Dicen que el viejo Noel sintió que la sangre le hervía, que las orejas se le pusieron más rojas que su traje y que escribió algo más o menos así, abriendo comillas y cerrando las anteriores
Si no has leído la misiva del Niño Dios a Santa, acá está: Carta abierta del Niño Dios a Papá Noel
Dulcísimo niñito:
Espero que estés bien, calientico y cómodo en tu pesebrera. Me imagino que no debe ser fácil estar condenado a crecer y encoger para entrar al pesebre cada diciembre, ¿no? Debe ser duro que tus papitos hayan armado un negocio de tu infancia, como lo hicieron los padres de las gemelas Olsen. En fin, no tengo por qué quejarme del tamaño, pues yo lucho todo el año por apachurrarme dentro de diez fajas y así poder usar mi traje tradicional. En esas me demoro casi diez meses, pero hoy me detuve a escribirte, así que te pido por favor valores el preciado tiempo que invierto en escribirte.
Me gustaría que me explicaras cómo es eso de la Trinidad. ¿Tiene que ver con Trinidad y Tobago? ¿Es un invento del maligno? ¿De ahí se inventaron los trinos? No logro comprender cómo, si eres Dios, acabas de nacer cuando él no tiene tiempo; ni cómo pensar que Dios fue, o es niño; o el Espíritu en forma de paloma que además embaraza jovencitas vírgenes. Son preguntas que seguramente solo se resuelven en la retorcida cabeza de un libretista de telenovelas latinoamericanas.
Dicen por ahí que las canas traducen experiencia. Yo no solo tengo muchas, sino que me sobran y tuve que acomodármelas en la cara: no me podrás negar que te encantaría que te cargara cerca de mi robusta barriga, para que mientras juegas con mi barba me cuentes lo mal que te ha ido de niño. Seguramente, yo te regalaría un buen martillo con serrucho para que vayas perfilando tu rol de carpintero humano y te ganes el pan con el sudor de tu inmaculada frente.
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Es que todavía te falta mucho por vivir. Probablemente no lo sepas, pero la humanidad es pedigüeña e ingrata con quien les da el regalo de sí mismo, te lo digo yo que me he dedicado a este negocio hace mucho. No se lo cuentes a nadie, pero la gente duda de tu existencia, dice que un niñito de brazos regordetes no va a poder entregar regalos ni hoy ni nunca, a menos que dé su propia vida y la verdad dudo que llegues a algo así porque no sería el estilo de un infante de luz como tú.
Aunque yo no creo mucho en tu credo, debo decirte algo para curar tu ingenuidad: esas cartas que nos dejan en los árboles, en las botas y en los pesebres mal armados, son leídas y cumplidas por los seres que realmente son mágicos y saben qué es dar la vida por amor: los padres, quienes finalmente hacen milagros para ver la tierna sonrisa de sus hijos cada navidad.
Así que acepto tu propuesta con una condición: si desaparezco yo, desapareces tú también. Eso sí, espero te acuerdes de mí cuando estés en tu reino, porque no es fácil alimentar a tantas bocas que dependen de mí y de este noble oficio que heredé de mi padre, quien aprendió de mi abuelo a disfrazarse cada diciembre para ganarse la vida honradamente. ¡Jojojo, Feliz navidad para ti!
Siempre tuyo, San Nicolás, alias Papá Noel