Ensayaderos: las cavernas del ruido I

Los ensayaderos encierran mucho más que sudor, sueños y canciones. Este es un recorrido por las historias atrapadas en sus muros de espuma: desde el primer ensayadero, en el que tuvieron que ver los Rolling Stones, hasta los que han continuado con ese legado, espacios que vieron aparecer a figuras como Shakira y Juanes.

No todo el mundo sabe qué es un ensayadero, pero para un músico, o para cualquiera que alguna vez haya querido serlo, este espacio es símbolo de escape, de amigos, de música, de libertad y de sueños. 

Un ensayadero puede ser una bodega vacía, una sala de ensayos —desde la más completa hasta aquella que mide 3 x 3 metros—, o el garaje de la casa de alguno de los miembros de la banda. Eso sí, hasta antes de las diez u once de la noche para evitar peleas con doña Gladys o don Marcial, los vecinos de pared. 

Generalmente se insonoriza con colchones, cajas de huevos o aislantes que, aunque impiden el escape de sonido, concentran los olores. La pecueca del baterista, que suele tocar en medias, el sudor del guitarrista y el aliento del cantante que le deja perfumado el micrófono al siguiente despreocupado que le pegue los labios, son aromas que bien podrían formar un adjetivo: ¡huele a ensayadero!. 

Este es el taller donde todo ocurre: nacen canciones que marcarán generaciones, se crean o se destruyen amores y se abortan carreras o sobreviven artistas que al oírse se dan cuenta de si son buenos o no, y si no lo son, descubren cuánto están dispuestos a dar para convertirse en uno de verdad.

Pero, ¿cuándo nacieron estas guaridas de feromonas y sonidos y cuál es la importancia de su existencia? Es difícil rastrear su nacimiento en la historia de la música en Colombia porque la mayoría de investigaciones y artículos están dedicados a la producción musical, a relatar las biografías de los artistas, o a contar lo que ocurrió en festivales y conciertos.

Esta es una aventura que narra los recuerdos fragmentados de aquellos que creyeron y aún creen en el apoyo a la escena musical independiente, de los testigos que vieron a estrellas nacer, de estrellas que no alcanzaron a brillar tanto como se esperaba y de melómanos que creen que las artes también son memoria

“En los 70 y 80 no había ensayaderos. Las bandas de la época iban a la casa de Marciano (Guillermo Guzmán de Glass Onion) porque había un amplificador Marshall, un micrófono y una batería. Con los Flippers ensayábamos en la sala de Arturo Astudillo y había niños que nos veían boquiabiertos a través de la ventana”, cuenta Miguel Muñoz, miembro de bandas como los Flippers, Génesis y La banda del Marciano.

Los oídos de Colombia se dividían entre los que amaban la música popular y tropical y los que se habían rendido ante el poder de Los Flippers, Los Ampex, 2+2, Los Playboys, The Young Beats, Los Beatniks, Los Streaks, Time Machine y Los Yetis

Parte I: Oxygeno, la bendición de Loog Oldham y el inicio de la mítica Caverna

Fotos de archivo personal

Era agosto de 1988. Un hombre en sus treintas, de pelo hasta debajo de las orejas, vivía con sus padres en una casa que él mismo había diseñado en la carrera 50 con calle 56. Se encontraba en la sala cuando vio en el periódico un anuncio que le llamó la atención: “Se busca guitarrista”. 

Julio González era arquitecto, pero había dejado a un lado la profesión para dedicarse a su guitarra y también se había quedado sin novia (nunca pongas a elegir a un o una músico entre tú y la música porque saldrás perdiendo). Además, se había retirado de un grupo hacía unos meses porque estaba cansado de hacer covers.

No tenía mucho que perder así que llamó al número y la voz al otro lado lo citó en Chapinero. En un parpadeo, fue invitado a ser parte de la agrupación Servicio Especial

“En esa época todos los grupos tenían nombres compuestos: Compañía Ilimitada Sociedad Anónima. Todos cogieron esa línea y empezamos a ensayar en mi garaje porque no existían las salas de ensayo”, cuenta Julio. Poco después, cambiaron su nombre por el de Oxygeno

Oxígeno graba cuatro canciones y Andrew Loog Oldham hace realidad un sueño

Al principio la agrupación hacía covers de Reo Speedwagon, The Eagles y The Beatles, pero meses después comenzó a experimentar con líricas y sonidos nuevos lo que la llevó a tocar rock y pop en español en bares y discotecas.

La alineación original de la banda era: Gabriel Ballesteros (bajo y voz), Julio González (guitarra), Darío Hómez (batería) y Eduardo González (teclados). Jóvenes sin más pretensión que hacer música y perseguir el sueño sonoro: vivir de ella, pero apenas si tenían los medios para pagar un estudio de grabación

Duraron meses preguntando en el gremio de greñudos si conocían a alguien que hiciera el trabajo sin que costara demasiado y les recomendaron trabajar con Ernie Becerra, un rockero que les cobró $140.000 por la grabación de cuatro temas. 

“Era una salita con una consola y solo cabía él y uno, no cabía nadie más y empezamos a grabar”, recuerda González. 

Dos años después, Oxygeno seguía yendo a toques y a conciertos en otras ciudades y municipios del país, pero todo cambiaría un día en el que el guitarrista recibió una llamada en la que lo citaron al estudio de Ernie Becerra porque la banda le tenía una noticia. 

Cuando llegó, vio a un mono con cara de extranjero que lo saludó con un apretón de manos. Mientras miraba con detenimiento su cara, Gabriel le decía que el gringo, o más bien británico, fue productor de los Rolling Stones. Julio enmudeció. 

“Pensé que me estaban mamando gallo: primero yo no sabía si Andrew Loog Oldham estaba vivo o muerto, mucho menos que estuviera acá en Bogotá y mucho menos interesado en nosotros. Eso es imposible, eso no pasa”, dice Julio con los rezagos de incredulidad de aquel encuentro aún vivos en su cara. 

Loog Oldham les pidió tocar para él y que lo dejaran meterle mano a la canción, a lo que ellos aceptaron extasiados. Al parecer, el productor había ido a ver a Becerra y este le había mostrado las grabaciones en las que estaba trabajando. La que más le gustó de Oxygeno se llama 'Te imagino'. 

"Se pierde la magia, todo"

Andrew Loog Oldham trabajó con Brian Epstein y The Beatles; a los 19 años fue mánager de los Rolling Stones y fue el encargado de producir bellezas como ‘Paint it Black’, ‘As Tears Go By’, ‘She‘s a Rainbow’ y la finísima ‘(I Can‘t Get No) Satisfaction’. Además, manejó a Small Faces, Rod Stewart y Donovan

Después de tocar su repertorio para el británico, éste confirmó su olfato y asistía al garaje con regularidad, pues en ese tiempo no había ensayaderos. Él había llegado al país persiguiendo a Esther Farfán, la primera actriz que se desnudó en el cine colombiano y modelo que se codeó con artistas como Pierre Cardin y Andy Warhol, por lo que decidió echar raíces o más bien cable en estas tierras

En una de esas noches largas en las que las horas se diluían, Andrew recibió una llamada en la que le confirmaban una sesión en Audiovisión, uno de los estudios de grabación más importantes del país. Loog Oldham había sacado dinero de su bolsillo para alquilarla durante un mes en el que Oxygeno experimentó y grabó algunas canciones.

Julio recuerda bien una jornada en la que estaban grabando el tema que tanto había marcado a Andrew. Durante 28 horas, jugaron con todo lo bueno y lo malo que se les ocurriera y en un punto Loog Oldham le pidió al guitarrista que tocara la guitarra al estilo flamenco. 

Se apagaron las luces y González acarició y punteó su instrumento mientras el inglés bailaba a su alrededor con una ruana, pero cuando escucharon el registro que había quedado en la cinta, Andrew rompió audífonos y tumbó monitores porque uno de los ingenieros había borrado otra guitarra por dejar la que él había inspirado. 

Julio trató de calmarlo diciéndole que tocaría de nuevo la pieza, pero el productor le respondió furioso: yo puedo traer un guitarrista de donde sea, lo que pasa es que la guitarra usted la va a hacer como se la sabe pero como la tocó no la vuelve a tocar. Es como tomar una foto en una fiesta y pedir que posen otra vez. Se pierde la magia, todo. Finalmente Loog Oldham no pagó las grabaciones y el estudio las borró. 

Pasó el tiempo y la banda seguía ensayando en el garaje aún atónita por lo que les estaba ocurriendo; el culpable del look y sonido rebelde de los Stones los visitaba frecuentemente y realmente creía en ellos. “Él trabajó mucho; lo que él hizo no hay cómo pagarlo”, susurra Julio. 

En uno de esos ensayos, el papá de González bajó a buscarlos para decirles que Andrew los necesitaba al teléfono: el productor les pidió que sacaran los pasaportes sin ninguna explicación. Días después se enterarían de que su destino no era otro que Reino Unido. 

Sí. Una banda colombiana había enamorado a un genio de la música y no era por rosca o dinero. Andrew Loog Oldham era un maestro y un loco de atar. “Uno ya se puede morir, así de sencillo”, piensa el guitarrista

Sueños de Liverpool

Los miembros de la banda hicieron la tarea y lograron viajar a Reino Unido, pero cuando llegaron al aeropuerto, los interrogaron en cubículos separados y aunque Andrew les había aconsejado que dijeran que iban a turistear, los agentes de inmigración no se comieron el cuento y solo les dieron 20 días de estadía en la isla más poderosa del mundo. 

Andrew los recibió al otro día con la bandera de Colombia y un pito estridente en un pub en el centro de Londres en donde le contaron la mala noticia. Aunque ya no tendrían tiempo de tocar en bares, pudieron grabar la anhelada canción en el Estudio Oasis, lugar por el que ya habían pasado dos Paules: McCartney y Simmon

“‘Me recordarás’, la canción que se hizo allá, es diferente a las otras y fue una de las pocas canciones que compuse y me dejaron meter. Esos ingenieros son unos duros y tienen el pop en la cabeza, en cambio acá tenían metido lo bailable”, cuenta Julio. 

Habían pasado 27 meses desde que Gabriel, Darío, Julio y Eduardo conocieron al hombre que les cambió la vida. Gracias a él no solo llegaron a Liverpool, la tierra de sus sueños, sino que pudieron grabar sus canciones. 

Destiempos

Ellos, un cuarteto de bogotanos que hacía dos años tocaba en conciertos de barrio, estaban en la cúspide de su carrera y el beso celeste llegó cuando Andrew les contó que el mismísimo Tony Motola, de Sony Music, le había dado visto bueno para el prensaje del disco y su distribución bajo ese sello. 

En julio de 1992, Oxygeno lanzó su álbum homónimo y canciones como ‘Me recordarás’ o ‘Lobos de la noche’ se programaron en las parrillas de emisoras de todo el país. El día que Julio se enteró de que la canción que compuso iba a sonar en Radioactiva, prendió el aparato y lloró de la emoción.

Todo eran risas, abrazos, palmaditas en la espalda y una convicción secreta le indicaba a Oxygeno que no había otro momento en la vida que aquel. Sin embargo, esa aventura sonora duraría poco.

Tuvieron la mala fortuna de que su lanzamiento ocurrió durante uno de los giros más importantes de la industria musical: la llegada del cedé. El álbum de Oxygeno fue uno de los últimos acetatos que Sony prensó en Colombia y su comercialización fue difícil. 

Y en la radio la cosa no estaba mejor: algunos disc-jockeys, de reconocidas emisoras,  le pidieron payola al británico para pasar las canciones de Oxygeno. Cosa que él no hizo porque para Loog Oldham una canción era buena o mala. Punto. 

En un artículo del periódico La Prensa del 24 de julio de 1992, Andrew dijo: “…Oxygeno ha salido en un mal momento. Es difícil promocionar y encontrar el público porque no hay pop colombiano ni emisoras que pasen pop. Es imposible hacer que la gente lo escuche porque yo no controlo la radio o las disqueras. Pero no me importa el resultado, tengo mi satisfacción”. 

La fortuna los había abandonado. Ya no solo se trataba de una coyuntura de la industria musical sino de otro tipo: Pablo Escobar y el Cartel de Medellín bombardeaban Colombia sin pausa y muchos de sus conciertos tuvieron que ser cancelados. La estocada final llegaría cuando un canal de televisión los invitó a dar un tocar en vivo y nadie lo vio porque el entonces presidente César Gaviria hizo uno de sus viejos y confiables apagones aquel día. 

En el mismo artículo, Loog Oldham también se refirió a Oxygeno con aprecio: “En 23 años, es el primer disco de un grupo al que no le cambio algo. Es el primer disco que grabé sin ninguna pretensión. Era mi dinero y aunque con el hubiera grabado diez grupos, estoy totalmente feliz porque es gente que crece y tiene una identidad. Si uno cree en alguien, uno trabaja…”. 

Para Andrew Loog Oldham esto fue el tope y sin más decidió alejarse del grupo así como el baterista, el tecladista y el cantante, hasta que solo quedó Julio. El sueño no tomó mucho tiempo en desvanecerse.  “Eso nos dio durísimo, nos fuimos en picada y él no quiso volver”, cuenta don Julio. 

El nacimiento de una sala de ensayos

“En los años noventa, mis amigos que tenían banda ensayaban donde los dejaban, realmente no había ensayaderos profesionales: era en el garaje de alguien, en el cuartito detrás de la tía de no sé quién o en el sótano de no sé qué lado. Me acuerdo de haber estado en un apartamento donde era todo chiquitito y apretado y el cantante se tenía que estar en el hall de las escaleras, la batería estaba en un cuarto, y el guitarrista y el bajista en otro, porque era la manera, y siempre ha sido la manera en la que las bandas se han inventado moverse donde los dejen”, cuenta Liliana Andrade, directora de programas de televisión y gestora de espacios como RPM Records.

Sin ánimo en el bolsillo ni en la guitarra, Julio ya no tenía contactos en el mundo de la arquitectura y en un momento de nostalgia, le compró los instrumentos a sus excompañeros de Oxygeno e ideó una manera de subsistir sin alejarse del todo de la música: montó un ensayadero en la misma cueva que había sido su templo de creación. 

Bautizó a su garaje con el nombre de ‘La caverna’ inspirado en The Cavern de Liverpool, lugar en donde sus adorados Beatles empezaron. 

Hacía el segundo semestre de 1993 pagó un clasificado en el periódico El Tiempo que decía: “Sala de ensayos equipada: amplificadores de guitarra y bajo, batería y equipo de voces. Ensaye como en casa y no moleste a sus vecinos”. 

Aunque al principio no sabía si la idea iba a funcionar, finalmente el bendito teléfono místico sonó y al otro lado de la línea encontró al papá de un músico que quería preguntarle cómo era el asunto. 

Esa misma tarde, el señor y su esposa, albergando todavía un poco de recelo, acompañaron a su hijo y a sus amigos al ensayo. El primero de los más de 10.000 ensayos, la primera hora de las casi 20.000 horas de música y el primer grupo de más de 2.000 que han visitado La Caverna desde hace más de 25 años. 

Lee la segunda parte de esta historia Ensayaderos: las cavernas del ruido II 

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