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La tormenta después de la calma: ‘Como el cielo después de llover’, de Mercedes Gaviria Jaramillo

Contar la propia historia tejiendo susurros, dejando el ruido del otro lado. En la superficie. Obligando al espectador a hacer un giro. Como el cielo después de llover, la ópera prima de la cineasta paisa Mercedes Gaviria Jaramillo, revela ese movimiento. Lo configura. Lo narra. El mundo ha sido registrado por los ojos del padre, de todos padres, y así se nos enseña a verlo. Aprendemos una lengua, una estructura de símbolos, para traducir los recuerdos de ese dios, siempre autoritario. 

La voz desenreda el alambre de púas: hace el pasado viable, conjunto. También es la voz donde se reafirma la individualidad. Las palabras no son solo ecos, tarros vacíos predeterminados. Mercedes mueve las fichas, crea las reglas de su propio juego. 

A veces es más importante lo que no se filma. Y la importancia de lo que se proyecta se da, precisamente, en la medida que construye el croquis de lo que no está. Poniéndolo en evidencia.

Hay una brutal consciencia de sí. De que hay un mecanismo que reproduce la inequidad, un sistema mezquino, ignorante. Hay que matar al padre antes de que se muera. Cazar el fantasma que nos habita. Amputar el dolor encarnado. Componer el vuelo. Migrar a otro plano.

La tormenta después de la calma: ‘Como el cielo después de llover’, de Mercedes Gaviria Jaramillo

Mercedes se incomoda, cierra los ojos, escucha: aquí se toma distancia con el padre, se le llama por su nombre. Desnuda la torpeza patriarcal, el descuido en su monólogo. El mensaje heredado por la madre, en secreto, es romper radicalmente con ese pacto de silencio, de miedo; descubrir la mentira que domestica desde el privilegio. 

Mostrar la intimidad, exponerla, desmenuzar las prácticas cotidianas, poner en tensión lo resistente y lo frágil, reconstruir la casa, meter el cine bajo las cobijas. Descubrir la cámara en los ojos cuando amanece. La poesía desatando jerarquías.

Como el cielo después de llover es el testimonio auténtico de una ruptura hecha por amor. Y es esa su potencia, su fuerza: la lucidez con que asume esta —tan solo aparente— contradicción.


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