A 202 años del fusilamiento de Policarpa Salavarrieta, o de La Pola, como todavía es recordada, volcamos nuestros ojos hacia su vida, su causa y su lucha.
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Cuenta la historia que mientras Policarpa Salavarrieta marchaba hacia el patíbulo, se desdoblaba en gritos que le hacían oda a la justicia. Había sido arrestada días antes en la casa de Andrea Ricaurte de Lozano, y reducida a un calabozo, hasta que un Consejo de Guerra, encabezado por Juan Sámano, la condenó a pena de muerte junto a Alejandro Sabaraín y otros encausados al Ejército Libertador.
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Cuenta la historia que mientras marchaba en medio de dos sacerdotes, en vez de rezar y confesar sus pecados, lanzaba maldiciones a los españoles; y que, al subir al banquillo, pidió permiso para ponerse de rodillas por considerar que esa era la posición más digna para asumir su destino. Su cuerpo no fue expuesto como los de sus compañeros fusilados en las calles de Bogotá, pero todavía hoy retumban en ellas sus últimas palabras:
1. Pueblo miserable, yo os compadezco; ¡algún día tendréis más dignidad!
2. Viles soldados, volved las armas contra los enemigos de vuestra patria. ¡Pueblo indolente! ¡Cuán diversa sería hoy vuestra suerte, si conocieseis el precio de la libertad! Ved que, aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir una muerte y mil muertes más.
3. ¡Venganza, compatriotas y muerte a los tiranos!
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4. Muero orgullosa por defender los derechos de mi patria.
5. Vosotros sois los tigres y en breve seréis corderos; hoy os complacéis con los sufrimientos de vuestras inermes víctimas, y en breve, cuando suene la resurrección de la patria, os arrastraréis hasta el barro, como lo tenéis de costumbre.
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