El primer instrumento que llegó a mis manos fue una guacharaca de metal brillante. Era grande, cilíndrica y tenía mil punticos afilados que me puyaban mientras la cogía. A mis cortos cuatro años yo solo permanecía anonadada por esos punticos que dolían a mi tacto cuando sobre todo trataba de agarrarla como un vaso de leche para llevármelo a la boca. “Así no se toca guacharaca, bebé”, me decía mi papá con tranquilidad mientras me pasaba cualquier otra cosa que fuera menos letal para mis manos.
Fui creciendo y poco a poco me di cuenta de que ese era su instrumento. Me explicó con el tiempo que tocarlo fue su entrada VIP a las reuniones de adultos cuando era niño y que en nuestra familia —que la mayoría era de la costa caribe— el hecho de que mi papá pudiera imitar al señor de la parranda a sus 12 años, era todo un don de otro mundo.
Ese fue mi encuentro con el vallenato: entender que era un elemento importantísimo para mi familia y sobre todo para mi papá que se consideraba el niño con más ritmo del mundo, por sus tíos, primos y abuelos.
Él me hablaba de Diomedes Díaz, de Gustavo Gutiérrez, de Escalona, que de hecho “era amigo de la familia”, me decía. Me enseñó a bailar, en un cuadrado, uno, dos, uno dos, de un lado, uno, dos uno, dos, del otro hasta completarlo; me enseñó a sentirlo, con sus rimas y palabras hermosas que no he visto nunca puestas en otro tipo de música. Me enseñó a vivir el vallenato siempre alegre, siempre de fiesta.
Pero esa es la historia de mi padre, que como buen colombiano de familia costeña, conoció el vallenato por su herencia familiar porque en su crecimiento este género musical tomó un puesto enorme en las reuniones de canto y fiesta de sus padres.
Pero el vallenato tiene una historia diferente. El vallenato nació en Valledupar como una tradición oral que quería transformar lo cotidiano en poesía y asímismo la poesía en canción.
Como esta que dice así:
“La herida que siempre llevo en el alma
no cicatriza.
Inevitable me marca la pena
Que es infinita.
Quisiera volar muy lejos, muy lejos
Sin rumbo fijo
buscar un lugar del mundo sin odio,
vivir tranquilo.
Eliminar la tristeza, las mentiras y las traiciones
no importa que nunca encuentre el corazón
lo que ha buscado de verdad
No importa el tiempo que ya es muy corto en las ansias largas de vivir.
Cualquier minuto de placer
será sentido en realidad
si lleno el alma, si lleno el alma
de eternidad”.
Compositor: Gustavo Gutiérrez
Intérprete: Diomédes Díaz
El compositor e intérprete Gustavo Gutiérrez. Imágenes cortesía Leyenda Viva.
Se dice que en 1859 se escuchó por primera vez el acordeón, que llegó desde Europa por Riohacha y empezó a reemplazar las gaitas. Se afirma también que los agricultores de la región heredaron las tradiciones de juglares españoles y africanos, cantando y tocando sus instrumentos mientras viajaban de ciudad en ciudad con sus vacas, compartiendo noticias y mensajes. Finalmente, los instrumentos africanos e indígenas, como las flautas de gaita, la guacharaca y los tambores, se unieron al acordeón europeo y así es como nace el vallenato.
Tratar de ubicar el origen y las transformaciones del vallenato es precisamente lo que se propuso hacer en el documental Leyenda Viva: el alma de un pueblo, la película dirigida por Martín Nova, quien en 2015 dirigió Magia Salvaje. En él, de la mano de muchos de los más importantes compositores y hacedores de este género, se expone cómo se forjó el vallenato, el rol de la mujer, de la naturaleza y el papel de los juglares en el origen y futuro de este género musical.
El poeta e historiador Tomás Darío Gutiérrez. Imágenes cortesía de Leyenda Viva.
Así lo define el compositor Gustavo Gutiérrez: “una expresión auténtica de un pueblo, de una región, del Valle del Cacique Upar, donde los juglares cronistas narraban todos los aconteceres de una provincia y los poetas expresaban con su lirismo los sentimientos y vivencias en su región”. Y a partir de allí se entrejuntan voces de historiadores como Tomás Darío Gutiérrez, Julio Oñate Martínez, y cantautores como Ivo Díaz (hijo de Leandro Díaz), Rafael Manjarrez, Sergio Moya y Nafer Durán, entre otros.
Leyenda Viva hace un recorrido por exponentes, movimientos y representantes del vallenato para dar a entender que este género musical hace parte de nuestra cultura y sigue vigente hasta el día de hoy así haya presentado transformaciones desde sus inicios. Según su director: "es una discusión polífónica que abordamos en Leyenda Viva y que pone sobre la mesa lo que sucede con todos los folclores del mundo como la ranchera, el tango o el flamenco". El documental estará acompañado de un libro y de una banda sonora para convertirse en una plataforma que permitirá conservar el legado de este género musical.
Así pues, el vallenato ya no se ve como una música del pueblo, ya podemos encontrar escuelas y museos de vallenato, ya las mujeres pueden hacer parte de él. Este género se ha convertido en un cofre lleno de crónicas y de historia que nos transporta al pasado y a las regiones de nuestro país que no solo le interesa a los más viejos, sino que son los más jóvenes los que siguen evidenciando su legado y transformándolo día a día. Y eso precisamente es lo que veía mi papá, que desde que cogía su guacharaca, yo quedaba hipnotizada con ese sonido que sigue siendo atemporal.
*"Leyenda Viva: el alma de un pueblo" llega a las carteleras de todo el país este jueves 21 de julio.
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