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Andrés Calamaro, lidiando canciones: una aproximación a ‘Cargar la suerte’

“Hay que sanar / hay que saber / hay que querer conseguir por qué vivir”, con esos versos se va sellando el final de 'Voy a volver', la última canción de 'Cargar la suerte' (Universal, 2018), el flamante álbum de Andrés Calamaro que se estrena este 2 de noviembre bajo su nueva casa disquera. Sanación, sabiduría, deseo y búsqueda están presentes en el viaje de vuelta del Salmón a su barrio en donde frezara sus primeras canciones acompañado de discos viejos que le plantearon la posibilidad de ser un artista. Desde entonces nadó río arriba.

A finales de los 70 debutó discográficamente con el grupo de candombe Raíces gracias al uruguayo Beto Satragni, y tres años más tarde probó las mieles de la euforia pop como escudero de lujo del inmarcesible Charly García sobre el escenario del estadio de Ferrocarril Oeste en la presentación de 'Yendo de la cama al living'.  Enseguida hizo flash con Miguel Abuelo quien lo reclutó como tecladista y compositor de Los Abuelos de la Nada en donde demostró que sus canciones estaban hechas de material noble, el mismo con que había sido forjada la canción popular del siglo XX.

Andrés Calamaro.

En paralelo, y en medio de un panorama social complejo, Calamaro probó suerte en solitario dejando tres álbumes de gran factura y una obra maestra: 'Nadie sale vivo de aquí' (Sony, 1989) y luego se largó a España. Allí, en compañía de su compatriota Ariel Rot, y los españoles Julián Infante y Germán Vilella, formaron Los Rodríguez, sacudieron los cimientos del rock ibérico y alcanzaron la gloria. Después, él solo forjó su propia inmortalidad.

Entre 1997 y el año 2000, Calamaro se entregó en cuerpo, mente y alma a un delirio creativo y tóxico que puso a prueba su humanidad dejando como testimonio otras dos obras cumbres: 'Alta suciedad' (Warner, 1997) y el doble 'Honestidad brutal' (Warner, 1999); pero esas 52 canciones no le bastaron, quería más, entonces se adentró en su Maelstrom particular del que emergió 'El salmón', un álbum quíntuple a prueba de incrédulos, una biblia pop, con todo lo que eso significa. Los costos fueron muy altos.

El siglo XXI encontró a Calamaro retirado del pop y creando y compartiendo sus canciones y experimentos sonoros a través de la red. Pero sabiéndose sobreviviente de su propio apocalipsis decidió volver, entonces sorprendió con dos discos facturados en la Casa Limón, del productor español Javier Limón, en donde se expuso como intérprete de grandes canciones del tango y el repertorio popular latinoamericano, mientras que su regreso a los escenarios se soportó en la supremacía de Bersuit Vergarabat. También se juntó con Litto Nebbia para dar forma a 'El palacio de las flores' (Warner, 2006), un tesoro que sigue sin ser descubierto.

Calamaro terminó de reconquistar lo que nunca dejó de pertenecerle con 'La lengua popular' (Warner, 2007), un disco pletórico de joyas pop que decantaban lo mejor de todos los momentos creativos del Salmón. La década siguiente, aunque prolífica, abundante en discos y comercialmente exitosa, fue confusa y poco inspirada. Apenas un disco que apareció por accidente, 'Romaphonic Sessions – Grabaciones encontradas, vol.3' (Warner, 2016), revalidó el precioso y robusto cancionero de Andrés. Hasta ahora.

A mediados de este año, Calamaro anunció a través de Twitter que se encontraba grabando un disco nuevo en California. Varios meses después aquel anuncio sorpresivo es una realidad de 12 canciones llamada 'Cargar la suerte'.

Como lo hiciera hace dos décadas con las canciones 'Media Verónica' y 'El tercio de los sueños', el Salmón vuelve a hacer un guiño a la fiesta brava en su obra discográfica. Pero esta vez no está presente en ninguna canción, solo en el título del álbum, que no es poca cosa, al contrario, marca la intención. En la lidia de toros, cargar la suerte es un concepto complejo que, a grandes rasgos, implica que el torero se expone para cambiar el rumbo de la embestida del toro, “torear de verdad” lo llaman los que saben.

Metafóricamente, ese mismo riesgo lo asume Calamaro en este disco jugándosela entera con el oficio que ha cultivado desde hace cuarenta años: crear pequeñas joyas de pop. Para ello se embarcó en un viaje de cuatro días en los estudios Sphere, en Burbank, California, acompañado de su colega, compatriota y compinche Germán Wiedemer, el productor Gustavo Borner y los músicos norteamericanos Aaron Sterling, Mark Goldenberg y Rich Hinman, entre otros. El resultado es un álbum de rock que oscila entre los tiempos medios que tan bien le quedan a Andrés y la electricidad guitarrística que había aparcado desde hace muchos años y discos en favor de músicas más bailables.

El disco abre con 'Verdades afiladas', el sencillo de adelanto cuyo video presentó a Calamaro en la piel de un taxi driver porteño inspirado en Travis Bickle, el desquiciado personaje encarnado por Robert De Niro en el clásico de Scorsese. De entrada, las guitarras sugieren un posible clásico marca de la casa, un tiempo medio con rumores de country o americana que sostiene una canción sobre el desencanto en la que su protagonista afirma “de la rosa me quedé con las espinas (…) y confío en la promesa del olvido”.

Con el tren en marcha, 'Tránsito lento' se insinúa soul reservado en los vientos y los teclados al mismo tiempo que Calamaro empieza a jugar con las palabras, las repeticiones y las rimas, capaz de domesticarlas desde siempre: “en alguna parte me espera seguir esperando  (…) esperar para besar tu cicatriz”, permitiéndose de paso una autorreferencia: “no sé en dónde descansan los días distintos”.

'Cuarteles de invierno' conserva el ambiente que se torna apenas un poco cumbiero entre preciosos arreglos de cuerdas y de vientos -que invitan a soñar con un álbum de Calamaro en plan crooner- que acompañan una máxima del Salmón: “cuando la procesión va por dentro saco fuerzas para ir al encuentro de mi destino”.

Un verso de esa misma canción reza: “una cosecha de canciones llevo en los renglones” y conecta directamente con la pieza que le sucede, 'Diego Armando Canciones', una canción preciosa, guiada por los teclados y la guitarra slide que le da un sabor country a una letra cargada de preguntas: “para qué quiero enemigos si tengo tantos hermanos (…) para qué pisar ortigas si puedo llegar volando / para qué guardar rencor si puedo cantar durmiendo” y afirmaciones obstinadas “harto de pagar peaje o dormir en los rincones, pido respeto señores”.

La primera parte de 'Cargar la suerte' cierra arriba con dos canciones: 'Siete vidas', una pieza guitarrera que remite directamente a 'Los chicos' y se planta controversial: “soy la lanza que mató al nazareno (…) el tiempo conoce mi sombra / el viento me nombra / ahora soy príncipe y mendigo/ ahora soy torero y bandido”. Pero es la canción anterior la que más captura a quien escucha; en 'Las rimas', Calamaro se asume como MC sobre una base guitarrera que evoca el espíritu de 'Paloma' para desparramarse a su mejor estilo en versos como “amor en tiempos de ibuprofeno”, “mal camino el que no empiece con un beso” o “que vuelvan los hijos y los nietos perdidos”.

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El modo rockero rebelde en la segunda parte del disco se extiende en 'Adán rechaza' y 'Falso LV' (Falso Louis Vuitton), en donde se asume anticlerical y político en letras que decoran exuberantes guitarras con sus respectivos solos que pueden remitir tanto a la pesadez de 'Volumen 11' como a la frescura de 'Nadie sale vivo de aquí'

Sin embargo el Calamaro querido es el que se halla en canciones como 'Mi ranchera' en donde el piano y unos violines dolorosos sostienen a una balada crepuscular y desgarrada, con guiño incluido a Los Tigres del Norte y espíritu forajido: “quizás es la forma en que te fuiste / sin un beso ni un abrazo / mejor hubiera sido / despedirte de un balazo”.

En 'My mafia', otra de espíritu country, acústica y crepuscular le canta a la libertad y a la amistad de sus amigos del barrio, bandidos que darían sus vidas por las de sus compadres: “cuando ladra la moral / en modal inquisición / me corresponde cantar / a la libertad”. El álbum cierra con otros dos tiempos medios que apuntan a engrosar lo mejor de su largo repertorio: 'Voy a volver' y 'Egoístas'; en esta aflora su mejor voz cantante que emergiera al final de Los Rodríguez para pedir “perdón por mi egoísmo / y mi falta de interés por los demás (…) quise ser cordial / hice todo mal”.

Andrés Calamaro carga la suerte en este disco al exponerse sin nada más que lo que sabe hacer y en el tiempo que vive; lejos de añoranzas estéticas o aspiraciones revolucionarias. Superviviente de penas y amores, y de sí mismo, el Salmón reconoce en la sencillez del rock clásico y la canción el lugar ideal para seguir.

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