La sequía que ha afectado a Colombia durante los últimos meses ha tenido un impacto significativo en los embalses que abastecen de agua y energía a gran parte del territorio nacional. Las condiciones climáticas extremas, asociadas a fenómenos como El Niño y a la variabilidad climática, redujeron de manera considerable los niveles de almacenamiento, poniendo en riesgo el suministro y la estabilidad de sistemas esenciales para la vida cotidiana.
Niveles históricamente bajos
En distintos momentos del año, los embalses del Sistema Interconectado Nacional registraron niveles por debajo de los promedios históricos. En varias regiones del país la reducción fue tan drástica que encendió alertas sobre la capacidad de abastecimiento y la continuidad del servicio. Zonas tradicionalmente estables, como el altiplano cundiboyacense y sectores de Antioquia, experimentaron descensos que no se veían desde hacía décadas.
En ciudades como Bogotá se implementaron medidas excepcionales, entre ellas horarios de racionamiento de agua en distintos sectores. Esta decisión, aunque difícil, buscó garantizar la vida útil del sistema y evitar un escenario más crítico.
Impacto sobre la generación de energía
La sequía no solo afectó la disponibilidad de agua para consumo humano, sino también la capacidad de generación de energía del país. Colombia depende en gran medida de la generación hidroeléctrica, y los bajos niveles de los embalses redujeron la capacidad operativa de las plantas.
Esto obligó a un mayor uso de fuentes térmicas, que son más costosas y contaminantes, generando presiones sobre las tarifas y sobre el sistema energético en general.
Si bien el país logró evitar apagones, la situación puso en evidencia la necesidad de fortalecer la diversificación energética y de invertir en nuevas tecnologías que permitan compensar la dependencia de los recursos hídricos.
Signos de recuperación y manejo del riesgo
Con la llegada de las lluvias, varios embalses comenzaron una recuperación gradual. En algunos sistemas estratégicos el nivel de almacenamiento llegó a cifras más altas que las registradas en los meses críticos.
Sin embargo, esta recuperación no elimina el riesgo. Las autoridades han insistido en que la variabilidad climática continuará y que es necesario fortalecer la infraestructura de almacenamiento, mejorar la gestión del agua y avanzar en planes integrales de uso eficiente.
La sequía también llevó a implementar medidas de aceleración en mantenimiento, optimización de redes, actualización de modelos de predicción y promoción del uso racional por parte de los ciudadanos.
Lecciones para el futuro
El impacto de la sequía en los embalses del país dejó varias conclusiones importantes. La primera es que los efectos del cambio climático ya son una realidad y no un escenario lejano. La segunda es que la dependencia del país en la generación hidroeléctrica requiere una transición gradual hacia modelos más diversificados y sustentables.
Finalmente, la gestión del agua dejó clara la importancia de una cultura de ahorro y del fortalecimiento de los sistemas regionales de abastecimiento.
La sequía puso a prueba la capacidad de respuesta del país. Aunque la recuperación llegó con las lluvias, los riesgos persisten. La gran tarea ahora es convertir la experiencia reciente en estrategias que hagan a los embalses y a las ciudades más resistentes frente a las próximas temporadas climáticas extremas.




