El llano: la memoria del ayer y el tejido del hoy

Foto: Laberinto Producciones.

Es solo cuestión de minutos enamorarse del Llano. Está ubicado al este del país y sus vecinos son Venezuela, la Amazonía y la región andina. El río Orinoco delimita la región, pareciera que quisiese abrazarla y rodearla con la historia que guarda en sus profundidades.

Desde 1850 ha sido reconocida como una de las regiones más fértiles gracias a su ubicación geográfica, pero en especial por la ganadería: fue ella la que permitió que se construyeran rutas de transporte hacia el interior y generó un desarrollo impresionante en la economía y cultura del país. 

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Trabajador, vaquero por excelencia, ancestral y berraco: así se define a un llanero. Están embebidos por la música, las leyendas, el trabajo y un modo de vida arraigado al amor por la tierra y por sus costumbres principales: el joropo y la música de arpa. Llanero que se respete es un parrandero empedernido, allí radica la importancia de los hatos, lugares de encuentro para realizar fiestas, espacios para compartir y encontrarse con el otro.

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Para la persona llanera el joropo, y la música en sí misma, significa la representación de su cultura, ser y forma de vivir y pensar: es una expresión cultural que habla del trabajo y sus quehaceres diarios de una manera tan oral, que se ha distinguido por encima de las demás culturas presentes a lo largo del territorio nacional.

Una mirada al pasado

La Guerra Civil tuvo a los Llanos como centro y escenario de operaciones, pero ese no fue impedimento para que la partida de 6000 personas evitara que llegaran 16000 nuevas que huían de otras partes de Colombia.El Llano se presentaba como un lugar fértil donde el uso de la tierra podría abrir la posibilidad de pensar en un futuro. La esperanza de una nueva vida empezaba a grabarse en los corazones de las familias que allí llegaban.

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Pronto el Llano se expandió de tal forma que para el año de 1972 el Meta era la región de crecimiento más rápido en el país. Se descubrió la posibilidad de uso de campos petrolíferos explotables y aumentó el cultivo comercial de arroz. La expansión fue inminente, tanto así que la Constitución de 1991 declaró a Casanare, Arauca y Vichada como territorios de población en auge. 

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La primera ola de violencia no fue la única de la que esta región fue protagonista, también estuvieron en la Revolución de los Comuneros (1780), la Guerra de Independencia, la Guerra de los Mil Días (1899-1903), la Revolución en Marcha del entonces presidente Alfonso López Pumarejo, y más recientemente el conflicto armado y narcotráfico.

A pesar de que muchos los espacios que rodearon al Llano, la comunidad se mantuvo dentro de sus pasiones culturales y se convirtió en un lugar de resiliencia y superación económica. 

Imaginarios que abrazan al llanero

Parte de las creencias que tenemos en territorios centrales, tales como las capitales, nos llevan a lugares comunes para pensar en la capital ganadera y artística. Uno de esos imaginarios es el vaquero romántico, José María Sámper describía al Llano así:

"El llanero… es un tipo de opera cómica por excelencia, en el cual se alían lo heroico y pastoral, lo dramático y eminentemente cómico, formando el conjunto más original. Pastor de inmensos y libres rebaños, jinete, toreador y nadador insigne, soldado fabuloso de caballería, poeta de las pampas y de las pasiones candorosamente salvajes, artista galante a su modo, fanfarrón y chistoso; ¡el Llanero es el lazo de unión entre la civilización y la barbarie… entre la sociedad con todas sus trabas convencionales, más o menos artificiales, y la soledad imponente de los desiertos, donde solo impera la naturaleza con su inmortal grandeza y su solemne majestad!.

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Además de ser un espacio de lo poético y de la romantización de las personas que lo habitan, está persé la creencia de que la tierra llanera es sinónimo de vida y progreso, en un tiempo se consideró como “El futuro de Colombia”, una frase que condenó -en excelente medida- a una región que hoy día hace parte del motor principal económico del país.

El petróleo, en Caño Limón, fue uno de los descubrimientos más magníficos de todos. En 1980 se encontraron yacimientos nuevos en Casanare y Meta, convirtiendo al Llano en uno de los campos petrolíferos más ricos de Colombia. 

La tierra pareció convertirse en un personaje vivo y que palpitaba en los imaginarios nacionales, no solo se trataba de fertilidad y futuro, sino también de un lugar denominado “la zona devoradora de hombres”, viajar al Llano era una aventura de la que no se podía escapar y, tal vez, llegar sin vida.

Se convirtió en una leyenda que vivía y respiraba del miedo pues la época del conflicto armado convirtió el Llano en una zona estratégica para operar la violencia en sí misma: allí contraatacaba el ejército colombiano. 

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Una mirada al ahora 

Cuando pensamos en el Llano nos sumimos en un recuerdo melancólico de lo cultural, es decir, si nos preguntamos por su historia y origen nos remitimos a los datos sobre la historia de Colombia que tenemos, o nos sentamos a pensar en el joropo y en el sonido envolvente del arpa.

Pensamos en la música y en cómo hace parte de un patrimonio inmaterial que prevalece y del que aún podemos alzar la mano en clase y gritar “¡Esto es Colombia!”, así como cuando nos preguntan por la cumbia y su baile, lo reconocemos pero no lo abrazamos como parte de nuestras orígenes. 

Las generaciones actuales han decidido encaminar muchas de sus conversaciones con la cultura a áreas más tecnológicas, y no es de extrañar que eso haya sucedido después de que los episodios violentos del Llano hayan traído diversidad de otras zonas del país. No se trataba de una pureza cultural, sino de la unión de esos hilos diferenciales que construían una nueva cosmovisión llanera.

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Pregúntale a un joven llanero cuáles son los instrumentos típicos de la región, y es solo el 20% conocedor de ello. Muy a pesar de ello, las generaciones actuales han logrado comulgar con las tradiciones y disfrutan considerablemente de la gastronomía, el joropo y trajes típicos.

En cambio, por la era global en la que vivimos, el deporte típico que es el coleo, es de los temas que menos comparten y buscan reproducir las nuevas generaciones. Independientemente de todo, la música ha sido una de las áreas que más fuerza toma día a día, pero desde una mirada de fusión. 

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No se trata de que la tradición se “haya perdido”, sino de que las dinámicas y exigencias del abanico musical global le abren la invitación a los jóvenes a que jueguen con creaciones y fusiones instrumentales. Miguel Ángel Martín y Arnulfo Briceño vibran en el alma tradicional llanera, pero el rock un día decidió tocar a la puerta para quedarse; de ahí nació Chimó Psicodélico, un grupo que le apuesta a los sonidos como una forma de representar la templanza y pujanza del hombre llanero. Otra mirada, otra apuesta, otra forma de ver la riqueza cultural. 

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Allá, a lo lejos, se escucha el canto de hombres que hacen eco desde el paisaje del llano para arrear al ganado para que este se sobrecoja en el amor; también a aquel que le canta una canción suave a las vacas para ordeñar y calmarlas ante el estrés de lo que parece natural e, incluso, aquel que le canta a sus animales durante la noche para que el descanso arrope unos ojos que parecen cerrarse del cansancio del día.

Allá, a lo lejos, se escucha el susurro de voces que se apagan y que buscan encenderse de nuevo con quienes llegan para quedarse, mutar y transformar. Allá, a lo lejos, se puede escuchar el corazón de nuestros Llanos orientales.

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