Fotos: Árbol de Letras – Canal Trece
Como parte de una actividad de la Gobernación de Boyacá varios periodistas fuimos invitados a conocer una zona del departamento de Boyacá que ha sido muy poco visitada. Desde el viernes a las 5 am salimos de Bogotá rumbo a un lugar del país que muy pocos de los viajeros conocíamos. Luego de un largo camino, la primera parada nos llevó a la ciudad de Chiquinquirá, un lugar reconocido por su turismo religioso. Allí nos reunimos con un grupo de siete personas que venían desde Tunja y con quien sería una de nuestras guías en este recorrido, la señora María.
Avanzando por la carretera rumbo al municipio de Muzo, lugar que nos recibiría oficialmente el primer día, nos detuvimos en el camino en Maripí, un pueblo del occidente boyacense en donde sus habitantes viven de la producción de la panela lo que le ha dado el título de ‘El reino dulce de Boyacá’.
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Maripí, el municipio dulce
En un pequeño trapiche al lado de la carretera, Don Justo trabaja, desde hace casi 15 años, cocinando el dulce de la caña para convertirla en panela. El olor dulzón se mete por la nariz mientras se cuece a ritmo de un alto fuego uno de los productos más populares de nuestra tierra colombiana, y que no solamente se hace en este lado de Boyacá.
La panela, y por supuesto los paisajes de caña de azúcar que crecen en el verdor de esta tierra, son en sí mismos una razón de peso para visitar este pequeño pueblo boyacense que sobrevive a punta de sembrar caña y producir panela y sus derivados. El municipio desde hace ya un par de años ha comenzado a tecnificar la producción de la caña para comenzar a cambiarle la cara al occidente de Boyacá.
Muzo, tierra de esmeraldas
Hacia el medio día de la primera jornada de este viaje, llegamos al municipio de Muzo, un lugar que durante los años 80 fue epicentro de la bonanza esmeraldífera, que trajo consigo, no solamente riqueza, sino también condiciones sociales y violentas que marcaron su historia. Sin embargo, hoy en día, Muzo tiene una cara distinta, una cara verde que entre riscos y trochas invita a la exploración.
La primera sorpresa entrando a este lugar fue comprobar que ciertamente Boyacá es un departamento con cinco pisos térmicos. Para mí, que lo he recorrido infinitas veces, pero siempre en los mismos lugares y que he sufrido el frío de sus montañas, fue una enorme sorpresa sentir el calor de este municipio boyacense. La segunda sorpresa tuvo que ver con el hecho de que la esmeralda continúe siendo el primer medio de sustento de esta región.
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El municipio, elevado en las estribaciones de la cordillera oriental y en la ribera del Río Minero, fue en años precolombinos la tierra de los Muzos, una comunidad indígena perteneciente a la familia de los Caribes y quienes comenzaron la explotación rudimentaria de las minas. A más de 500 años, las esmeraldas continúan siendo el sustento de cerca del 75% de los habitantes de esta región boyacense; y el turismo en torno a estas piedras preciosas, se ha convertido en un soporte para Muzo. Si visitas este municipio te puedes convertir en un minero por un día, compartir con los jóvenes que día a día trabajan para encontrar un brillo verde en medio de la oscuridad de las minas; y si cuentas con suerte, ¿por qué no?, ‘enguacarte’ y salir con un trocito de oro verde propio. A mí no me pasó.
En la noche de este primer día, ya ubicados en el pueblo de Muzo, conocimos a una gran parte del equipo que hoy en día trabaja para promover el municipio como un destino turístico. Conocimos por ejemplo a Pablo Vanegas, un artesano vinculado al tema turístico, quien quiere que sus artesanías elaboradas con las piedras preciosas extraídas de las minas, sean conocidas por todos los visitantes.
En el centro de Muzo, Pablo tiene una tienda repleta de piedras encontradas en las minas. No solo esmeraldas, sino cuarzos y piritas hacen parte de esta colección a la que cualquier visitante tiene acceso y de la que se pueden llevar cualquier pieza.
La segunda jornada de este recorrido por el occidente de Boyacá nos llevó, desde muy temprano en la mañana, al municipio de Quípama, un destino que ha comenzado a destacarse por su gran oferta de deportes extremos en el departamento.
Quípama Extrema
Desde muy temprano iniciamos actividades acompañados por el equipo de Quípama Extrema, jóvenes que ante la visita de turistas se visten de guías y recorren el municipio que conocen desde que nacieron. Cuando no son expertos en deportes extremos, cambian su uniforme por el de mineros y agricultores.
La primera actividad con la que nos encontramos en este día de aventuras extremas fue un descenso a través del río. Una actividad que desató la adrenalina en todos los que hacíamos parte del equipo. Montados en donas flotantes, cada uno sorteó la corriente del río; algunas veces el agua nos tumbó, otras logramos llegar a las orillas sin problema, pero al final, el recorrido, que duró cerca de tres horas en el agua, resultó ser una de las mejores aventuras de deportes extremas que muchos de los participantes habíamos tenido.
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Luego de un refrigerio con queso y bocadillo para recargar energías, nos preparamos para la segunda parte de esta aventura. A solo algunos metros del río, entrando por la boca del cañón hacía una especie de cueva, me encontré con lo que fue una de las vistas naturales más impresionantes que he visto en mi vida. Una cascada de 50 metros descendía por la montaña hasta un pequeño cauce del río que acabábamos de navegar. Los muros de la pequeña cueva que se abría hacia el cielo, estaban cubiertos de un musgo verde vivo que parecía respirar al ritmo de las gotas de la cascada. En este lugar hicimos una escalada por una vía ferrata ubicada al lado de la cascada, una actividad que, a mi ritmo, me tomó cerca de una hora seguido por un descenso en torrentismo que me quitó todos los miedos y que definitivamente se consolidó como una de las mejores experiencias extremas que he vivido.
San Pablo de Borbur, tierra del cacao naciente
El último día de esta travesía nos llevó por un recorrido mucho más tranquilo. La mañana nos guió hasta San Pablo de Borbur, un municipio que recibe su nombre por el sonido que, en la antigua laguna, hacían las ranas y los sapos – bor, bur, bor, bur- y que, aunque tradicionalmente es también parte de las tierras mineras, ha basado su economía de manera más reciente, en la producción del cacao.
La primera parada de este último día fue en la finca de Alejandro y Vivian, dos bogotanos que se radicaron en San Pablo de Borbur y construyeron una de las fincas cacaoteras más grandes e importantes de la región. En su casa, entre perros y guacamayos, crecen varias hectáreas de cacao que con el tiempo se han convertido en el sustento de esta región.
Pauna, un lugar perfecto para descansar
De allí y ya de vuelta hacia Bogotá, nos detuvimos en el municipio de Pauna. Un lugar que se ha destacado por la cantidad de balnearios y centros de descanso que ofrecen sus servicios a los visitantes del lugar.
La leyenda, un extra del occidente boyacense
Muzo, Quípama, San Pablo de Borbur y Pauna, son el hogar de una de las leyendas más lindas del occidente boyacense. En el punto central en el que se unen estos municipios se erigen dos montañas que rodean, una a cada lado, al río minero: los cerros Fura y Tena. Cuentan los lugareños que hace muchos años Fura y Tena fueron dos amantes a quienes los dioses les entregaron esta tierra rica y productiva de Boyacá con la única condición de que se mantuvieran cercanos, sinceros y leales el uno al otro. Esta es toda la historia por si quieren conocerla.
Enamorados, vivieron muchos años de las mieles del territorio, hasta que un explorador que venía de muy lejos llegó; los invitó a que se unieran a la búsqueda de la flor de la eterna juventud.
Tena, cauteloso, se rehusó a acompañar a los viajeros. Pero Fura, rabiosa e intrépida se unió a ellos en medio de la montaña. En el camino de la exploración Fura cedió a sus deseos y se enamoró del extraño viajero y mantuvo una estrecha relación con él a lo largo de toda su exploración.
De vuelta a su paraíso se dio cuenta que su amado Tena no se encontraba y Are, el dios, le confesó que frente a su deslealtad, había convertido a Tena en una montaña. Fura lloró y lloró tanto que el dios se compadeció de ella y le juro que la pondría siempre al lado de Tena, pero con la condición de nunca más volver a tocarlo. Are, erigió a Fura como un monte al lado de Tena pero con el río minero atravesándolos por la mitad y separándolos para la eternidad.
Cuentan los boyacenses que las lágrimas de Fura, se fundieron en la tierra de sus entrañas y se convirtieron en las esmeraldas, que hasta el día de hoy los hombres siguen persiguiendo.
El occidente del departamento de Boyacá no goza de la misma cantidad de visitas turísticas que sus hermanos del centro o del oriente. Sin embargo, es una tierra que junto a su gente abre sus puertas para ser recorrida y explorada.
La magia recorre cada rincón de este departamento haciendo que cada uno sea digno de una visita.