¡El mundo se quedó chiquito! La familia que le dio la vuelta al mundo

Foto: Instagram @mivueltaalmundoenfamilia

Sin tener que pensarlo mucho, la mayoría de nosotros hemos soñado con darle la vuelta al mundo y asumirlo como una forma de estudio, una completamente independiente a la clásica fórmula académica que conocemos. Sabemos que cada vez que emprendemos un viaje las ganas de escarbar en la cultura del destino al que queremos llegar es la apuesta más preciada, en especial esta generación joven-adulta que ya no busca sólo del ocio.
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Esta entrevista no será convencional, no será de esas donde la pregunta y la respuesta confluyen, pero estoy segura de que esas respuestas se irán resolviendo a medida que la lectura avance y, sobre todo, usted se irá haciendo preguntas nuevas. Se lo apuesto.
Sin planearlo me llegó la historia de una familia preciosa que decidió irse durante un año a recorrer un pedazo del mundo con sus tres hijos: Luciana, de 13 años; José Manuel, de 12, y Nicolás de 11. Ellos son los protagonistas de este encuentro entre letras, pues fueron quienes regresaron de los mil viajes con aprendizajes más gigantes que los académicos de los que estamos acostumbrados. 
Siempre he pensado que el conocimiento no sirve de nada si solo lo dejamos entre las hojas perdidas de las notas de clase, no sirve de nada si no nos valemos de él para buscar la empírica maravilla de vivir y conocer. Habíamos intentado conectarnos con Julián Mejía —el padre de familia y el cerebro de toda esta aventura de viajar por el mundo— desde hacía algunos días. A mí el corazón me daba ciertos vuelcos al pensar en lo aburrido que podía tornarse una entrevista, así que —sin que él se diera cuenta— intenté construir una conversación:

Foto: Instagram @mivueltaalmundoenfamilia

—Este hogar se formó viajando, María Fernanda. —Fue lo primero que me dijo mientras reía y yo, con el corazón en la mano, le sonreía desde el otro lado del teléfono sin que él pudiera notarlo.— Con Lupe, mi esposa, nos conocimos en Alemania y decidimos venirnos para Colombia. Ella es peruana, así que la decisión fue esa última y la que le dio inicio a esta familia. 
—¿Y por qué nace esta idea de estudiar dándole la vuelta al mundo?… Es más, ¿cómo nace una idea así en una cultura donde nos han enseñado un supuesto “orden de las cosas”? —Le hice la pregunta por pura curiosidad, no sabía muy bien si era la correcta para iniciar la conversación. Pero lo fue.
—Era una sueño que ya tenía en mi cabeza. Bueno, en realidad lo teníamos con mi esposa. Pero siempre lo habíamos pospuesto por excusas tontas, —sé que volvió a sonreír desde ese otro lado— como por ejemplo “el estudio de los niños”, “el colegio”, “perder ellos un año de su vida”, entre otros. Precisamente yo iba para un viaje a Buenos Aires y me puse a pensar en que no habíamos cumplido ese sueño y que definitivamente quería hacerlo realidad.
—¿Y entonces qué hizo, Julián? ¿Solo lo decidió? —Se rió más fuerte y no pude evitar reírme yo de vuelta.
—Pues, sí. Llamé a Lupe y le pregunté “Oye, amor, el otro año, más o menos entre junio de ese año (2018) y junio del 2019, qué harás?” —se quedó en silencio, como esperando a que yo me riera de lo asertiva que había sido en mis suposiciones. —Y ella me dijo que nada en particular. Que qué idea loca tenía en mente y entonces me copió. Fue de una. Ella me apoya siempre en todo, jamás demerita ninguna idea mía. 


Foto: Instagram @mivueltaalmundoenfamilia

—Bueno, pero ¿y sus hijos? ¿Ellos dijeron algo? —Soné incluso afanada en mi pregunta. No era que me asustara la respuesta de los niños, sino que buscaba una respuesta que yo hubiese dado si yo hubiese sido la hija de Julián.
Sonó una sonrisa al otro lado del teléfono.
—¡Hoy día dicen que estábamos locos! Pero en ese momento sé que les emocionó salir y recorrer el mundo. Y hoy también. Además, ¿perder estudio por un año de su vida? Nos parecía a Lupe y a mí que no era una excusa válida. Uno aprende cada minuto de su vida, ¿Qué pasa si pierden un año? Pues tendrán un año aprendiendo del mundo. —No supe qué decirle. Sabía que tenía razón. 
—¿Y cómo fue ese proceso previo al viaje? ¿Cómo se prepararon? ¿Hubo algún plan establecido? —No dejé de hacerle preguntas seguiditas porque me emocionaba pensar en lo que una familia podía hacer antes de pegarse tremenda aventura. 
—¡Pero claro que nos preparamos! —Volvió a soltar una risotada.— Cogí a los niños y nos fuimos a la papelería a comprar un mapamundi. Diseñamos toda una ruta de viaje y ubicamos los países que queríamos geográficamente. —Hubo un pequeño silencio. Probablemente estaba recordando lo que habían sido aquellas noches. —Y luego nos metimos a ver videos de cada uno de los destinos que íbamos decidiendo. Era maravilloso ver cómo esta verraca tecnología nos permitía prepararnos más. 

Foto: Instagram @mivueltaalmundoenfamilia

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—Pero, Julián, ven, ¿cómo decidieron los lugares? Debía haber filtro… —preguntaba con más impaciencia. Sentía que era yo quien debía agarrar mis maletas e irme a recorrer el mundo.
—¡Claro, claro, María Fernanda! —Suspiró y alzó su voz— Escogimos los más importantes cultural e históricamente: Egipto, Roma, Berlín, Moscú, Israel, París, Nueva York, Portugal, España, Francia, Italia, Grecia, Turquía, Palestina, Jordania, Kenia, Tailandia, Camboya, China, Hong Kong y Rusia. —Se le fue el aire y volvió a tomar— Creo que no se me pasa ninguno… creo. 
Guardé silencio por un par de segundos. Tal vez tenía la boca abierta de descubrir una familia así. Me dieron ganas de tener sobrinos y llevármelos.  
—Ufff, fueron muchísimos, Julián. ¿Cuánto tiempo se quedaban en cada ciudad? —Seguía completamente sorprendida. No paraba de sonreír.
—Eso dependía mucho, María. —Me nombró y sentí el paisa que lo atraviesa a él y, de paso, a mí.— Eran decisiones que se tomaban en el camino. No todo estaba tan planeado. Sentíamos que no hacía falta. Era un viaje a fin de cuentas. La idea era descubrir y dejarse sorprender a uno mismo mientras la travesía ocurría. —Sé que él no podía escuchar una sonrisa, pero estoy segura de que se la imaginó porque estaba encantada. —Además, no me lo has preguntado pero yo soy un aficionado a la historia. Mientras viajábamos íbamos mirando más videos y aprendiendo. Era una cosa bellísima. Teníamos trayectos por carretera inmensos y los aprovechábamos. Era fascinante.


Foto: Instagram @mivueltaalmundoenfamilia

—¿Sabes, Julián? Hay una cosa que tengo en la cabeza que me gustaría mucho saber… ¿hay alguna experiencia particular que, cuando mires para atrás, te haga sonreír y decir “¡qué locura de experiencia!”? —Se me revolvió el estómago. Sabía, sin saberlo de antemano, que los protagonistas de esta respuesta serían los niños.
—Ufff, siempre que me hacen esa pregunta sé que lo único que puedo decir es “qué difícil”, —se rió y me hizo sentir que la respuesta iba a ser de las mejores que escucharía en muchas entrevistas— pero hay una en especial que me dejó conmovido. Imagínate que estábamos compartiendo mucho en la casa de unos amigos israelíes y nuestros hijos forjaron una amistad muy fuerte con el hijo de ellos. Eran judíos. Pero también mis hijos resultaron muy amigos del hijo de otra familia muy amiga, quienes eran de Palestina. —Hizo un breve silencio, era para darme tiempo de entender la complejidad cultural que habitaba en esa experiencia que iba a terminar de contarme— Imaginarás el muro de conflictos coexistiendo ahí, María. Era una cosa atropellante. Pero lo que más me atropelló fue la pregunta de mis hijos: “¿Por qué ellos se matan si son buenos?”, y yo no supe qué decirles. —Hubo de nuevo silencio. Yo tampoco hubiese sabido qué decirles inmediatamente.— Pero al final les hice caer en la cuenta del valor que tiene desnudarse todos esos prejuicios bobos de qué es lo bueno y lo malo. Ellos aún lo meditan y lo siguen aprendiendo. Y creo que allí está el mayor aprendizaje, María, ese es el aprendizaje al que nosotros también le apostábamos con este viaje y llegó de forma gratuita. Sin pedirlo mucho. Solo llegó.Foto: Instagram @mivueltaalmundoenfamilia

Yo sé que esta vez él sí sintió la sonrisa que esbocé al otro lado de la línea. A veces estos espacios no tangibles permiten que las cercanías se esclarezcan y podamos sentirnos amigos de aquellos que no hemos podido conocer. 
—No sé qué decirte más que me ha encantado esa respuesta, Julián. —Efectivamente era la que menos esperaba, pero la que más quería escuchar. Sobre todo de una experiencia de niños.— Por último, sin quitarme más tiempo quisiera saber cuál fue el destino favorito de ustedes. ¿Puedes decírmelo?
—Ufff, otra pregunta de las difíciles. —Se rió y esta vez sentí una risa paisa, fuerte, sin pena ni tapujos.— Pero por votación unánime con mi familia, es Tailandia. La gente, la comida, la historia… todo. Todo es diez de diez. Aunque te haré trampa: también para mí fue Rusia. Dizque el país más frío y yo no sé qué más cosas… ¡La calidez de la gente no tiene descripción! Es todo lo opuesto… y bueno, para mi hija el favorito fue Polonia
—Julián, espero que el próximo viaje de ustedes sea a Colombia. —Me reí.
—¡Ah, pero claro! Ese es el próximo proyecto. Incluso Suramérica. Es indispensable que mis hijos conozcan la maravilla de nuestro país. De su país. Así como el de Lupe, mi esposa, que es Perú. No lo dudes.
Había quedado satisfecha. Sabía que a pesar de que el viaje de ellos hubiese sido al otro lado del ‘charco’ y yo no conociera por esos lados, había viajado durante una hora y media —el tiempo que duró la llamada— gracias a las experiencias de esta familia. Reconocí la maravilla de las fronteras, su grandeza y su simpleza: podemos atravesar esos muros y decidir conocer para reconocernos. Podemos decidir ganar un año, perdiendo el miedo.
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