que también sean utilizadas en otros escenarios para referirse a luchas, reivindicaciones y denuncias sobre elementos como la marginalidad, la ciudadanía, el rechazo político y la segregación económica, entre otros. De aquí surgen nuevas maneras de hacer y concebir el arte que se aleja de los criterios socialmente compartidos sobre la cultura, para inscribirse en una definición que se lee a la luz de la vida y la experiencia de las personas que la crean; por ende, aunque no sean bien vistas por el total de una población, o de ciudades como Bogotá, son parte significativa de la cotidianidad de los colectivos que la practican y, progresivamente, empiezan a integrarse a la historia oculta de la ciudad.

Fractal, la informalidad del arteOtto Berchem – ARTBO 2017. Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece

Si tenemos en cuenta que están esencialmente en oposición a esas formas “autorizadas” de arte y cultura, este “arte que no es arte” ha tenido que buscar nuevos espacios que le permitan ser y reproducirse orgánicamente en su condición de excluido; lo gracioso es que, al encontrarlos, son justamente estos los que le han dado la posibilidad de establecerse como una alternativa real de arte y un espacio de oportunidad para aquellos que no son aceptados dentro de los circuitos oficiales.

Estas formas de crear arte se denominan “arte informal” o “arte popular”, aunque ambas implican cosas diferentes. Al hablar de informalidad se hace referencia a las condiciones del trabajo en las que se da esta producción artística pues, al no estar integrada a un circuito formal de apreciación y presentación de arte, los artistas encuentran muchas dificultades para hacer sostenibles los proyectos por lo que acuden a otro tipo de escenarios que les permitan circular sus obras. Por otro lado, la palabra “popular” en el arte se refiere a elementos de tradición, arraigo, identidad, producción artesanal y trascendencia social e histórica.

Para comprender más a fondo estas formas de “arte que no es arte” varios elementos son importantes. Por ejemplo, la tradición y trayectoria de espacios en la ciudad de Bogotá, la tradición detrás de técnicas artesanales y conocimientos familiares (transmitidos de generación en generación) para la creación de productos artísticos, la búsqueda del reconocimiento de identidades y de condiciones sociales de una gran parte del país o la difusión del contenido cultural en pro de mayor accesibilidad para las personas que no hacen parte de las élites colombianas; son razones de por qué prácticas como la foto-agüita, el arte popular presentado en el Salón BAT, el aerografiado del 7 de agosto, los retratos hechos por los retratistas de las Nieves por la carrera Séptima, el tatuaje, la elaboración de ruanas e incluso la música mariachi (de los grupos de la Avenida Caracas) y la piratería, entran a hacer parte de este arte informal que reclama espacios y reconocimiento de forma constante en Bogotá.

> Puedes ver el documental: 'Bogotá semana del arte'

Para el caso de los retratistas de las Nieves en la carrera Séptima y los aerografistas del 7 de agosto, unas de las razones que los integran en el arte informal es la apropiación de espacios urbanos que en su construcción social e histórica se han vinculado a puntos de concentración de prácticas específicas que se vuelven emblemáticas y tradicionales en la ciudad.

Vendedores informales en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Vendedores informales en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Foto: María Alejandra Villamizar – Canal Trece

El ejemplo particular del “corredor cultural” de la carrera Séptima muestra la consolidación de un lugar que, en su condición histórica (al ser un foco significativo de transformaciones y movimientos históricos para Bogotá), ha permitido la reunión de artistas que se identifican como familia y que conforman un colectivo que reivindica técnicas y prácticas propias, casi a manera de una “escuela de la vida” que enseña a niños o a “personas que han perdido el norte” –como los dibujantes lo afirman- y da vida a la cultura desde lo cotidiano. Por su parte, el 7 de agosto en Bogotá es un espacio que se ha asociado a la industria automovilística y a motores y máquinas; allí se encuentran desde repuestos hasta talleres y personas especializadas en cualquier arreglo necesario para un vehículo.

Con respecto a la idea del arte informal como una forma de sobrepasar los límites legítimos que son utilizados para definir el Arte (en mayúscula y sin apellido) y los circuitos que la declaran como cultura, las prácticas de la piratería y el tatuaje son ejemplos de la manera en que hacer arte transgrede los límites de lo normal y lo que está bien en una sociedad en la que la industria de la cultura es propiedad de aquellas élites que la definen y la utilizan para su beneficio.

> Puedes ver: el capítulo de Fractal sobre Arte y Política

En el caso de la piratería, se trata de generar una posibilidad de acceso para aquellos que quieren aprender y no poseen los medios para adquirir muchos de los productos que les permiten hacerlo; se trata de una forma de pedagogía de cara a la población que no tiene los recursos para entrar a los grandes círculos y exposiciones de arte y cultura en el país. En lo que refiere a los tatuajes, se presenta una práctica (tan tecnificada y tradicional como la pintura formal) que, aunque se muestra en un lienzo diferente, está compuesta por conocimientos y apreciaciones sobre la estética que declaran la libertad sobre el cuerpo y la vida.

Finalmente, aunque la tradición está inmersa en cada una de las formas de “arte que no es arte”, para el caso de las ruanas y los mariachis se suman sentimientos de identidad relacionados tanto con la elaboración artesanal y la enseñanza de un conocimiento y una práctica familiar, como con el ambiente y escenario en el que se hace o se canta. Ahora, aunque muchos dirían que se oponen (pues mientras uno representa la imagen típica de un boyacense el otro parece una importación extraña de la cultura mexicana), lo cierto es que como manifestaciones culturales muestran lo mismo: la consolidación de un colectivo alrededor de una práctica y la legitimación de un conocimiento tradicional. Para el caso de los mariachis, el sombrero y el atuendo son tan características como las “playas” de la Avenida Caracas donde esperan a ser contratados después de la existencia del negocio México lindo; para el de las ruanas el objeto y su elaboración son parte innegable de la esencia boyacense y de la herencia indígena que se asocia a formas de hilar y de tejer.

Lo cierto es que en la discusión por el arte y la cultura hay muchas interpretaciones y cada vez se hace más difícil definirlas con claridad. Sin embargo, hay espacios en los que esta distinción tan tajante entre “arte legítimo” y “arte informal” no es tan evidente. Este es el caso del Salón BAT de Arte Popular impulsado por la Fundación BAT desde 2004. Allí se abre encuentra una oportunidad para todos los artistas empíricos y autodidactas que buscan dar lugar a sus obras en un mundo en el que el arte y las galerías son del acceso de muy pocos. Con el apoyo del Ministerio de Cultura, tienen como propósito legitimar otras formas de hacer arte que son auténticas y valiosas sin la influencia de la academia. En este sentido, el arte se expresa en un lugar intermedio entre las instituciones que la legitiman y aquellos que buscan hacerla por fuera de los márgenes.

Se trata, en últimas, de reivindicar la tradición que hay detrás de la cultura y que en un país como el nuestro está vinculada a los contextos y trayectorias de las personas, por fuera de los ideales mundializados de lo que “debería ser”.

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