Ensayaderos: las cavernas del ruido III

Los ensayaderos encierran mucho más que sudor, sueños y canciones. Este es un recorrido por las historias atrapadas en sus muros de espuma: desde el primer ensayadero, en el que tuvieron que ver los Rolling Stones, espacios que vieron surgir a figuras como Shakira y Juanes y aquellos que hoy siguen viendo estrellas titilando en cuartos llenos de espuma.

Lee la primera entrega: Ensayaderos: las cavernas del ruido I

Lee la segunda entrega: Ensayaderos: las cavernas del ruido II

4 Cuartos 

Foto: 4 Cuartos

Luego de que 59 Estudios se convirtiera en la sala de grabación Groove Estudios muchos músicos migraron a otros ensayaderos que estaban comenzando a aparecer en la ciudad. Una de ellas fue 4 Cuartos nacida en el año 2000 en un segundo piso de una casa abandonada del barrio Teusaquillo que fue adecuada por dos hermanos: Javier y Diego Vergara.

Al inicio, Javier y su hermano adecuaron un cuarto con cajas de huevos, llevaron el equipo de sonido sus papás que sirvió como consola para voces; el amplificador de guitarra de Javier, la batería de su prima, y unos micrófonos perfectos para un karaoke familiar. 

Foto: 4 Cuartos

“Cuando el espacio se quedó pequeño y ya el equipo de sonido no dio más, tocó empezar a comprar cosas. De hecho, una vez la mamá de Javi le dio plata para que pagara el semestre en la universidad y él no lo hizo, se lo gastó en comprar mejores equipos para 4 Cuartos”, cuenta Paola Cortés que es tambien cofundadora y actualmente administradora de la sala de ensayos.

4 Cuartos pasó a se rmás visitada por músicos por lo que los hermanos decidieron pasarse a otra casa por la calle 36 que transformaron a punta de martillo, ladrillo, espumas, colchones y tapetes, todo esto ahora con otro integrante en el equipo: Juan Carlos del Río, vocalista de la banda Razón de Ser, jefe de salas en esa época y ahora socio de la sala de ensayos por más de una década.

Uno de los personajes inolvidables de 4 Cuartos fue Cori, un pitbull enorme de color negro que llegó de paso y se quedó para siempre. Fue parcero de todo músico que ensayaba allí y fue tal la adoración de todos que terminó siendo la imagen oficial de la sala de ensayos en afiches, stickers y carteles de festivales hasta el día de hoy.

Foto: 4 Cuartos

4 Cuartos ha sido muy importante para las generaciones que crecimos con sonidos como el punk, el hardcore, el reggae, el ska, el neopunk, el metalcore y el metal ya que además de servir como espacio de práctica, fue y es uno de los nodos de la escena de adolescentes que encontraron en los toques de algunas de sus bandas de la casa, el refugio perfecto para desahogarse. Allí también se hacían exposiciones de arte, recolecciones de alimento para animales de la calle, festivales o lanzamientos de revistas o discos. 

Paola cree que la mayoría de bandas bogotanas han ensayado alguna vez en 4 Cuartos, pero hay algunas en particular que vio crecer en este lugar: La Severa Matacera, Skampida, Razón de ser, The Tryout, Koyi K Utho, Whites. "Algunos llevan más de 15 años ensayando en 4 cuartos, los hemos visto tocar en conciertos muy pequeños y después lograr tarimas grandes, giras locales, nacionales y giras por Europa, Sur America, México y Estados Unidos". 

Foto: Juan Ramírez

Paola es psicóloga de profesión, pero no aceptó trabajar en una oficina. Sin embargo, sí ha sido la terapeuta de muchas agrupaciones y músicos: ha sido testigo de peleas, reconciliaciones, amores, desamores, la empacada de cien o mil discos, la planeación de toques, giras nacionales e internacionales y la endeudada de muchos que nunca han parado de soñar con y para la música.  

“Hemos sufrido con ellos y celebrado con ellos. Razón de ser, por ejemplo, llevaba 11 años pasando papeles para tocar en Rock al Parque y no pasaban hasta que un día lo hicieron y eso fue una vaina loca. Yo creo que a mí se me aguó el ojo y todo”. 

Paola conoce gente que llegó por primera vez a 4 Cuartos cuando tenía 13 años y se ha ido quedando porque siente que llega a la casa de los amigos, a un lugar donde puede parchar. “De corazón, aparte de tener una empresa y un proyecto personal, siempre nos hemos intentado preocupar por lo que quieren y necesitan las bandas”. 

Árbol naranja

Seis años más tarde, dos amigos de Turmequé, Boyacá, llegaron a Bogotá con 20 millones de pesos y con mil millones de sueños bajo el brazo. Jorge Jiménez y Óscar Toro querían montar una sala de ensayos y, con asesoría de Zahir Moreno, un amigo de la infancia de ambos que había llegado a la capital en el 96, lo hicieron, crearon Árbol Naranja

“La casa que eligieron era un desorden; tenía hasta una mesa de billar que dejó el dueño anterior, de resto, todo eran escombros”, recuerda Zahir, quien les ayudó a reconstruirla. 

Una de esas primeras noches de perrenque y cemento, se metieron los ladrones y les robaron los materiales para adecuar las salas de ensayo. Al otro día, los compraron de nuevo y poco después descubrieron que tenían visitantes nocturnos: habitantes de calle habían escogido esa casa como hogar. 

“Tuvimos un proceso con ellos muy chévere y, hoy en día, uno de ellos está rehabilitado y la chica vive en Francia”, cuenta Zahir. Al principio, Árbol Naranja apenas si ganaba para pagar el arriendo, pero pocos años después, esta sala de ensayos se consolidó como una de las más sofisticadas de la capital. 

Foto: Juan Mattos

“Los primeros en llegar fueron los de Divagash que se sorprendieron porque nosotros les subíamos las maletas y si querían café, nos íbamos hasta donde fuera a comprarlo. Esto se empezó a formar alrededor del buen servicio y es algo que aún se mantiene”, cuenta Zahir Moreno quien es el coordinador de las salas de ensayo de Árbol Naranja.  

Esta misma banda los bautizó gracias a una vez en la que la casa se quedó sin agua. Cuando volvió, Jiménez comenzó a gritar desde el primer piso: ¡Ya hay agua!, ¡ya hay agua!

“Desde entonces, Divagash nos llamó la Tribu Yayagua y por esas épocas nos decían así”, dice Moreno. 

Foto: Cortesía Telebit

Por Árbol Naranja ha pasado gran parte de la camada de músicos que, ocho años después, marcaría los nuevos sonidos alternativos como Telebit, Petit Fellas o Diamante Eléctrico. Y como si esto no bastara, también se convirtió en el sitio favorito de artistas de la talla de Aterciopelados, Cabas, Superlitio, The Hall Effect, y Totó la Momposina. Eso sí, según Zahir, siempre hay clientes chéveres y clientes pesadilla. 

“Cuando los de Lika Nova empezaron a ensayar con nosotros tenían 14 y 15 años, hoy tienen 20 años y verlos haciendo tremenda música después de que llegaban achantaditos con moneditas para pagar sus ensayos, es muy bonito. Eso y tener en mis salas a Andrea Echeverri a quien escuchaba cuando estaba en el colegio soñando verla en concierto con Los Aterciopelados”. 

Foto: Cortesía Zahir Moreno

También recuerda que cuando conoció a un grupo de rap, los detestó porque no saludaban, eran groseros y dejaban las salas sucias, pero con el tiempo se convirtieron en muy buenos amigos; otra banda que lo marcó fueron los integrantes de una conocida agrupación de punque, previo a la celebración de sus veinte años de carrera, llegaron a ensayar completamente borrachos. 

“El baterista se fue de jeta encima de la batería y nos rompió el redoblante; los estage se quedaron dormidos en la puerta de la sala y uno se vomitó. Eso fue tenaz. Me tocó sacarlos casi que a patadas, sin embargo pasó lo mismo: hoy en día somos muy amigos”, dice entre risas Moreno. 

Foto: Juan Mattos

La importancia de las cavernas del ruido

Los ensayaderos tienen una capacidad casi camaleónica y es que cualquier espacio puede ser susceptible de convertirse en uno: desde el más equipado y con los mejores instrumentos hasta el más pequeño y básico.

Las salas de ensayo tienen varios roles dentro de la formación de un músico: son el espacio en el que nacen las canciones; ayudan a que la música mejore ya que las bandas pueden escuchar a otras y así tener otros referentes sonoros; permite que el músico pueda explorar nuevos sonidos al poder escuchar su instrumento a todo volumen y genera un sentimiento de compromiso en los miembro de la banda a la hora de hacer que todos pongan para pagar el ensayo. 

Y, si no fuera por los ensayaderos muchos cantantes vivirían aferrados a sus micrófonos como si fueran su centro de gravedad ya que este espacio les permite pensar en su puesta en escena. 

Eso sí, no todo es un paraiso sonoro. Aunque 4 Cuartos y Árbol Naranja no han cerrado nunca sus puertas, a menos que sean vacaciones porque los músicos también viajan, el momento más difícil que han vivido hasta ahora ha sido la cuarentena por la Covid-19. “Estamos quietos, con un futuro incierto, con festivales caídos, cero música en vivo, pero esperando que en algún momento podamos salir adelante”, dice Zahir Moreno. 

4 Cuartos, por su parte, inició una campaña de venta de camisetas para poder pagar algunas cosas. “Cada vez que vendo una, me dan ganas de llorar porque la gente, aparte de comprármela, me dice cosas como: quiero comprar una camiseta porque 4 Cuartos es muy importante; ustedes han hecho mucho por la música, por la escena, llevan veinte años, no vayan a desfallecer”, cuenta Paola conmovida.  

La mayoría de sus clientes son gente que alguna vez ha ido a ensayar, a acompañar a alguien a 4 Cuartos o ha ido a un concierto y el hecho de que tantas personas hayan respondido a su llamado los ha motivado muchísimo.

“Todo lo que hemos conseguido ha sido a pulso, nada ha sido regalado. 4 Cuartos está hecho con nuestras manos: cada cable y cada ladrillito que existe lo pusimos nosotros. Más allá de los números, nos importa la música y las bandas y ni siquiera hoy que todo es tan jodido e incierto hemos pensado en cerrar”, dice. 

Nadie sabe qué pasará en unos meses, pero lo que sí es seguro es que la forma de hacer todo cambiará para siempre. ¿Los ensayaderos tendrán que ampliar las salas debido a la medida de distanciamiento a más de dos metros?, ¿los instrumentos tendrán que ser limpiados cada cierto tiempo?, ¿el micrófono tendrá que ser forrado con vinilpel o llevado por cada uno de los cantantes?, ¿los músicos tendrán que estar vestidos con trajes especiales para que ni el sudor ni la saliva alcance a sus compañeros? 

Foto: Andrea Melo Tobón

El regreso de Oxygeno

Uno a uno llegan los miembros de la banda a La Caverna, tocan el timbre y ven que en la ventana se mueve una cortina. ¿Qué más?, ¿todo bien? Le preguntan a Julio mientras abre la reja blanca. —Todo bien, responde mientras levanta a su perro para que salude a los recién llegados.

Julio guarda a su perro Muñeco en casa, busca la guitarra y le dice que va a volver pronto. Aunque su barrio es seguro, nunca se sabe así que echa doble llave. Cuando baja, escucha bulla: Gabriel, Diego, Nilton y Danilo apoyan sus instrumentos sobre las sillas y adelantan cuaderno mientras sacan los cables de sus maletas. -Toca que movamos lo del concierto de este jueves, dice uno. —Primero hay que ensayar, responde González mientras cierra el garaje.

Hace días que no ensayaban y se nota: la voz de Gabriel no suena tan clara como siempre, el pianista se pierde y Julio tiene problemas con una cuerda que se suelta a cada rato. El baterista toca como si se hubiera aprendido las canciones al nacer y eso le da confianza a Julio. Está feliz de volver a tocar. Al cabo de poco más de una hora, la magia comienza a cocinarse y a escaparse por entre cuerdas, teclas y cueros. 

Después de que se separaron, los miembros de Oxygeno tomaron caminos diferentes: aunque no dejó de tocar su Gibson, Julio se dedicó a La Caverna; el bajista y vocalista Gabriel Ballesteros, a la música cristiana; el baterista Darío Hómez se quedó en la publicidad y en el emprendimiento de comidas rápidas y Eduardo se radicó en el exterior. 

Casi veinte años después, Gabriel se acercó a Julio y le propuso que, como conocía a muchos músicos, retomaran el sueño de Oxygeno. No perdían nada con probar, y arrancaron buscando personas que tuvieran su misma edad, que no tocaran ni más ni menos y que tuvieran su instrumento y lo consiguieron.

Han tocado en varios conciertos en Bogotá en el que han probado el nuevo ensamble y han logrado crear una cápsula del tiempo para quienes crecieron con sus sonidos en los años ochenta. En sus presentaciones, Gabriel aún tiene la voz intacta, los nuevos músicos se dejan ir en este viaje temporal en el que se proyectan videos de la banda cuando tocaba en el programa de Jorge Barón o en conciertos locales mientras Julio, taciturno como siempre, prefiere estar a la sombra del escenario cerrando los ojos y haciendo unos solos que hacen bailar sus dedos sobre su guitarra.

La Caverna también tuvo que detener los ensayos debido a la cuarentena en Bogotá, sin embargo Julio tiene fe de que aunque se tengan que tomar medidas, su ensayadero va a seguir en pie. Mientras tanto, su única compañía en la inmensa casa de 207 metros cuadrados en la que vive, se llama Muñeco, un perro pincher de doce años. Desde que llegó a su vida, ambos recorren un kilómetro y medio diario, y la suma total de sus pasitos recorridos en este tiempo es igual a la distancia a pie desde Bogotá hasta Buenos Aires. 

González tiene poco más de sesenta años y nunca se ha casado. Su novia más reciente es una profesora con la que ha intentado juntarse dos veces, pero el destino se ha encargado de jugarles una mala pasada. Después de veinte años, ambos se encuentran solos, pero no han vuelto a hablar de matrimonio, ahora solo queda esperar. “Para mí ella nunca se ha ido y me gustaría compartir y luchar y sobrevivir con ella lo que venga”, dice Julio. Por ahora él se atrinchera en su caverna, como los otros ensayaderos, a la espera de que esta pandemia no entierre estos espacios que han servido de incubadora para artistas grandes y pequeños.

Foto: Andrea Melo Tobón

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