Hay muchas formas de pasar una tarde de sábado en Bogotá, pero pocas personas se animarían a pasarla en el barrio Santa Fe. Una lástima porque las bellas y estigmatizadas calles de esta zona están llenas de vida. Y el 7 de septiembre pasado, toda esa vida se juntó en la cancha de la calle 22 con 17, para vivir una tarde llena ruido, punk, euforia, juegos y felicidad desbordada.
Sin duda ese fue un sábado atípico en la capital, un sol intenso acompañado de un brillante cielo azul reemplazó al grisáceo y frío clima que normalmente azota la ciudad. Una tarde veraniega cayó de forma perfecta en la cancha de cemento que estaba tomada por un parche vestido de negro, lleno de taches, chamarras y pelos de colores, que llegó a ese pequeño rincón de Bogotá para disfrutar de Viva La Noizzz, un festival organizado por el colectivo La Reunión de las Ratas y por varias manos que se juntaron para darle vida a ese sábado atípico en el Santa Fe.
En un lado de la cancha, mientras el dúo Elecktroperras tocaba noise al mejor estilo del japonés Merzbow, la organización del evento ultimaba los detalles del espacio en el que iban a tocar las bandas. En el otro lado de la cancha, la gente del barrio miraba con curiosidad los sintetizadores y demás instrumentos hechos a mano con los que Elecktroperras hacía todo tipo de sonidos extraños.
Pero los más asombrados eran las niñas y niños que llegaron en manada al parque. Al principio estas pequeñas personitas se tapan los oídos y se miraban asombradas con cara de estar pensado: “¿qué carajos le pasa a esta mano de locos?”.
Pero a medida que pasaba el tiempo, mientras en el escenario sonaba el punk chatarrero de Distorsionados, el furioso grindcore de Nastiness, el saturado noisecore de Satvrn SvnLigth, el enérgico digital hardcore estilo Atari Teenage Riot de Proyecto Pánica, que vino desde Medellín, y demás ruidos extraños producidos por personas extrañas; las niñas y niños del barrio se acercaban lentamente a los dos escenarios para de a poco convivir con el peculiar parche rockero que escuchaba feliz toda esa saturación. Y también para disfrutar de los juegos que Viva La Noizzz llevó entre los que había: una piscina de pelotas inflable, un calidoscopio gigante hecho con un barril de metal y dos ruedas de bicicleta, un área de serigrafía y un proyector con el que se podía jugar con las sombras.
Pronto estas pequeñas personitas cambiaron sus sonrisas de timidez por sonrisas de complicidad. De a poco se les podía ver moviendo la cabeza y los pies al compás de la música, tocando guitarras de aire y aplaudiendo alegremente al término las canciones las cuales, en su mayoría, duraban pocos segundos. Pero eso era lo de menos, la fiesta había comenzado y ya no había vuelta atrás; la cancha se convirtió en un patio de recreo, la línea que dejaba a los punkeros a un lado y a la gente del barrio en otro se borró rápidamente y todo el mundo empezó a jugar entre el ruido.
En 2002 Antanas Mockus declaró al barrio Santa Fe como la zona de tolerancia de la ciudad. Desde entonces, en estas calles miles de personas viven de la prostitución. Esto le dio al barrio el infame título de zona roja y generó un estigma en buena parte de la población.
Pero más allá de las complejas dinámicas que aquí se viven, acciones como la de Viva La Noizzz sirven para romper prejuicios y generar lazos entre el resto de la ciudad y este barrio en donde se encuentran varias de las casas más bellas de la capital, calles adornadas con árboles enormes y los primeros edificios que se construyeron en Bogotá. Mucha gente olvida, que al igual que en el resto de la capital, en el Santa Fe hay una activa vida barrial y aquí viven muchos niños que necesitan este tipo de espacios de cultura y diversión.
Cuando llegó el atardecer se respiraba un ambiente de jovialidad. En una esquina de la cancha se pateaba un balón, en otra se jugaba vóleivol, en otra se estampaban robots en camisetas, un personaje con máscara de cerdo y vestido con arneses de cuero patinaba por todo el lugar acompañado de varios niños que corrían tras él. Y en la mitad de todo, obviamente se armó el pogo. Eso fue lo que más anonada dejó a toda esta juventud, que no podía creer estar viendo cómo todos esos rockeros bailaban a los golpes. Muertos de la risa varios niños miraban el remolino y de forma orgánica terminaron metidos en este. Desde el escenario tocó parar la música y decir: “cuidado con los niños”.
Pero como la fiesta debía continuar, la solución la dieron los propios niños que solitos armaron su propio pogo. Sin duda la imagen más hermosa de la tarde. Un puñado de humanitos que carcajeaban mientras lanzaban patadas con ruido extremo de fondo. Duró pocos segundos pero fue imposible no sentir calor en el corazón.
Al ver esto, era inevitable pensar en que en esta época electoral en la que muchos candidatos usan de forma mezquina discursos de odio con la excusa de que hay que proteger a los niños, lo que en verdad necesitan las niñas y los niños son estos espacios culturales en los pueden saltar, correr, jugar, aprender y encontrarse en la diferencia. A la larga los niños no juzgan y cuando se puede gozar de unas cuantas horas de felicidad ni siquiera importa cuántos años tienes.
¡Que Viva La Noizzz!
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