Porque el periodismo no es un privilegio y Rock al Parque es para ti

A ti te pido perdón. Te pedí perdón en mi cabeza desde el primer momento en que te vi mirándome al lado de la tarima, con cara de tristeza y desilusión. Porque por más de que madrugaras y estuvieras pegadito a la baranda, yo, solamente armada de una manilla morada, estaba al lado de tu ídolo. Te pido perdón porque yo también disfruté sin quererlo de la sensación de entrar a ese lugar al que pocos podían acceder, aislado, a esa tal zona V.I.P que se supone está diseñada para que la prensa haga su trabajo. Disfruté de mi privilegio y, por consiguiente, de mi posición social. Lee también ¡No sé dónde diantres tocar! Pero es que ser periodista no debe ser un privilegio. Ser periodista es mi trabajo, y si quisiera escribir, reportear o vivir Rock al Parque, ese cuadrado selecto diseñado para mí claramente no sería el mejor lugar para hacerlo. El sub búfer es tan potente que las bandas no se escuchan bien. Pero no solo eso: es que ahí no se vive la realidad de RAP, esa realidad está afuera, en las gradas, en el pasto, abajo en la plaza, sintiendo que en cualquier momento se abre un pogo al lado tuyo. ¿En qué momento los periodistas musicales asumimos que nuestro trabajo tiene que traernos beneficios? ¿Que nos tienen que poner en listas exclusivas para asistir a eventos o que si nos juntan con el pueblo la reportería quedaría mal hecha? Felicitaciones a mis amigos fotógrafos y videógrafos (a propósito, los únicos que deberían estar adelante por la naturaleza de su trabajo), a esos que sí se patonean el Simón Bolívar, así sea solamente para mostrar “las mujeres en los pogos” y “las crestas más llamativas”. Al menos salen de la burbuja. Y ¿por qué tiene que haber invitados VIP? Algunos solo llegan a las bandas de cierre y ni siquiera apoyan los proyectos locales. Te pido perdón, rockero/a anónimo/a, porque tú eres el que merece estar ahí adelante, sentir que las melenas perfectas, de tipos como los de Obituary, casi te rozan la cara. Tú eres el que compras sus discos, el que paga las entradas a sus conciertos, el que los comparte en redes sociales. Yo estoy ahí para hablar de lo que veo, para buscar las historias que valen la pena ser contadas, para hacer periodismo y no vida social. Te pido perdón porque, estando ahí, y viendo tu cara, me quedé encerrada en un cuadrado y, peor aún, no me acerqué a preguntarte quién eras y por qué me mirabas así. 

Por Gabriela Supelano

Las opiniones reflejadas en esta columna son personales del autor.

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