Llegar a ser consejero o consejera de juventud es un camino que combina liderazgo, compromiso y vocación de servicio. El proceso comienza con la inscripción de candidaturas ante la Registraduría Nacional, donde los jóvenes pueden participar de tres maneras:
- A través de partidos o movimientos políticos, que avalan listas juveniles.
- Desde procesos y prácticas organizativas de juventud, como colectivos sociales, culturales o ambientales.
- De forma independiente, con listas conformadas por jóvenes que no pertenecen a partidos ni organizaciones.
Después de la inscripción, se desarrollan las campañas, los debates y finalmente la jornada electoral. Los elegidos asumen el rol de consejeros por un periodo de cuatro años, durante el cual representan los intereses de la juventud en su municipio o localidad.
Ser consejero implica mucho más que tener un título: es asumir un compromiso ético y ciudadano. Estos jóvenes participan en la formulación de políticas públicas, en los planes de desarrollo territorial y en los espacios de concertación entre Estado y sociedad civil.
La legitimidad de su labor radica en que fueron elegidos por voto popular. Eso les da la autoridad para hablar en nombre de sus comunidades y exigir que la juventud sea escuchada. Muchos de ellos, además, se convierten en líderes visibles que inspiran a otros a participar.
Su labor diaria es voluntaria, pero su impacto es tangible. Gracias a los CMJ, hoy hay más jóvenes involucrados en procesos de planeación, presupuestos participativos y programas de bienestar. Es un ejemplo claro de cómo el liderazgo puede convertirse en servicio y la participación en transformación.




