A dos horas por carretera, en la vía que desde Tumaco conduce a Pasto, nos adentramos en varias reservas naturales que nos envuelven en un turismo vivencial, que fomenta el interés por las experiencias, descubriendo las tradiciones, costumbres ancestrales y hábitos de las comunidades indígenas.
El Pacífico colombiano es un lugar biodiverso, que acoge una gran riqueza cultural, gastronómica y natural que combina playas, manglares y selva en una experiencia única para quienes lo visitan.
Para estas comunidades indígenas, el turismo comunitario genera sentido de apropiación por el territorio, la cultura y las costumbres. Antes trabajaban el turismo de forma empírica y ahora, junto a Travolution, están empezando a entender esta actividad de una mejor manera.
Los intérpretes del territorio son muy importantes en esta travesía; además de operar como informadores locales, son la representación viva de la cultura de este territorio.
Reserva Awá
El primer lugar al que llegamos es la reserva Awá. Son 369 hectáreas las que comprenden las tres áreas de la reserva; cuentan con más de 200 especies de aves registradas y decenas de reptiles.
En esta área vive la comunidad indígena Awá, que está integrada por más de dos mil habitantes. Los Awá tienen una presencia binacional: se encuentran en Colombia y Ecuador. A dos días caminando se puede llegar al área fronteriza.
Para ellos, esta reserva parte de su interés por la defensa del territorio, con el objetivo de que permanezca para las actuales y las nuevas generaciones, que mejoren la calidad de vida para las familias de la comunidad. Álvaro Salvador Awá nos armoniza con la naturaleza con varios sahumerios antes de ingresar al sendero de la reserva.
Existe una gran preocupación por la conservación de la medicina tradicional. Los jóvenes están buscando aumentar su conocimiento acerca de la naturaleza que les rodea y los usos medicinales como decorativas para alegrar el lugar; por ejemplo, la siembra de flores y árboles frutales para que lleguen las aves a la reserva.
Cada metro de esta reserva cuenta una historia de conexión al territorio. Por ejemplo el Patmu, un ave que cuando empieza a cantar avisa que inicia el verano. Así, la comunidad empieza a recolectar el agua para el periodo de sequía. Cuando detecta malas intenciones imita voces para asustarlas a los extraños y para la comunidad se convierte en espíritu.
Nos piden no imitar los cantos de las aves, algunos de estos cantos pueden provenir en forma de malos espíritus que te pueden llegar a enfermar. El llamado es al respeto.
Otra ave que escuchamos es al embiro del que muchos se inspiran en sus melodías para componer canciones en la marimba. También se puede apreciar una especie de colibrí que da respuesta a preguntas o peligros en el camino. ‘Chui Chui’ seguido puede indicar una respuesta positiva o una advertencia de peligro más adelante.
Uno de los principales objetivos es la conservación del agua y demás cuerpos que permitan la vivencia de las nuevas generaciones. En el camino se puede apreciar la gran vista desde la cascada El Verde que desemboca al río Güiza.
En nuestra visita llegamos hasta una casa tradicional que nos muestra cómo eran las viviendas de los mayores. Normalmente se construyen a dos metros sobre el suelo para evitar que se suban los bichos o los malos espíritus. Los amarres son elaborados en chandé, no se usan tornillos ni clavos.
Despedimos esta visita con un grupo de cocineras tradicionales que llenan nuestra mesa con un buen almuerzo para recuperar las energías en esta caminata por este territorio. Varias de ellas están iniciando en la actividad turística acercando su cultura a visitante.
Reserva Monteloro
Antes de ingresar a esta reserva paramos en una casa para conocer la historia del chapil, un tipo de bebida típica del piedemonte costero. Hace 40 años era considerado ilegal, se destilaba de noche y en el interior de la selva para evitar que se detectara el humo del proceso por los guardias de la época.
La melcocha y la panela hacen importante de la historia de los senderos puesto que eran los caminos que recorrían anteriormente para llevar a las zonas altas del bosque la panela que usan para el destilado del chapil. ‘Chapileros’ se les conocía a los que trabajaban en la producción de este licor local. La melcocha era el alimento para obtener la energía en la travesía.
Hoy en día, que ya no es considerara ilegal, se alcanzan a producir 48 canecas de 5 galones de chapil en temporada alta (diciembre hasta enero y campaña política), en temporada normal se llega a 30.
Ya en Monteloro nos encontramos con cabañas con capacidad para 6 personas. El avistamiento de aves es una de las actividades destacadas que se pueden hacer en la reserva. Se tiene un sendero de aproximadamente 2 kilómetros donde se puede observar aves y mamíferos.
La reserva 113 hectáreas de conservación en su extenso campo se han registardo 6 aves endémicas como el pájaro sombrilla y la perdiz de Nariño.
Reserva río Ñambi
En el mundo conocen a Colombia por el avistamiento de aves. En el mismo año 2017 que Colombia quedó en el primer lugar llegaron más de 500 mil turistas, en los años siguientes llegaron más de 4,8 millones.
Acá se pueden apreciar 48 especies endémicas, un lugar ideal para los que con vinoculares y una vista rápida quieren encontrar un lugar para desarrollar esta actividad. De hecho, dentro de los planes de la comunidad está el armar entre 6 y 8 estaciones o torres de monitoreo de aves, con capacidad para 15 personas cada una.
Durante el recorrido con el guía de la comunidad se llegan a entender la importancia de conocer el territorio y su delicado equilibrio. Por ejemplo, un árbol que desaparece del ecosistema que con todo encadenado lleva también a varias especies a una situación en la que sencillamente su lugar de alimento ha desaparecido.
Un detalle más que curisoso del sendero es observar la ranas propias del territorio, si se cuenta con suerte se puede encontrar por el camino a la rana de cristal, la que está dibujada en la moneda de 500 colombiana.
También se puede observar una rana pájaro, que como dice su nombre se cree un pájaro. Canta como tal, trepa los árboles y en un intento de volar se lanza desde los árboles.
En el recorrido por la Reserva se puede apreciar 18 de estilos diferentes de palmas, uno de los grandes atractivos de la Reserva el Ñanbi.
Los indígenas de la zona tienen su propio árbol vaca que les produce su propia leche y que mezclan en ayunas con el café que produce una planta también de la zona. El árbol vaca suelta un látex lechoso que -según la comunidad- tiene propiedades medicinales para cicatrizar heridas.
A pocas horas de la playa la selva es también un sitio para involucrarse con la comunidad de esos territorios de oportunidad que hoy quieren resaltar por el turismo y la paz.
Este viaje es un llamado de estas comunidades en Nariño para darse a conocer en los 14 departamentos de la Región Trece para que también las visitemos. Ver este territorio a través de quienes lo construye es sencillamente mágico.