I
Recordaba, con dificultad, cuántas veces había mirado aquella fotografía. Le parecía haberla visto más de 72 veces en un solo día. No podía evitarlo, la extrañaba. Recorría su rostro con un intento de sonrisa que más bien parecía una mueca. Le gustaba el espacio que había entre sus ojos y la nariz. Es como si fuera un camino hacia el abismo, Margarita, le susurraba cada vez que terminaban de hacer el amor. Le gustaba recordar el sudor de ella bajando por ese camino, le parecía que de ahí nacía ese aroma que solo a ella le pertenecía. El aroma que ahora solo habitaba el pasado gracias a los recuerdos. Ella olía a caucho nuevo pero también a manzanilla. Su aroma siempre le había parecido un misterio porque lo hacía querer descubrir su origen. Como un mito. Le gustaba pensar que estaba en su ombligo, en todo su centro, como si estuviera escondiéndose para no ser robado, para solo ser de ella.
No recordaba el té que traía consigo en la mano. Ya se le había enfriado. No era para menos, se había inventado a Margarita en la ausencia y necesitaba alimentarla, darle de beber para que no se fuera tan pronto; como una invitación en el silencio.
Se dio la vuelta, dio cinco pasos, y se volvió a la fotografía. Ya eran 73 en un solo día.
—Maria
***
II
¿Irradiará el cuerpo alguna luz extraña, algún fulgor irreal cuando la ansiedad lo llena? Me despierto en medio de la noche y me descubro tratando de esconderme, tratando de que esta brillo propio no invada la habitación que ahora habito y que se ha convertido en testigo de sueños inquietantes e impenetrables, sueños a los que no logro regresar cuando la luz de la ventana me atraviesa los párpados y se convierte en mi propia luz.
Llevo días sumergida en el estupor de mis propios pensamientos, ideas que se han convertido en cúmulo de nubes que se retuercen indoloras, insonoras, entre la cabeza y que cuando trato de tocar, se desvanecen. Como ese pedazo de algodón de azúcar que me puse en la lengua y se deshizo en saliva sin darme tiempo siquiera de notarlo pero que me dejó el paladar repleto de aromas y de dulce.
Pocas veces como ahora he visto mi corazón desde esta distancia y lo veo ahí, en el fondo de mi pecho rojo desangrándose, desgranándose como una fruta abierta a la mitad, que, expuesta, es incapaz de proteger las semillas que amenazan con ser fecundas.
Logro verme, en la oscuridad, hecha toda pura luz, pura nube, pura fruta caudalosa y comienzo a recogerme mientras que llega la hora de que el día lo cubra todo, de que la luz del Sol haga invisible todo aquello que en la noche resplandece.
—Árboldeletras
***
III
Esa niña que fui
me mira desde un portarretratos:
me sonríe
me abraza
me invita a jugar
con ella un juego
que mi memoria
desconoce o
no reconoce o
no distingue
entre la rayuela y su cielito
y sus colores en las casas
y sus pelotas que ponchaban
las calles de mi barrio.
—Nátaly Londoño Laura
***
A propósito de Darío Jaramillo Agudelo
(…) tu risa entre un silencio que sólo quiere oír tu risa,
un viaje, una postal, este poema,
mi remoto amor imposible (…)
Dedicatoria: al encuentro en aquella calle, cuando no me viste.
En la penumbra de esta noche te invoco.
Sé que no estás en el rincón de mi cuarto,
ni en el baño mirándome a medias,
y tampoco en la comisura de mi boca.
Aquella que beso desde la distancia abrupta
que golpea mi pecho.
No es que no estés conmigo,
no es que a media noche te busque sin remedio,
solo te invoco y te invito,
y te recreo en mi pecho
acostada y variante pensando en todo,
aunque parezca nada,
en si aquel pájaro voló de noche,
o si la luna se hizo conejo.
Te invoco y te amo,
que es casi lo mismo desde este puerto abierto.
Te amo y te pienso,
que es desearte y nombrarte.
Pronunciar tu nombre.
Tu nombre.
Aquella palabra que palpita en mi boca,
y se humedece cuando cierro este par de ojos distantes.
Un amor imposible es embriagarse
mientras se está de pie en el borde del puente
que oscila entre tenerte a mi lado
y no hacerlo.
Es tenerte al frente mío,
al filo de este puente nuestro,
como una silueta que sonríe y se ahoga en mis deseos.
Es querer tocarte y nublar mi egoísmo de habitarte
para saber que la verdad ha sido ya dicha:
te amo.
—Maria
***
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