La historia del grafiti en Bogotá y su transformación política

El grafiti en Bogotá no nació como una expresión estética, sino como un acto profundamente político. Su historia está marcada por protestas, movimientos sociales, choque cultural, tensiones con el Estado y una evolución que llevó a la capital a convertirse en una de las ciudades más importantes del arte urbano en América Latina.

Lo que hoy se reconoce como un atractivo turístico y cultural comenzó como un lenguaje clandestino que hablaba de desigualdad, inconformidad y resistencia.

Los orígenes: un grito juvenil en los años 80 y 90

A finales de los años 80, Bogotá vivía un contexto marcado por violencia, desigualdad y agitación política. Inspirados por el hip hop, pero también por la crítica social, los primeros grafiteros —muchos de ellos adolescentes— usaron las paredes para denunciar lo que no encontraban espacio de expresar en otros escenarios.

En barrios como el centro, Teusaquillo y Ciudad Bolívar comenzaron a aparecer firmas, mensajes políticos y murales improvisados que daban cuenta de un país en conflicto y de una juventud que reclamaba ser escuchada.

El grafiti era una forma de protesta, pero también un acto de identidad: marcar un territorio, construir una comunidad y convertir las calles en un espacio de expresión propia.

Los 2000: el punto de quiebre y el surgimiento de una comunidad artística

Con la llegada de los 2000, Bogotá comenzó a vivir un boom cultural que permitió que el grafiti dejara de considerarse únicamente vandalismo y empezara a entenderse como una expresión artística urbana.

Colectivos como:

  • VSK (Vicios Sin Control)

  • Animal Crew

  • C.A.S. (Creando Arte en la Sociedad)

y decenas de artistas independientes empezaron a desarrollar estilos más sofisticados: personajes, animales, críticas sociales, lettering experimental y murales de gran formato.

En este período, el grafiti se convierte en un puente entre arte y denuncia, y se vuelve protagonista en marchas, festivales y actividades comunitarias.

2011: el asesinato de Diego Felipe Becerra y la transformación política del grafiti

El 19 de agosto de 2011 marcó un antes y un después para el grafiti en Colombia.

Diego Felipe Becerra, conocido como “Tripido”, un joven grafitero de 16 años, fue asesinado por un agente de policía mientras pintaba un muro en la Calle 116. El intento de encubrir su muerte generó indignación nacional y evidenció la criminalización extrema del arte urbano.

La presión social y de colectivos culturales llevó al Distrito a replantear su relación con el grafiti. Desde entonces se inició un proceso de regulación que:

  • reconoció el grafiti como expresión cultural,

  • creó rutas legales de muralismo,

  • redujo la persecución policial,

  • e impulsó el diálogo entre artistas y autoridades.

Fue un momento decisivo donde el grafiti se posicionó, no solo como arte urbano, sino como un fenómeno político que cuestionaba el abuso de poder y reivindicaba derechos culturales.

De protesta a muralismo profesional: el boom de los años 2010–2020

Tras ese punto de quiebre, Bogotá vivió un crecimiento acelerado del muralismo.

Zonas como:

  • Distrito Graffiti en Puente Aranda,

  • La Candelaria,

  • Chapinero,

  • El Restrepo,

  • Centro Internacional,

se convirtieron en galerías a cielo abierto.

Artistas colombianos como Toxicómano, Lesivo, Bastardilla, Guache, Apitatan (invitado internacional), Nómada y DjLu redefinieron el lenguaje visual de la ciudad.

Los temas centrales de los murales eran:

  • resistencia social,

  • memoria histórica,

  • medio ambiente,

  • identidad indígena y afro,

  • derechos humanos,

  • y críticas al poder político.

Bogotá se consolidó como una de las ciudades más influyentes del arte urbano en el continente.

El Paro Nacional 2019–2021: el grafiti como archivo de la protesta

Durante el Paro Nacional, las calles de Bogotá se llenaron de murales, esténciles y frases que registraban:

  • abusos policiales,

  • reclamos estudiantiles,

  • desapariciones,

  • luchas feministas,

  • y homenajes a víctimas de violencia.

El grafiti volvió a su raíz: una herramienta política de denuncia y memoria.
Muchas de estas piezas fueron borradas, pero cientos permanecen como testimonio visual de uno de los momentos sociales más importantes de la década.

El grafiti hoy: cultura, turismo y resistencia

En 2025, el grafiti en Bogotá es simultáneamente:

  • arte,

  • protesta,

  • emprendimiento,

  • industria cultural,

  • y un símbolo identitario de la ciudad.

La capital ofrece tours de arte urbano, festivales, convocatorias distritales y espacios de participación para artistas jóvenes, al tiempo que mantiene un espíritu crítico que se resiste a ser completamente institucionalizado.

El grafiti bogotano sigue siendo político, incluso cuando es artístico, porque ocupa lo público, cuestiona lo establecido y recuerda que las calles son también un escenario de conversación ciudadana.

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