Los datos ya se conocen. Cada año, alrededor de ocho toneladas de plásticos llegan a los océanos y, al menos durante los próximos 500 años, seguirán allí, pues su estructura química hace de este material increíblemente durable. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y no todo el plástico está condenado a ser un agente contaminante en la Tierra. De hecho, pocos saben que el plástico no es necesariamente el producto derivado del petróleo que todos conocemos, sino que los hay incluso biobasados y biodegradables, como lo demuestra la recientemente anunciada bolsa plástica hidrosoluble y no tóxica que desarrollaron en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Los Andes.
Si bien el desarrollo de estos materiales es una buena noticia para frenar el acelerado ritmo de polución de los plásticos derivados del petróleo, el problema no es el material del que estén hechos los productos, sino la falta de manejo apropiado de sus residuos. “De alguna manera lo que nosotros entregamos hoy como producto y como solución es una forma de aliviar la problemática de la mala disposición final. Pero no vamos a solucionar íntegramente los problemas si una mala disposición de deshechos persiste”, explica el profesor Jorge Medina, Doctor Ingeniero Industrial e Ingeniero Mecánico y una de las cabezas tras el proyecto.
“Todo polímero que sea transformado a través de una acción termomecánica para moldearlo, eso es un plástico, independientemente de la naturaleza del mismo”, afirma Medina. Entonces, cuando hablamos de plástico, se tiene que superar la idea de referirnos solamente a materiales como el PET, el Polietileno y otros polímeros convencionales derivados del petróleo y que vemos a diario en los empaques y envases e igualmente con mensajes como ¨esto no es plástico¨ cuando se trata de biopolímeros como el PLA o los almidones termoplásticos.
El proyecto del Grupo de Materiales y Manufactura de los Departamentos de Ingeniería Mecánica e Ingeniería Química y de Alimentos de la Universidad de los Andes, liderado por Medina, ha logrado convertir la yuca en materia prima para ser transformada, por ahora, en bolsas plásticas que se disuelven en el agua.
Este proyecto arrancó hace una década, cuando la compañía A&P de Colombia se acercó a Jorge Medina y al entonces profesor Orlando Porras, también de los Andes. A&P quería desarrollar semilleros biodegradables, una de sus líneas de producción, pero, cuenta Medina, “esa idea terminó derivando en poder conocer el material, el almidón termoplástico de yuca, sus características como producto y como material para ser procesado”. La sinergia Universidad, Empresa y Estado (Colciencias) dio una semilla para la innovación y el emprendimiento.
De esta asociación se fundó la empresa Ecobioplast, que ya está produciendo estas bolsas en escala industrial con equipos convencionales y de la que Porras es Gerente Técnico. “Ecobioplast tiene una capacidad instalada del orden de las 20 toneladas al mes y eso, en términos de lo que significa en el país, es apenas una semillita, porque la demanda de plásticos en Colombia es cercana a 1.3 millones de toneladas anuales, de las cuales cerca de la mitad son destinadas a empaques”.
Por eso, para el investigador, parte del éxito de estas nuevas innovaciones es que la industria, los consumidores y todos los involucrados en su cadena de valor y consumo lo entiendan. “Si yo pienso que voy a recibir exactamente la misma bolsa que tengo todos los días, pero que mágicamente la tiro a donde quiera y se va a desaparecer el problema, eso es muy cómodo pero no se ajusta a la realidad”. El nuevo producto tiene apariencia, texturas, fricción y propiedades mecánicas particulares pero que se ajustan a los requerimientos de empaques flexibles.
Es importante que el empaque indique la forma más adecuada de disposición y si es biodegradable, bajo qué condiciones se asegura la compostabilidad. “Hay competencia que no es legítima. Voy a explicarme. Existen en el mercado algunas ofertas de algunos productos que son biopolímeros sin dudas, pero para que este material se degrade, necesita unas condiciones especiales. El PLA es un biopolímero biodegradable, pero necesita entre otras, una temperatura entre 60 y 70 grados centígrados para que ese proceso se surta. Esto significa que el proceso de compostaje tiene que ser en planta industrial: el residuo del producto tiene que recogerse, separarse y llevarse a una planta de compostaje”.
Entonces, desde el punto de vista del manejo, estos materiales necesitan el mismo tipo de tratamiento que el plástico convencional al de este tipo de biopolímeros. En un caso, para ser llevados a plantas de reciclaje y, en el otro, a circuitos de compostaje.
Aun así, Medina cree que la innovación desarrollada es apenas un primer paso dentro de lo que se avecina en los próximos años con mayores alternativas de productos que estimulen la bioeconomía, tal como lo señaló la Misión de Sabios recientemente. Debe haber un cambio en favor de la conciencia ambiental derivada de la producción de plásticos con nuevos materiales. “Finalmente el petróleo es un recurso que se va a agotar en algún momento y necesitamos además tener soluciones para estas aplicaciones, pero hay que ayudar también en que estas innovaciones tengan una continuidad y poder generar entonces más diversidad de soluciones adecuadas”, concluye.
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