Foto: Juan Santacruz, Idartes
Sábado
Escribe: Nátaly Londoño Laura.
1. El 6 de octubre de 1927, en las filmotecas de Estados Unidos, se estrenaba una película que pasaría a la historia por iniciar la revolución del cine sonoro: ‘The jazz singer’, un filme de Alan Crosland, que, aunque solo tuvo 20 minutos de diálogo —los otros 69 fueron puras melodías—, aterrorizó a los asistentes cuando una voz gravísima salió por los parlantes de las pantallas gigantes con una frase ineludible y feliz: “Aún no han oído nada”.
2. “Que la música salve por lo menos el resto de la noche, y cumpla a fondo una de sus peores misiones, la de ponernos un buen biombo delante del espejo, y borrarnos del mapa durante un par de horas”, escribía Julio Cortázar en 'El perseguidor', un axioma difícilmente rebatible, donde su protagonista, Charlie Parker, no es mencionado ni una sola vez: “La pasión del escritor por este género—escribió José Luis Maire—, acabó moldeando su creación literaria, hasta el extremo de que su obra, libre e improvisada, puede considerarse un reflejo de los elementos compositivos del jazz”.
3. Hace 29 años el bajista Bill Crow publicaba el libro ‘Jazz Anecdotes’, una compilación de curiosidades alrededor de esa familia de géneros musicales que comparten características comunes. Una de ellas —de las anécdotas—, la siguiente: Cuando Nat King Cole se mudó a un barrio de blancos en Los Ángeles, los vecinos comenzaron a reunir firmas en contra de los “vecinos indeseables”. Cole, dueño de un humor que de ninguna manera puede ponerse en duda, pidió la lista para firmarla porque tampoco quería ese tipo de vecinos.
Todos son hechos aislados y sin embargo me vienen a la memoria a propósito del frío y del cielo estallado de este hoy en el Parque el Country: estamos en la edición número 24 de Jazz al Parque, un festival del que había escuchado hablar antes, pero al que nunca había asistido.
Estoy atrás, casi en la entrada, observando a la gente: hay muchachos en combo y parejas solitarias, familias, hijos y perros. Hay una zona de comidas y una zona de ventas de accesorios, una zona de baños públicos y, como un milagro maravilloso, pasto verde sin rastros de lluvia. Respiro el aire de Bogotá y me quedo suspendida en los rostros de 5 niños que juegan fútbol cerca de mí, y que por alguna razón me hacen recordar que la primera vez que llevé a Sofía —mi sobrina de 8 años— a un concierto, tenía tan solo 9 meses de nacida.
…Me voy en el tiempo y la veo sobre mis piernas vociferando sonidos desconocidos y faltos de sintaxis, le alcanzo a ver los ojos brillantes y alcanzo a escuchar más ruiditos suyos intentando seguir el lenguaje subversivo de una armonía que no distingue generaciones, y me parece divina la alegría y la fuerza vital que puede producir un infante en aquellos que hay a nuestro alrededor en un teatro donde todos saben: cuando la orquesta inicia, el resto debe hacer silencio; y me parece divino que Sofía sienta pequeñas vibraciones de dicha sin siquiera entender que lo que suena es swing o be-bop, porque entonces me doy cuenta que lo universal no son las palabras en sí mismas, sino los sonidos, el principio del ritmo: el corazón.
Estoy en ese trance falto de luz y lleno de luz hasta que siento que la pelota de los 5 niños cae en mis pies, les hago un pase largo y camino hacia la tarima siguiendo la flauta de Anamaría Oramas Cuarteto, un grupo que está encargado de avivar la fiesta y que se “alimenta de la herencia de las músicas tradicionales colombianas y de los aportes de las actuales corrientes de jazz”. En esas me encuentro con unos amigos y hablamos de Libro al Viento —porque vemos un stand cerca—, un programa de fomento a la lectura que desde hace rato nos presta qué leer. Nos tumbamos en el pasto y nos quejamos del clima, a lejos suena Pérez Trío, que centra su atención en la experimentación a través de riffs en métricas irregulares y atmósferas oscuras y ralentizadas. Cuando los escuchamos, tenemos un pensamiento colectivo: “Están muy Tool”.
Y entonces, me viene a la cabeza un sentimiento acrónimo. Me viene a la cabeza lo distintos que somos, partiendo denuestras formas de vestir, de nuestros gestos, de nuestros colores de piel, de nuestras configuraciones mentales. Me viene a la cabeza lo poderoso que puede llegar a ser una métrica, el jazz en este caso, y lo fuerte. Fuerte porque tiene el afán de arrastrarnos hacia nuevos movimientos, y tiene el afán de reunirnos en la diversidad desde tiempos inmemoriales, desde que se estructuró como una forma de resistencia ante los prejuicios raciales al juntar, después de tantas críticas y peleas, a negros y blancos en un mismo conjunto.
Pero eso que me viene a la cabeza se evapora entre el saxofón de Yamile Burich & Ladies Jazz, un conjunto femenino de latin jazz que es conocido por las fuertes influencias de swing, blues y be-bop en sus propuestas, y porque es la primera agrupación de jazz integrada únicamente por mujeres en la historia de Argentina: “Puro Girl Power”, le digo a los muchachos, empezamos a bailar, y la noche se consume tan rápido como los cigarrillos que tenemos entre los dedos.
Domingo
Escribe: David Gómez.
El Parque el Country le entregó al día de cierre un ambiente muy tranquilo. En general fue un domingo como en el Parque Simón Bolívar, en donde se vieron muchas familias y niños jugando. Alejandro Fernández y su combo abrieron y dieron paso a un tarde de buen jazz.
Los grupos bogotanos se apropiaron del evento hasta las 4 de la tarde, cuando The Santiago Acevedo Ensemble (Barcelona) mostró la contundencia de una mezcla entre jazz, música afrocubana y folklor colombiano.
Entrada la noche la participación de Reino Unido estuvo a cargo de Nubya García, saxofonista que juega con sonidos caribeños; y Theon Cross, interprete de la tuba o trombón, que combina elementos del hip hop, funk, dubstep, grime y la improvisación. Luego de tocar cada uno por su lado, se juntaron con Steam Down, colectivo londinense, para mostrar lo mejor del nuevo jazz europeo que experimenta con fusiones.
Y para cerrar a lo grande, el influyente contrabajista Ron Carter (Estado Unidos), mostró toda su experiencia de más de 50 años, en los que ha colaborado en la grabación de más de 3500 álbumes. A la vez potente y delicado, el sonido del contrabajo de Carter le dio la despedida a un público que gozaba de la tranquilidad y la facilidad con que el músico tocaba cada acorde en el Country.
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