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Aislados recuerdos de carne: Cinco poemas para recordar a Armero a 35 años de su desaparición

Foto de Javier Pamplona, usada bajo licencia CC 4.0

"Por Carlos, Hilda, Martha, Elizabeth y Nadia", dice la dedicatoria de mi copia de "Vestigios, Bajo Lunas sin Latidos", el primer poemario de la escritora armerita Gloria Monroy González quien, por azares del universo, es también mi tía. Hace 35 desapareció Armero, el pueblo tolimense de tradiciones liberales y que, por los cultivos de algodón, era conocido como la Ciudad Blanca. 

Desapareció con 25.000 personas que lo habitaban, como mis abuelos Hilda y Carlos, la tía Martha y la prima Elizabeth, que hoy tendría 45 años y 35 Nadia, su hermana menor. A todos ellos, a las chupas de Los Fundadores y las caminatas al río Sabandija o al balneareo Lumbí, les escribió Gloria. 

"Vestigios, Bajo Lunas sin Latidos", fue publicado en 1996 y recoje poemas inspirados por el infatigable recuerdo de la poeta sobre su infancia y el amor infinito que una vida sencilla y que ni todo el barro del mundo podría enterrar. Por eso, queremos revivir a Armero por medio de sus letras, que nos permitió compartir.

Cábala

No olvidamos los parques

menos el de animales

donde a hurtadillas descubríamos

a los caimanes moviéndose

y al amor inquietarse,

no olvidamos

los partidos de básquet

el entrecortado suspiro

la cítrica refrescante.

No olvidamos los batidos y chupas

de venta en Los Fundadores

la alegría encuerada

sin recato ni afanes,

no olvidamos que la sangre hierve

cuando detectamos ruinas implacables

y lo único que nos corresponde

son asilados recuerdos de carne.

La Casa

A Elsa, Gladys, Carolina y Esteban.

Baúl abierto a la memoria del corazón: 

retoños de marañones

candelillas en manojos

volátiles soles blancos

acarician el aire,

imágenes inolvidables.

En la cocina vieja

grafitis escritos con carbón de leña,

en las habitaciones

habitantes discretos

repartían dones

y en aquel oscuro cuarto

la patasola hacía fiesta

en las cabezas,

verdad amplia nuestra fe sincera.

Las paredes, guardaban besos

el tiempo viajaba

entre cantos de chicharras o sapos.

Temerosos trepamos murallas

tras querer volar

elevaados en columpios

las nubes tocamos.

Lisas, salamandras, de paseo por el techo

recostada a los arboles

leía también mi silencio

atravesar otros zaguanes armó

un laberinto ciego. 

Mango biche con sal

en remojo, pensamientos

chispas de deseos

e historias de mohanes o duendes

al calor de una noche clara.

El Tambor aún nos arrulla

pero sus aguas reflejan

solo tristeza revuelta.

Los colores café y verde estampados en mis ojos

destaparon el universo.

Recuerdos

lo único que nos queda

sólo recuerdos.

 

Devuelta

Porque desde ese 13 de noviembre

la tristeza habitó nuestras almas

y el susto

se ha quedado en asechanza

porque la zozobra se despliega en las vivencias

y el silencio

se desbordó en recuerdos.

Por eso, la muerte,

fracasó en derrotarnos

y aún somos capaces de sentir

que la vida nos pertenece

sin negarnos

la risa a carcajadas

o el llanto ardiente.

Prestigio

Ir sobre las piedras a Charcoazul

donde el osado arcano nos cuidaba

él desconocía trampas,

en su paraíso reservado nos bañábamos

libres de infamias

servíamos pescado en hojas de plátano

como un acontecimiento sagrado,

tostados por el sol veníamos

entre mangos y arrozales

oímos un silbido que se interna

la brisa realiza otra jugarreta

después, nos habituamos a su pregón.

Los limoneros se rociaban en la mañanas

y antes de meternos a la cama,

con el reflejo de la Luna

casi siempre nos arropábamos.

El horror de similares sucesos nos privó

y el curso del alma se rehabilita con deseos

o recurriendo al perdón.

Revelación

Atardeceres matizados de azlejos, caras livianas

y en los rincones los templos

se congestionan de presencias milenarias,

antes que la muerte devastara

consumían sus párpados

en acequias infatigadas

los labios intercambiaban

mordiscos de mamey, sorbos, mielmesabes.

Intempestivamente resultamos en un agujero…

y al cesar la pesadilla

únicamente vemos un cementerio.

 


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