Buenavista: el municipio boyacense donde la memoria ancestral, la educación y el territorio escriben una misma historia

En el corazón de Boyacá existe un municipio pequeño, pero con una riqueza tan profunda que ha empezado a llamar la atención del país. Se trata de Buenavista, una tierra que combina memoria ancestral, proyectos educativos innovadores, patrimonio paleontológico, talento artístico y una comunidad que se reconoce a sí misma a través del territorio.

Aunque su tamaño puede engañar, sus montañas, veredas, quebradas y tradiciones cuentan una historia que atraviesa miles de años: desde las culturas Muisca y Musocolima, pasando por los antiguos mares que dejaron fósiles en sus suelos, hasta los proyectos contemporáneos donde estudiantes, docentes y artistas locales trabajan para preservar lo que hace único a este lugar.

Una tierra que inspira música, identidad y pertenencia

La historia reciente de Buenavista está marcada por la voz de sus propios habitantes. En el templo San Pedro Apóstol —un punto de encuentro espiritual y comunitario— nació una de las expresiones musicales más entrañables del municipio.

Allí, un músico local que empezó a cantar a los siete años creó Huachipá, una canción inspirada en la fuerza del trabajo, la bondad y la fertilidad del suelo, y cuyo nombre retoma el topónimo ancestral que significa “lugar poblado”. Su melodía viaja por las veredas, los cultivos y las montañas, recordando a los habitantes que su territorio está vivo en cada detalle.

Para muchos jóvenes, la música y las artes se han convertido en un camino para contar la historia de su tierra. Ese es el caso del proyecto Huachipá Ancestral, un cómic creado por estudiantes y un docente de artes que retrata escenas del patrimonio prehispánico del municipio: petroglifos, mitos, la roca madre, la guaquería y los relatos sobre la conquista.
A través del dibujo, los jóvenes han encontrado un puente entre la tradición y la imaginación, uniendo su identidad con una narrativa contemporánea.

Un museo creado por estudiantes: cuando la naturaleza se convierte en aula

Quizás uno de los capítulos más fascinantes de Buenavista es el origen de Fosilandia, un proyecto escolar que comenzó hace 13 años y hoy se ha convertido en el museo paleontológico del municipio.

Todo empezó con piezas fósiles que los habitantes encontraban en quebradas y veredas. Muchos de esos restos —aletas de peces, moluscos como las amonitas, rocas con huellas de organismos marinos— estaban guardados sin criterio o incluso decorando jardines. Con el tiempo, docentes y estudiantes asumieron la tarea de recuperarlos, clasificarlos y exponerlos para que la comunidad entendiera su valor científico.

Los fósiles hallados confirman que hace cerca de 100 millones de años esta región estaba cubierta por el mar. Con la elevación de los Andes, el territorio emergió y quedó impregnado de rastros de vida marina. Ese registro geológico hoy se estudia, se conserva y se comparte con visitantes que llegan al municipio.

Los estudiantes no solo aprenden sobre fósiles: también investigan enfermedades como el “mal de pirita”, que deteriora las piezas, y participan en la construcción de fichas técnicas de registro avaladas por entidades científicas del país.

El colegio que se volvió destino turístico

La Institución Educativa José María Silva Salazar, que agrupa 16 sedes rurales, se ha convertido en un laboratorio vivo de aprendizaje. Allí nació el proyecto CAT (Colegios Amigos del Turismo), que busca fortalecer la identidad local, promover la conservación del patrimonio y convertir el colegio en un espacio turístico propio.

La comunidad educativa ha creado tres rutas de aprendizaje:

  • Ruta de patrimonio paleontológico
    Con fósiles reales y explicaciones geológicas del territorio.

  • Ruta arqueológica
    Que recorre los lugares donde se hallan vestigios de culturas indígenas.

  • Ruta de patrimonio natural
    Que muestra la riqueza ecológica, los paisajes y la biodiversidad del municipio.

El objetivo es claro: que los estudiantes conozcan su territorio, lo protejan y vean en él una oportunidad de desarrollo económico y cultural. Incluso reciben capacitaciones del sector turismo para entender cómo las tradiciones, el entorno y la educación pueden convertirse en proyectos sostenibles.

Un territorio de leyendas, montañas y memorias vivas

Buenavista no solo encanta por su geografía. Sus habitantes mantienen vivas leyendas muy antiguas, como la que asegura que, durante la Semana Santa, una iglesia de oro emerge en el cerro Capacapí, y que a medianoche se ven destellos que serían las huacas indígenas protegiendo el territorio.

El cerro, símbolo del municipio, ha inspirado asociaciones locales, poemas, canciones y sentido de pertenencia. Su presencia domina el paisaje y se ha convertido en un referente espiritual y cultural.

Las quebradas, la fertilidad del suelo, las diferentes temperaturas entre veredas y los productos agrícolas —café, arándanos, gulupa y frutas diversas— completan el retrato de una región que vive del campo, pero también de su memoria.

La danza como lazo generacional

La danza es otra de las expresiones culturales que mantiene unida a la comunidad. Adultos mayores, jóvenes y niños se encuentran para practicar diferentes ritmos tradicionales, ejercitarse y fortalecer los lazos sociales. Para muchos, bailar es una forma de recordar su historia y honrar las tradiciones heredadas.

Las administraciones locales han apoyado durante décadas estos procesos, permitiendo que la danza no sea solo un espectáculo, sino una herramienta de salud, convivencia y identidad.

Buenavista: un territorio que se cuenta a sí mismo

El municipio demuestra que el patrimonio no se conserva desde la distancia, sino desde el vínculo profundo entre la comunidad y su historia. Las rutas, el museo, las artes, la música, las leyendas y los proyectos educativos han dejado claro que la riqueza de Buenavista no está solo en sus montañas, sino en su gente.

Una comunidad que entiende que preservar el pasado es el camino para construir su futuro.

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