Para Laura Villegas. Un abismo.
“El tiempo, sí, si es tiempo la muerte".
Imagínate abrir el buzón de tu correo y encontrar una carta que no es para ti. La voz te dice que no la abras y, sin embargo, sabes que es inevitable. Cuando la lees sabes que tienes el poder de conocer la historia de otro y es precisamente por eso que tienes el poder sobre su historia. Bueno, ahora sabes que ese destinatario camina sobre el mito griego y la psicoterapia: Alex Michaelides, el escritor de ‘Una paciente silenciosa’.
Hagamos de esto un secreto.
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Alex,
Supongo que escribir esta carta a un remitente que probablemente no me lea es también un acto de romper el silencio. Como lo hizo Alicia, aquella perturbada artista que termina en un psiquiátrico por pegarle 5 tiros a su marido y solo encuentra en sus pinturas la voz que ha decidido callar. Tal vez soy pretenciosa al querer ponerme a su nivel: comunicándome con la escritura, mi única forma de intentar hacer arte.
Eso hace que me pregunte cómo sería aquel caso hipotético en el que usted, un escritor que también es psicoterapeuta, me leyera. ¿Me analizaría desde las raíces de mi infancia, Michaelides? O por el contrario ¿me permitiría emitir palabras ante el desenlace hipnotizante de 'La paciente silenciosa'?
La franqueza no ha sido de mis más grandes virtudes, no porque no la tenga, sino porque a veces rompo los límites del respeto. Y debo admitir que mi acercamiento al libro nació gracias a ese 'placer culposo' que tengo por aquello que está en el ojo público, que es como pan recién salido del horno: no hay nadie que se le resista.
Para mi sorpresa, su libro tomó un ritmo que no imaginé, pues en las primeras páginas sólo me fijé en lo fácil que era de leer, en que su objetivo principal era ser digerido a una velocidad inimaginable y, no solo porque el tema fuera envolvente o porque el viaje a los traumas siempre nos despierte morbo a los seres humanos –y descubrir que allí estamos, que allí nos identificamos, que no estamos dañados en la soledad–, sino porque su escritura es liviana, suave. Uno no necesita tomar mucho aire para retomar la lectura, solo se necesita morbo y hacerse las preguntas que el propio Theo –el narrador y protagonista– se hace a sí mismo.
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¿Qué diría de mí, si le digo que la razón por la que compré su libro fue porque vi que tenía matices de psicoanálisis? ¿Mi infancia saldría a relucir? ¿Tendríamos que hacer un constante viaje hacia el pasado para entender por qué tengo esta fascinación? Probablemente esa es la razón por la que tantos fans han respondido de manera positiva a su obra, porque reconocen los caminos infinitos del pasado desde el lugar más difícil de descifrar: la memoria.
Seré directa… su libro roza lugares comunes del trauma: la infancia, el suicidio, la pérdida y la madre. Pero debo admitir que logra mostrar la proyección del terapeuta en el paciente y viceversa; cómo todos aquellos miedos del médico se van viendo reflejados en aquel sujeto frágil pidiendo ayuda. Creo que la construcción de ese narrador en primera persona le dio ventajas de construcción narrativa que han hecho del desarrollo de su libro un conflicto tan inesperado como bien trabajado. No lo veía venir. Jamás lo imaginé. Tomé el teléfono y le dije a la persona que estaba del otro lado: "Gran plot twist. Grande". Y lo repetí varias veces. Me encontré sorprendida conmigo misma al descubrir que este libro me había tocado fibras por una pregunta que, incluso hoy día, me cuesta hacerme: ¿Cuál es ese lugar de mi pasado que me ha dañado tanto? Y la respuesta ha sido la misma de Alicia: silencio. No hay nada. Ni razón, ni sentencia.
“Mi esposa está ahí de pie, pero ¿por qué no dice nada”, le pregunta Admeto a Heracles, pues su esposa, Alcestis, ha regresado de entre los muertos y permanece callada, incapaz de hablar de su experiencia. Ella se ha sacrificado por él, se ha levantado y ha gritado que es ella quien morirá. Cree que es valiente, que ha dado todo de sí para cumplir con el final de la prueba del ser amado. Y entonces sucede: Admeto permite que ella muera. La deja ser presa de la muerte y la abandona. Como usted diría en el libro: la asesina. Ese fue su gran acierto, Michaelides, hacernos creer que la respuesta era sencilla para luego mostrarnos que hay un solo móvil posible por el que un asesinato –a veces– sucede en doble vía: el amor.
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Usted me llevó a deleitarme con el papel de testigo inocente en una historia que nunca podría pertenecerme. Quisiera decir que es un libro que me cambió la vida, pero estaría mintiendo. Quisiera decirle que caminé sobre mis propios bordes para verme al borde de un abismo, pero también estaría mintiendo. Lo que sí sucedió fue que logré dejarme perseguir. No hay un momento en que no sienta que seré alcanzada por una voz que todo el tiempo hace eco en las páginas así no sea capaz de emitir palabra. Ojalá, cuando yo busque mi propia voz para hablarle al pasado, me acuerde de cuando Alcestis se levantó y gritó “yo”.
Atentamente,
M.
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