Los ensayaderos encierran mucho más que sudor, sueños y canciones. Este es un recorrido por las historias atrapadas en sus muros de espuma: desde el primer ensayadero, en el que tuvieron que ver los Rolling Stones, hasta los espacios que vieron aparecer a figuras como Shakira y Juanes.
Si quieres leer la primera parte, entra aquí: Ensayaderos: las cavernas del ruido I
Sueños de los noventa
1993. Julio González seguía recibiendo a las bandas que llegaban por sus anuncios en el periódico y no daba a basto: agrupaciones de todos los géneros llegaban a su reja buscando en La Caverna un hogar para crear desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche.
Andrés Cepeda con la Banda del gusano, César López, César Mora y su orquesta María Canela, Moisés Angulo, Alfredo de la Fe, Henry Fiol, Ana Sol, Claudia de Colombia, Maryluz o Julio Sánchez Cóccaro fueron algunos de los artistas que fueron a este espacio.
Con artistas grandes y otros más jóvenes, Julio tuvo que implementar algo de ingeniería para evitar que sus padres sufrieran de los nervios así que instaló paneles, colchones y cajas de huevos que, en 27 años, han impedido con éxito la queja de inquilinos y vecinos.
Foto: Henry Fiol en La Caverna
Foto: Mary Luz en La Caverna
Érase una vez Shakira con pies descalzos y sueños blancos
Además de las bandas que llegaban gracias a los anuncios puestos en el periódico, Julio González también recibía a artistas de Sony gracias a los contactos que había conocido en la época de Oxygeno. Fue así como llegaron Shakira, Marcelo Cezán, Franco De Vitta, Alejandra Guzmán y José Luis Perales.
Foto: Shakira en La Caverna
“Shakira es la persona que más ha ensayado acá con 142 ensayos que duraban entre tres y cuatro horas”, cuenta González. Shakira Isabel Mebarak Ripoll se preparó en La Caverna hasta que hizo el lanzamiento de su disco 'Pies descalzos' el 6 de octubre de 1995 que le abriría el camino hacía los Estefan y Miami.
Foto: El muro de la fama de La Caverna
Shakira era la primera en llegar a los ensayos para practicar con la armónica, que apenas estaba conociendo, y junto a Julio sacaban acordes en guitarra. Cuando llegaba su grupo revisaba que todos estuvieran sincronizados y afinados. Si había que parar y darle indicaciones al baterista o al guitarrista, lo hacía y al terminar, los invitaba a todos a tomar onces en una panadería cercana.
“No usaba joyas ni nada; solo recuerdo que todo el tiempo chupaba Bon bon bum”, recuerda Julio. Antes de lanzar el disco que la llevaría a la escena internacional, hacía covers de canciones como 'El preso', la ‘Lambada’ o 'Júrame' y los cantaba en las despedidas de empresas como Tramonti, Colgate o Renault y, en ocasiones, montaba coreografías de géneros como el meregengue o el mapalé.
Foto: Lista de canciones de Shakira en 1994
En alguna ocasión en la que Julio tuvo que acompañar a su papá a una quimioterapia, Shakira le recomendó rezar en la Capilla Pablo VI del barrio Quirinal, en donde hacía algún tiempo una pared pintada por la humedad reveló la imagen de la Virgen para sus feligreses quienes la protegieron con un vidrio.
“Mi papá murió bien, no sé si fue por eso. Mucha gente aún va y reza los catorce de cada mes y recuerdo que Shakira siempre iba a la misa de los 14”, cuenta el dueño de La Caverna.
Foto: La banda de Shakira en La Caverna
Años después, Julio se la encontraría en un aeropuerto pero no sabía si lo recordaría después de haber llegado a la cima. En pleno ajetreo de viajeros, la dueña de las caderas que nunca mienten se le acercó y lo saludó amablemente. Ahora el dueño de La Caverna mira a Shakira en las fotos que visten su ensayadero y en las presentaciones que pasan en televisión y sonríe.
“Es una buena persona, muy correcta y trabaja muy duro, durísimo. Es grato saber que el 90% de 'Pies descalzos' Shakira lo trabajó y lo ensambló en la sala de ensayos La Caverna. Sencillamente es una persona especial que merece estar donde está en este momento. Suerte la mía de haberla tenido aquí”, remata Julio González.
Buscando un lugar donde sonar
En un tiempo en el que no había Internet, muchos rumores se regaban gracias al voz a voz y aún así, muchas bandas, ya fuera por desconocimiento o simple punk, seguían ensayando en sus casas o en espacios que les prestaban como la sala de Gregorio Merchán, baterista de Morfonia, por donde pasaron las 1280 almas, Aterciopelados, Akerrak y Bastard.
Merchán recuerda que el ensayadero improvisado en su casa nunca se pensó como un negocio y si necesitaban dinero para arreglar los equipos, hacían toques. Eso sí, muchas veces, cuando terminaban los ensayos, hacían ‘vaca’ para comprar trago y ponían todo patas arriba.
Por ejemplo, el periodista y locutor radial Héctor Mora cuenta "el ensayadero de la banda Catedral era en un apartamento por Chapinero en un edificio casi abandonado lleno de cucarachas en las paredes y al borde de la destrucción. Ellos ensayaban en un cuarto pequeño, de 3 x 3 más o menos".
Ese fue uno de los primeros ensayaderos que él recuerda de ese estilo totalmente underground y clandestino, además de un teatro que se convirtió en ensayadero, por la 72 con 16, que fue demolido. "Ahí se pegaron muchos grupos y se hicieron unas fiestas buenísimas. Era terreno de nadie”, recuerda Mora.
De acuerdo con Héctor también hubo otros espacios creados por el distrito para que las bandas pudieran ensayar como la Sala Oriol Rangel del Planetario que fue prestada por Bertha Quintero a bandas como las 1280 Almas, La Derecha y Aterciopelados.
A su vez, Merchán trabajó en un proyecto de la Alcaldía, en el primer periodo de Antanas Mockus, llamado Subterránea que habilitó los sótanos de la Avenida Jiménez como salas de ensayo y, a veces, como tarima de conciertos. Tiempo después, este espacio se cerró yel baterista conoció La Caverna y la sala de ensayos de un mecenas de la música en Chapinero quien fundó 59 Estudios, uno espacio que cambió la música de una década.
59 Estudios: detrás de las flores siempre habrá música
Desde joven, Pablo Holguín tocaba en un grupo con amigos del colegio. Él era el baterista pero nunca pudo tener su propia bateria, solo pudo armar un Frankenstein a partir de tambores de bandas de guerra que adaptó, ensambló y cubrió con cinta aislante negra. Cuando creció, estudió Administración de empresas, se dedicó al negocio de cultivar flores y montó una oficina en Chapinero. Cuando fue grande por fin se pudo comprar la batería que siempre quiso y creó un pequeño templo secreto para su música en una de las habitaciones de su negocio.
Su oficina quedaba en la carrera Séptima con calle 59. Y allí, después de salir a una terraza, atravesarla y rodear el perímetro del edificio, se llegaba a una puerta con candado que daba paso a un recinto de unos veinte metros cuadrados con baño en donde se encontraba la batería más cara del país y una colección de equipos entre guitarras, bajos, micrófonos y amplificadores.
Foto: 59 Estudios
Un día, desde la ventana escuchó una banda que estaba tocando 'Hoy no sé qué fumar', un tema desconocido para él, en la tienda de instrumentos la Colonial. Se dirigió allí embrujado y descubrió a Vértigo. Sin pensarlo, los invitó a su oficina para que improvisaran un rato pero la magia fue tal que tocaron hasta el otro día.
“Ese día llegué a unas importantes conclusiones: primero: debía acabar con mi banda —después de oírlos mi sonido era asqueroso e intolerable— y, segundo: tenía que repetir el ejercicio: había quedado adicto a esa experiencia"
“Antes de que yo les rogara que volvieran, Gustavo Barrera, el cantante, tímidamente me preguntó si alguna vez podrían volver a ensayar. Ante esto casi les entrego las llaves del candado, yo soy muy malo para tirar de indiferente, casi me arrodillo de gratitud”, cuenta Pablo en un texto sobre aquellos años que gentilmente me compartió.
Poco después, Piyo Jaramillo, de Compañía Ilimitada, lo llamó y le pidió el espacio prestado para armar otra banda junto a Lucho Martínez, de Morfonia, y el rumor de que un floricultor melómano había abierto un ensayadero gratuito con equipos de ensueño comenzó a dispersarse en la escena musical bogotana.
“Yo no cobraba porque lo que yo veía eran unos muchachos muy jodidos de plata, llevados del chanfle. Sus caras cuando se conectaban a los amplificadores Marshall, la batería electrónica y los teclados era increíble: ellos sonaban sin que nadie les dijera nada por el ruido”, cuenta Holguín, más conocido como Papo entre sus amigos.
Foto: Vértigo en 59 Estudios
Bandas como Bloque de búsqueda, Morfonia, Andrés Cepeda, La Provincia —con Carlos Vives —, La Pestilencia, Koji K Utho, Cabas, César López, Odio a Botero y Los de Adentro pisaron 59 Estudios. Grupos y sonidos que marcaron el final de la década de los noventa se reunieron en el refugio de un adicto a la música que sin quererlo les dio un espacio de cocreación y diversidad sonora.
Un día César López le dijo a Holguín: "¿sabe qué, ‘Papo’? Es la primera vez que tengo que ver con un metalero. Yo creí que esos tipos eran feroces y son súper encantadores". Este encuentro de matices sonoros y propuestas además de generar un espacio de ensayo para bandas que no tenían recursos, hizo que los músicos se escucharan entre sí.
“Algunas veces estaba Marbelle ensayando en una sala y en la otra había una banda de metal. 59 Estudios era muy cultural”, cuenta el productor de Groove Estudios Jorge Corredor quien también trabajó en este espacio.
59 Estudios también recibió bajo su ala a artistas que se presentaban en la calle o en los buses como Ilona quien se encontraba cantando al lado de unas materas en la Séptima, cuando Andrés Cepeda y el productor, Luis Miguel ‘El negro’ Olivar, la invitaron a subir a los estudios y le dijeron que querían grabarle un disco.
“Ilona era la desconfianza en pasta, y desde ahí es como mi hija. Yo la grabé la primera vez e Iván Benavides y Carlos Huertas, quien compuso canciones de Carlos Vives como ‘Fruta fresca’, fueron productores de su disco”, cuenta Holguín.
Foto: Papo Holguín y La Provincia
La primera vez que Ilona escuchó su voz desnuda y amplificada por un micrófono fue rarísimo para ella porque su manera de escucharse era a través de una grabadora de mano que cargaba desde chiquita, pero gracias a 59 Estudios pudo encerrarse horas a grabar junto a su guitarra. “Yo no pude haber sido más feliz”, cuenta la artista.
Además de ensayar y grabar, Ilona comenzó a trabajar como recepcionista para separar los turnos y estar pendiente de lo que necesitaban los músicos y algo que la marcó para siempre fueron las conversaciones que tenían entre ellos sin importar el nivel que tuvieran o el género.
“La riqueza que siento que tienen los artistas que tuvimos la oportunidad de vivir ese encuentro es que tenemos un espectro más amplio de la música como algo más orgánico. En 59 Estudios se formaron duetos, featurings, grupos de salsa. Era una locura”, narra la cantante bogotana.
Foto: 59 Estudios
Juanes antes de Juanes
Juanes llegó a 59 Estudios en el 2001 después de haber estrenado su álbum ‘Fíjate bien’ refugiándose allí para componer su próximo disco ‘Un día normal’. El paisa llevaba su computador, se encerraba en una de las salas de ensayo y grababa maquetas de sus guitarras.
El productor musical Jorge Corredor recuerda: “en ese momento Juanes no era tan famoso, era famoso por Ekhymosis pero no por su carrera de solista y un día sale del ensayo y se queda parado en la puerta donde estaba Andrés Cepeda y dice: oíste huevón, ese man como canta de bien huevón, qué chimba, yo sí admiro mucho a este huevón”.
Muchas de las grabaciones que hizo Juanes con nada más que su guitarra y su computador quedaron en el disco porque a veces es difícil que en una sesión en un estudio de grabación quede plasmada la misma magia que ocurre en un ensayo. Muchas maquetas o guitarras guía de canciones como ‘Mala gente’, ‘La paga’ o ‘A Dios le pido’ quedaron tal cual como Juanes las grabó en 59 Estudios.
"Juanes era demasiado exigente, pero todo lo malo que pasaba en un escenario le pasaba era a él. Es una bobada, pero si se caía una luz del escenario, le caía a él, si se rompía una cuerda, era la de su guitarra porque estaba todo el tiempo muy nervioso. Afortunadamente eso lo fue corrigiendo con los años”, cuenta Corredor.
Aunque su productor para el álbum ‘Fíjate bien’ fue el finísimo Gustavo Gustavo Santaolalla, Juanes aún no tenía una disquera que lo protegiera bajo su ala ni un mánager que lo guiara en el laberíntico mundo musical, así que a los tres meses de ensayar y terminar su siguiente disco en 59 Estudios, hicieron un showroom con Universal y Fernán Martínez.
Juanes usó una guitarra que le había costado a Papo 100 mil pesos, de puro de combate, y con ella tocó el repertorio limpiamente. Cuando la presentación acabó, Martínez le dijo que inclinara la barbilla y mirara fijamente hacia el frente. Desde ese momento ese sería el ángulo con el que sería conocido en conciertos, videos y comerciales. Esa mirada uniceja que conquistaría al mundo.
Foto: Showroom de Juanes en 59 Estudios
“A Juanes le cambió la vida en una hora. Martínez estableció que desde ese momento, era una persona inaccesible, escasa de conseguir, que no podía ir a bares a tocar con todo el mundo y preciso esa noche Toby, un miembro de la banda, estaba cumpliendo años y no pudo ir”, cuenta Papo Holguín.
La guitarra se quedó en el estudio y como Papo no sabía qué pasaría con Juanes, cuando al instrumento se le dañó el clavijero, se la regaló a un muchacho que manejaba la salas de ensayo. “Fue un horror perder esa guitarra. Es triste. Eso es lo que más me ha dolido en este mundo porque ni siquiera recuerdo a quién se la dí”, cuenta Holguín.
La eterna fragilidad de los instrumentos
Por su parte, La Caverna seguía funcionando como ensayadero aunque cada vez tenía menos grupos en su agenda porque Julio cobraba mientras que Pablo no lo hacía o tenía tarifas más bajas para las bandas que podían pagar. Sin embargo, la juventud bogotana no lo defraudó y muchos jóvenes seguían yendo a su garaje.
“Julio González tiene cinco o seis amplificadores diferentes para ofrecerles a los guitarristas, tiene una batería que es muy buena y, en general, los equipos son chéveres porque son equipos vintage que suenan muy bien y que a veces suenan mejor que los de ahora y creo que le da un plus, aparte de él que es vieja guardia”, cuenta Zahir Moreno, exmiembro de La Rebeca, banda con la que ensayó en La Caverna, y actual coordinador de ensayos de Árbol Naranja de Chapinero.
Foto: Mario Duarte en La Caverna
Sin embargo, uno de los riesgos de tener un ensayadero va más allá de ser demandado por exceso de ruido; los rateros siempre firmes en su propósito de desvalijar sin consideración al rico y al pobre, no exoneraron a La Caverna de pagar peaje por su mera existencia.
A principios de los años 2000, un músico salió y dejó la reja abierta. Julio estaba en la entrada despidiéndose cuando sintió algo frío en la sien. Le exigieron que se acostara y sintió entrar a una tropa de gente. “En esa época yo grababa a las bandas que iban al ensayadero y se llevaron el computador así que perdí las grabaciones que tenía. Recuerdo mucho que mi mamá estaba en la ventana y estaba contenta porque pensó que había alquilado los equipos”, cuenta González.
59 Estudios, por su parte, no sufrió robos pero si descalabros por la energía tan bárbara que imprimían los músicos en los instrumentos. Según el ingeniero Jorge Corredor esa pasión que Papo Holguín tenía por tener el espacio gratis se fue acabando porque los platillos se dañaban, los amplificadores se quemaban y tocaba repararlos y la gente fue emigrando porque escuchaban que en tal ensayadero había batería o amplificador nuevo.
Con las tarjetas sobregiradas y el bolsillo cada vez más flaco, Holguín decidió asociarse con otros melómanos y fundar Groove Estudios en el mismo lugar y con la misma gente, pero al darse cuenta que el ruido de los ensayos se metía en las grabaciones, decidieron acabar con la sala de ensayos y dedicarse a grabar.
“59 Estudios estuvo a la cabeza ayudando y dándole vida a todo el parche bogotano de la música. Para mí es un honor ni el hijueputa haber trabajado en ese lugar porque aprendí muchas cosas y fue un espacio que ayudó a crear una gran movida en la que la gente ya no solo se interesaba en tocar en bares sino en qué chimba grabar”, cuenta Corredor.
Papo es una leyenda entre quienes lo conocen; recibió a una gran camada de músicos de géneros opuestos sin más exigencia que la de nunca parar de hacer música y se quedó sin un pétalo por la fuerza con que éstos tocaban cada canción. No se arrepiente de nada, para él, fue la mejor época de su vida y aunque siguió como socio de Groove Estudios, terminó su relación con ellos en 2019.
Ahora vive rodeado de discos, de su batería consentida y algunos borradores de las grabaciones que hizo en esa época. Maquetas de Morfonia, Los de adentro, Odio a Botero, Margarita Rosa de Francisco o La Pestilencia truenan de vez en vez en su cuarto y cierra los ojos recordando con detalle historias sobre los artistas que habitaron ese templo que fue 59 Estudios.
Foto: El muro de La Caverna
Rastrear la historia de los ensayaderos como si se tratara de un árbol genealógico: lineal, progresivo e irrefutable no es sensato ni decente. Cada década, bandas y canciones fueron fruto de una explosión de influencias, toques, amores, peleas, crisis económicas, crisis emocionales y colaboraciones en las que si bien se podía armar un ensayadero, no siempre se convertía en un buen negocio y si se tenía un negocio, no siempre tenía alma de ensayadero.
Lee la tercera entrega, aquí Ensayaderos: las cavernas del ruido III