La primera canción que escuché de la argentina Nathy Peluso fue 'Corashe', subida a YouTube en noviembre del año pasado y que en un par de meses alcanzó una popularidad inusitada. Pero esto no es lo más importante, porque ya estamos habituados a los artistas prefabricados que anotan un sorpresivo -ajá- primer knock out en el vasto oceáno de internet.
Nathy es diferente. Se lanzó al ruedo con canciones minimalistas como 'KEOMUMU' o 'Trenzas bolivianas', cantos a la tierra con percusiones simples pero pertinaces, experimentos vocales, sonoridades andinas y reminiscencias africanas. Justo después, en 2016, empezó a subir videos en los que interpretaba covers de Ella Fitzgerald, Ray Charles y Patsy Cline.
Lo que le siguió fue abrumador. 'Kun fu' (producida por Odd Liquor, uno de los jóvenes abanderados de la escena RnB española), donde canta: “Dividida, rendida a tus pies siendo hembra, siendo hombre, siendo humana, siendo hambre”, o 'Daga', la primera canción que realmente echó mano del ritmo del trap, aunque desde un guetto más bien existencialista: “¿Quién habló de tristeza? Ella se hizo presa del dorado samurái, su canto la cegaba, ella se entregaba al guerrero bajo el bonsái”. Estas y otras canciones, subidas todas a internet, fueron compiladas en un primer trabajo que se llamó 'Esmeralda', un recorrido experimental, desparpajado y sensual por letras profundamente misteriosas.
Aunque los medios le han puesto a su música la etiqueta facilista de trap, rap o música urbana, lo cierto que es que Peluso tiene un rango amplio de intereses musicales, y sobre todo una capacidad no tan común de reconocerse en estilos distintos, así como una voz libre y versátil y una tendencia a la rima experimental y desacomodada.
Así lo confirmó en su EP 'Sandunguera', que fue subido a plataformas digitales en marzo de este año. El EP empieza con ‘Estoy triste’, con una introducción salsera que se transforma rápidamente en un beat melancólico acompañado por un manifiesto sentimental: “estoy triste, quiero enamorarme de mis propios besos”. Y resulta extraño que el primer corte de una artista a quien ya han encasillado como 'la nueva cara del trap femenino' arranque su disco precisamente con un lamento nada sensual: llanto, incomodidad, desolación.
El siguiente corte, 'Hot butter', explora a profundidad el RnB y el soul y recuerda inevitablemente a Erykah Badu y a Jill Scott, igual que la divertida 'Gimme some pizza', con un mantra irónico y sosegado. Entonces aterriza en la canción que le da nombre del disco, y su sencillo promocional, que tiene algo de flamenco, algo de guetto neoyorquino y algo de manifiesto sarcástico: “No sé si yo estoy haciendo musica urba', lo único que sé es que me escucha tu pana”. Sigue entonces un corte breve y experimental, casi instrumental, donde se repite “I don’t want to waste my time”. Llegamos entonces al final del disco con 'La passione', que hizo en colaboración con el power trio español Big Menu. Es un blues sensual y triste, como Nathy, que retrocede en el tiempo y vuelve sobre los pasos de esa nostalgia que su música lleva consigo desde siempre.
Cuando todo el mundo esperaba que se abanderara de un movimiento que crece en el mundo, que infla las cifras de las disqueras comerciales e inunda las emisoras en su faceta más comercial, Nathy Peluso puso un punto decisivo en su música y se inclinó por lo clásico y lo intimista. Su puesta en escena, el desparpajo de su versatilidad y ese halo de libertad y rebeldía que la rodea la convierte en parte de esas mujeres que tienen algo que decir desde ritmos aparentemente disímiles, como el trap o el blues. Y de eso también nos hablan, quizás, estos tiempos musicales. ¿Cómo hubiera sido un encuentro entre Ivy Queen, Celia Cruz y Amy Winehouse? Más o menos de eso se trata la música de Nathy Peluso.