El transporte en Colombia enfrenta una crisis estructural que se evidencia diariamente en trancones interminables, sistemas de movilidad saturados y dificultades logísticas que afectan a millones de ciudadanos. El colapso no es reciente: es la consecuencia de décadas de crecimiento urbano acelerado sin una planeación sostenible.
Uno de los principales problemas es la dependencia del transporte terrestre. Las ciudades crecieron alrededor del automóvil y del bus tradicional, mientras que alternativas como los sistemas férreos, los tranvías modernos o los cables aéreos se desarrollaron tarde o de forma fragmentada. Esto generó una carga excesiva sobre las vías, que nunca alcanzaron la capacidad necesaria para soportar la demanda actual.
La falta de articulación entre sistemas también afecta el día a día del ciudadano. En varias ciudades conviven buses informales, sistemas masivos, taxis, motos y vehículos privados sin un modelo integrado que optimice rutas o reduzca tiempos de desplazamiento. Además, el transporte de carga compite por el mismo espacio que el transporte público, generando cuellos de botella constantes.
Otro factor crítico es la centralización económica. Muchas actividades laborales y comerciales se concentran en zonas específicas, obligando a desplazamientos largos y desgastantes. Esto se suma a la falta de cultura vial, la informalidad en el transporte y la escasa fiscalización del tránsito.
Superar el colapso implica una transformación profunda: inversión sostenida en transporte multimodal, sistemas férreos urbanos e intermunicipales, ampliación de infraestructura, incentivos para la movilidad eléctrica, y una apuesta real por la planificación a largo plazo. Mientras estos cambios no avancen de forma articulada, Colombia seguirá enfrentando una movilidad que no responde a las necesidades de su población.




