Feelip más que un grafitero se considera más como un artista urbano enfocado en el trabajo social. Hace más de una década pinta las calles de la ciudad de Bogotá y sus trazos han llegado a diferentes partes de Colombia y el mundo. Su nombre civil es Robinson Andrés González Sánchez y tiene 31 años.
Actualmente dicta talleres en Soacha, donde reside, y está consolidando su obra como artista en sus redes sociales, siempre pendiente de los proyectos que puedan surgir a raíz de su trabajo.
Feelip es uno de los artistas urbanos que hace parte de RAYADOS, el nuevo documental de Canal Trece y habló con nosotros para que conociéramos más sobre su proceso y su objetivo como artista.
¿Cómo fue tu primer acercamiento con el graffiti?
Mi primer acercamiento con el graffiti fue primero como observador de las calles y lo que en ellas veía a diario. No tenía inicialmente la intención de practicarlo porque me parecía muy complejo, pero con el tiempo conocí personas detrás de lo que veía en la calle y también del concepto que había detrás de eso.
Conocer a estas personas me motivó a querer practicar el arte urbano. Primero solo pinté letras, el lettering, 100% graffiti, sin embargo no me sentía cómodo ni pleno cuando terminaba de pintar.
Por eso cuando empecé a pintar imágenes, sí me sentía más conectado con lo que pintaba. Fui explorando diferentes conceptos como lo latinoamericano, conceptos de representación de personas del barrio, el campesinado, la ancestralidad… conceptos que antes desconocía y ahora identificaba gracias a la conexión que iba teniendo a nivel social.
Cuando te acercaste al lettering y al graffiti puro, ¿cuáles fueron tus referentes que te guiaron en ese proceso?
Hace doce años yo parchaba con amigos que hacían graffiti, con Era, con Slim, eran parches que ya estaban activos y estaban usando este tipo de estilo más graffiti. Con el tiempo, parchando también con un parche que se llama la Casa Chan, que era como una escuela de graffiti de esa época, empecé a aprender más conceptos y a involucrarme desde otras perspectivas.
Siempre ha existido esa distinción de lo que es graffiti puro y el arte urbano. ¿Cómo decidiste cambiar tu estilo, que empezó siendo graffiti, hacia el arte urbano? ¿Cómo te defines tú?
Yo me identifico con la línea de muralismo y arte urbano. Es una práctica que es más amplia y no te limita a querer rechazar otras prácticas como lo hace el graffiti. Los puristas del graffiti cada vez son menos porque cada vez son más los artistas urbanos que se vinculan a otros procesos de convocatorias donde tienen que pensarse otras formas de pintar, no solo 100% lettering.
Cada vez siento que los graffiteros participan en más estímulos y se dan cuenta de que el graffiti si bien también limita mucho tanto la práctica, como el concepto y muchas veces la técnica. Actualmente siento que son menos los puristas del graffiti pero porque también se ha dado cuenta que la calle es cambiante. Los respeto mucho porque siguen defendiendo esta práctica, que es complejo.
Pero yo sí me voy más por el arte urbano y el muralismo, donde genero una identidad propia.
Al pintar imágenes y salirte de lo que era 100% graffiti, empiezas a tener también un acercamiento hacia lo social. ¿Cómo definió esto tu carrera como artista urbano?
Empecé a expandir mi obra en otros territorios del país y a tener una técnica más desarrollada. Es allí donde me involucro más con lo social y me empieza a gustar. Con el paso del tiempo me doy cuenta de que quiero llevar esto artístico y social a la academia y empecé a estudiar trabajo social, pues es una labor que me permitía tener estos espacios.
Durante todo el proceso académico pude vincular lo artístico como una herramienta de transformación social, comunitaria, donde la gente puede tener otra cosmovisión de la realidad y asimismo pensarse la vida, la calle, el hábitat de otras maneras.
Mi principal foco de trabajo era la juventud o brindarle a la juventud otras formas de comprender la vida. Durante mi carrera se sentía esa parte artística como esa herramienta transformadora mostrándole a profesores y compañerxs que no era solo una idea y una propuesta sino que era una realidad, porque yo era un productor de eso. El arte me cambió a mí y me está ayudando a cambiar la vida de muchas personas.
Eso fue una bandera que llevé durante toda la carrera.
¿Qué evento te permitió enfocar tu arte hacia el trabajo social por medio de la universidad?
Tener mis prácticas al interior de la Cárcel La Modelo. Todas mis características académicas, personales, artísticas, me abrieron las puertas para hacer mis prácticas ahí durante 12 meses.
Ahí trabajamos con personas privadas de la libertad de diferentes características y delitos y cumpliendo un rol de trabajador social en el área psicosocial y también desarrollando técnicas de intervención con los internos donde lo artístico y creativo posibilitaba tener otro diálogo con los internos.
¿A partir de este proceso que tuviste en La Modelo también llevaste tu trabajo a otras partes del mundo?
Ese proceso también me permitió tener dos viajes a Irlanda del Norte, donde asumí una invitación que me hicieron para contar mi experiencia como joven y constructor de paz a partir de las artes. La primera fue en un Congreso Global de constructores de paz a través del arte, donde estuve compartiendo mi experiencia colombiana y latinoamericana, porque fuimos solo dos latinos. Allí compartimos experiencias y vivencias y hasta pintamos un muro.
Gracias a este evento, el siguiente año me vuelven a invitar ya no a un Congreso sino que se trataba de una invitación para llevarme a diferentes lugares a conocer, pintar y compartir mi experiencia con chicos de colegios de Irlanda.
Fue un proceso muy bonito en donde un país como estos, del “primer mundo” quisiera llevarse a alguien del mal llamado “tercer mundo” a compartir experiencias de cómo se está construyendo paz, cómo se está creando un tejido social, cómo se está repensando la realidad, cómo alguien de mi edad está pensando la realidad a partir de lo creativo.
¿Crees que el arte urbano debe tener el objetivo de transformar socialmente?
No es su principal objetivo, pero cuando logra hacerlo creo que el arte urbano está siendo más integral. Ya deja de pensarse en el artista y en el lugar, sino también se está transgrediendo la individualidad para llegar a lo colectivo.
Si a las personas les queda un concepto y una nueva perspectiva, siento que es una tarea mucho mejor lograda.
¿Qué pasó luego de esos viajes?
Luego, no sabía qué hacer laboralmente. Me gradué y me ofrecieron un trabajo como docente de pintura y de artes plásticas al interior de la Dirección de Cultura del municipio de Soacha. Allí exploramos esta parte de ciencia, donde podíamos llevar esa parte creativa y también conceptos psicosociales con niños, jóvenes, y adultos mayores en zonas rurales y urbanas del municipio.
Llevo trabajando ya tres años acá haciendo procesos comunitarios y creativos, donde la gente explora herramientas artísticas y sociales haciendo ejercicios colectivos.
El resultado de estos procesos son exposiciones, tomas culturales e intervenciones de espacios en diferentes corregimientos de Soacha.
Actualmente estoy dedicado a desarrollar obra, pintar cuadros en diferentes formatos, yéndome de las calles y los formatos grandes a formatos más pequeños, para galerías propias y también cuadros por encargo donde ya me buscan por tener una obra desarrollada por mi estilo y técnica.
Enfocándonos en tu rol como trabajador social, ¿cómo han percibido las personas con las que compartes tu trabajo?
Yo creo que he tenido la oportunidad de vivenciar muchas cosas. Pero de lo más importante para mi hay dos cosas: por un lado las personas que iniciaron a pintar cuando yo llegué. Siento que se generó una influencia fuerte y fui una motivación para que varias personas continuaran pintando.
Creo que intencionalmente nunca dije: “quiero crear artistas”, ni siquiera hoy en día. Sino compartirles el mensaje y hay personas que asumieron esa semilla que uno les dio, la regaron y hoy en día están recogiendo los frutos.
Eso me motiva, es como “ush, parce, qué chimba”, ha sido muy valioso.
Y por otro lado, cuando tengo la oportunidad de encontrarme con internos con los que trabajé en la cárcel, cuando me los encuentro en la calle me reconocen como “Yo me acuerdo cuando usted nos daba una palabra en medio del caos de la cárcel”, o “cuando teníamos las sesiones con usted era lo más cercano a la libertad”.
Hoy verlos con otro semblante, con otra actitud, me demuestra que fui una pequeña parte en su proceso de resocialización.
¿Qué se viene para Feelip este próximo año?
Estoy interesado en salir del país, no sé a donde aún, pero exponer fuera del país y gestar procesos sociales, fuera, tener ese reto de trabajar con población no colombiana en otros territorios.
La idea es reafirmar esa parte artística y creativa como una herramienta de transformación social. Esa es mi visión a mediano y largo plazo.
A corto plazo seguiré fortaleciendo mi obra.
¿Qué significó para ti ser parte de RAYADOS, el arte de la transformación? ¿Crees que deberían haber este tipo de acercamientos al arte urbano?
Fue una chimba. En lo personal quedé muy feliz en cómo quedó.
Creo que siempre debería existir esa voluntad de presentar esa otra parte que nadie ve, porque la gente ve los muros, ve las calles, pero no ve todo lo que pasa detrás y lo que mueve a la gente a hacer lo que hace a través de la pintura.
Qué chévere contar desde nuestra experiencia lo que creemos, lo que hemos construido y lo que esperamos y pues ojalá este producto motive tanto al canal, como a otras plataformas a querer saber más de este gremio.
***No te pierdas el estreno del documental RAYADOS, el arte de la transformación por Canal Trece el domingo 18 de diciembre en la TV.
Foto por Anderson Labrador @zetadj, Canal Trece.
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