Foto: Thomas Hawk Flickr (CC BY-NC 2.0).
Aretha Franklin, quien creció entre iglesias acompañando a su padre, el reverendo C.L. Franklin, líder del Movimiento por los Derechos Civiles y gran amigo de Martin Luther King, a predicar cada fin de semana, construyó la más hermosa de las catedrales de la música afroestadounidense y la música pop.
Oriunda de Memphis, Tennessee, Aretha Franklin nació en 1942, pero pronto su familia emigró a Detroit, al norte del país, en busca de mejor fortuna en pleno auge metalúrgico. Alimentada desde niña con la sustancia ardorosa del góspel, Aretha empezó a cantar con la naturalidad propia de los genios.
El reverendo C.L. supo que el camino de su hija era el canto y entonces hizo del coro de su congregación familiar su campo de entrenamiento, en donde fue aprendiendo de las más grandes: Mahalia Jackson, Clara Ward, James Cleveland, The Soul Stirrers y The Mighty Clouds of Joy, al mismo tiempo que aprendía a tocar piano de forma autodidacta. El dinero que recibía cada fin de semana por cantar en el coro, más o menos 50 dólares, se lo gastaba en hamburguesas y patines; así, Aretha se fue dando cuenta de que su voz la llenaba de alegría.
A los 14 años grabó sus primeras canciones de góspel, y a comienzos de los 60, cuando la música soul empezaba a hacerse más popular, se mudó a Nueva York para trabajar con el sello Columbia Records; sin embargo el éxito de sus primeros discos fue menor. En Columbia no la dejaban tocar el piano y orientaban sus grabaciones más hacia el jazz que hacia el soul o el góspel, entonces cambió e disquera y firmó contrato con Atlantic Records, dirigida por otro grande: el productor Jerry Wexler.
En Atlantic, Aretha pudo trabajar con libertad; Wexler entendió que su pupila tenía el control creativo de todo: escribía sus propias canciones, elegía las versiones que quería grabar y trabajaba en los arreglos en el piano de su casa antes de trabajar con los músicos. Su primera grabación con Atlantic fue un éxito rotundo: el sencillo “I never loved a man (the way I love you)” decretó un nuevo reinado en la música popular. Para la revista Rolling Stone, el debut de Aretha con Atlantic “es donde el góspel choca con el rhythm & blues y el rock & roll para volverse soul”.
En su versión de la canción “Respect”, de Otis Redding, un himno de los derechos civiles, Aretha la transformó en un símbolo y una poderosa demanda de igualdad sexual. Para ello contó con los coros de sus hermanas que cantaban el verso “Sock it to me” con total intensidad, mientras que los músicos blancos de la banda de los estudios de Muscle Shoals, de Alabama, sostenían tal efervescencia con poderío negro.
En menos de un año, Aretha grabó una trilogía fundamental para la música pop, apareció en la portada de la revista Time y se consolidó como reina del soul gracias a los discos “Aretha arrive”, “Lady soul” y canciones como “(You make me feel like) A natural woman” y “Chain of fools”. En adelante, y hasta 1976, Aretha creó una obra prodigiosa de grabaciones en Atlantic Records, entre los que se destaca “Amazing grace”, un álbum doble de góspel y soul, grabado en vivo en el New Temple Missionary Baptist Church de Los Ángeles en 1972.
Con el peso de una portentosa obra a cuestas y el reconocimiento total, en la década de los 80, Aretha firmó un contrato discográfico con el sello Arista Records, de su amigo Clive Davies, quien asumió el renacer de la reina del soul motivándola a trabajar desde una vertiente mucho más cercana al pop que a la música negra. El experimento funcionó y, una vez más, Aretha Franklin volvió a demostrar que su voz y sus canciones estaban por encima de cualquier época gracias a discos “Jump to it” y “Who's zoomin 'who?”. Su participación en la película “The Blues Brothers” le significó que muchos la conocieran y sucumbieran a su encanto.
Entre los reconocimientos otorgados a Aretha Franklin, además de sus 18 premios Grammy, se destacan su ingreso al Salón de la Fama del Rick and Roll en 1987, el Premio Kennedy en 1994 y la Medalla Presidencial de la Libertad en 2005. En 2009, la revista Rolling Stone la ubicó en el lugar número uno de la lista de los 100 cantantes más grandes de todos los tiempos.
En su álbum de estudio más reciente, “Aretha Franklin sings the great diva classics”, de 2014, celebra la obra de grandes cantantes de todos los tiempos como Etta James, Gloria Gaynor, Sinéad O’Connor y Adele, entre otras.
En la memoria del imaginario colectivo norteamericano quedan sus colosales y conmovedores conciertos, como la vez que reemplazó a Luciano Pavarotti en la ceremonia de los Grammy de 1998, en la interpretación de la famosa aria “Nessum dorma” de Puccini; o cuando acompañó con su voz a Barack Obama en la inauguración de su primer gobierno, en enero de 2009; y la que quizás sea la última de sus presentaciones más arrebatadoras: en diciembre de 2015, durante la ceremonia de los Premios Kennedy en homenaje a la cantautora Carole King, sentada al piano, cantó el clásico de King que supo hacer suyo “(You make me feel like) A natural woman” y arrancó lágrimas en los presentes, incluyendo al presidente Obama, en medio de una ceremonia solemne.
A sus 76 años, habiendo enfrentado una grave enfermedad jamás divulgada -recién se supo que padecía cáncer de páncreas-, que la aquejaba desde 2010, Aretha Franklin, la reina del soul, una de las últimas artistas legendarias de la música negra estadounidense del siglo XX, la voz humana que reveló la divinidad en su canto secular, la mujer que amó la música y con ese amor construyó una catedral eterna sostenida por canciones preciosas, falleció en su casa, rodeada de sus seres más queridos.
Pero que no haya tristeza en el soul, al fin y al cabo, es inmortal, o así nos gusta creerlo.
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