La navidad me ablanda el corazón. Todo el año suelo quejarme y desear mentalmente la horca de gran parte de la humanidad, pero llega diciembre y vuelvo a ser un ser de luz pura, tal cual como mis abuelas me soñaron. Como este fue un año de grandes convulsiones, me di a la tarea de pensar en probabilidades navideñas, en cómo el mundo se divide en dos clases de personas: los que le piden regalos a Papá Noel y los que le piden al Niño Dios.
Esta polaridad radical ha generado una lucha a muerte entre ambos bandos navideños, y qué mejor que estoy lúcido, sobrio de ira y henchido de amor, para jugar un poco con lo improbable. Esta es una carta que en mi criterio el dulcísimo Niño le escribiría a don Papá Noel. Abro comillas
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Señor o señora Santa:
Empecemos por ahí. ¿Eres mujer? Porque si fueras hombre te dirían Santo, pero nadie lo hace porque el único Santo soy yo. O bueno, eso es lo que me repite mi mami todos los días, aunque le explico que no es tiempo de que sepan que soy el elegido, el único, el salvador por el que todos suspiran. Tampoco deberían decirte Papá, porque el único digno de ese rótulo es mi papi Dios, quien junto con el Espíritu Santo comparte con nosotros el trono. Ya ves, mi familia es tan linda y amorosa que todos somos uno, o como uno.
Es claro que los dos no cabemos en el mismo mundo, por eso me alegra que vivas en el Polo Norte, que para mí es como la quinta porra. Supe que compartes casa con tu familia: tu esposa, renos alquilados y varios elfos de narices aguileñas. Hasta yo, que soy un niño milagroso, sé lo que significa fabricar regalos para todo un planeta, y debo decir que ahí la tienes ganada: quién no se engordaría y dedicaría a promocionar gaseosas escandalosamente si tiene un grupo de enanos cantantes que fabrican todos esos regalos, además de renos obedientes para repartirlos. Me imagino que lo que haces es subyugar a tu anciana esposa para que los alimente y mantenga bien todo el año, con eso tu prestigio no decae en diciembre y logras quedar como el rey de la navidad.
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Según me cuentan unos niños a través de las cartas que me envían (de eso hablaremos más adelante), entras a través de las chimeneas como un ladrón panzón y además de cuello negro, pues, por aquello del carbón que le regalas a los niños que se han portado mal. Yo jamás le daría a algún niño o niña carbón como castigo-regalo; de hecho, planeo alimentarlos bien a todos con panes, peces y un poco de vino por si quedan con sed. En cambio tú, aleccionador, piensas como un viejo y no eres capaz de renovar tu estilo, tan albirrojo como tan flojo.
Debo aceptar que de solo pensarlo me da risa: disfrutaría mucho viendo a un anciano haciendo el ridículo para posar de salvador, sobre todo si está enfrentándose al mismo hijito de Dios, a quien nunca le ha tocado ni robar ni pedir prestado porque por los méritos de su infancia nada le ha sido negado.
De lo que sí quiero hablar en mi carta –que ha escrito el Ángel Gabriel a regañadientes porque mis bracitos no saben escribir-, es que me parece un atrevimiento digno de excomulgación que los niños te escriban para pedirte regalos. No sé si sabías, pero yo reinaré, así que desde ahora me portaré como un pequeño tirano y te advertiré: tienes un mes para dejar tu oficio, desmovilizarte y reinsertarte.
Ya estuvo bien que te lleves el aplauso en las celebraciones decembrinas en mi honor, pues por si no lo sabías, estas celebraciones son por mí, porque nací, moriré y resucitaré, aunque mejor no hablemos de eso todavía.
Con cariño, tu divino Niño Dios.
El viejo Noel recibió la misiva y nos pidió que le diéramos una semana para responder, así que los invitamos a prender velitas y a preparar natilla, ponerle mora y disfrutarla mientras publicamos tamaña respuesta.