Nátaly Londoño Laura
27 Feb 2020 6:57 AM
Foto: Diana Arias.
La encontré en la cafetería de RTVC: con una camisa de flores a la que se le abrieron dos botones a la altura del torso, de jean y saco negro, y tenis blancos. Tiene el cabello color rubio avellana recogido en cola y su tez clarísima hacía juego con la luz pálida de Bogotá mientras sus ojos miel, permanecen en silencio:
—¿Prefieres terminar antes de que nos sentemos a conversar? —Le pregunto.
—No. Qué pena contigo, ¿te molesta si vamos hablando y voy desayunando? Es que venía de otra entrevista y como salí tan temprano de la casa, no tuve tiempo de comer.
—Claro. No hay probema. —Digo mientras me distraía con su café y su arepa de queso saboreados no más de un par de veces.
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Empecé a estudiar Publicidad en la Universidad Javeriana, pero en el 2006 decido irme a Buenos Aires, a la Universidad de Palermo, a teminar el pregrado porque sé que el auge de la carrera está allá: en ese momemento se estaban llevabando todos los premios de todos los festivales a los que iban. Cuando llegué había unos referentes que, ufff, pero también me estrellé un poquito con el tema porque la academia es muy diferente a la colombiana, y al final uno se da cuenta de que la publicidad argentina es muy buena porque la hacen argentinos para argentinos, o sea, no es una ciencia exacta que se pueda ir, estudiar y aplicar en cualquier parte, no, sin embargo es un país maravilloso y fui muy feliz allá y aprendí un montón de cosas, además me vinculé mucho al mundo del cine… Después hice una especialización en Redacción Publicitaria, y después, empecé a estudiar psicología, pero me di cuenta de que no era lo mío y me regresé.
—¿En qué año vuelves a Bogotá?
—En 2010. —Me responde sosteniendo el café con su mano izquierda sobre el aire, a escasos milimetros de la mesa.
—¿Y qué pasa cuando vuelves?
—Estando acá me encuentro en una crisis post-graduación de no saber qué hacer, me reúno con mis dos mejores amigos del colegio y armamos una fundación para apoyar la gestión cultural en Bogotá. Uno de ellos había estudiado Historia y el otro Artes Visuales, así que nos encontramos en muchos intereses y gustos personales y decicidimos que estaba bueno trabajar del lado de la producción, en música especialmente, y nos vinculamos a otros colectivos que estaban haciendo lo mismo para aprender a ser gestores, y es ahí donde me enamoro de la gestión y es ahí donde me defino como gestora… y bueno, realmente nos fue muy bien en ese proceso —me cuenta con una voz aguda y grave al mismo tiempo, sin probar un sorbo de algo, un bocado de algo, como si de repente las preguntas la hubieran desarmado y como si volver atrás le recordara lo feliz que ha sido, entonces sus ojos, por fin, me hablan—. Sin embargo, el tema del cine y el tema político siempre me apasionaron un montón y, en el 2012, me encuentro con otro muy buen amigo, Edwin Díaz, que me lleva con él a producir una película, así que tengo la oportunidad de conectarme más con la industria cinematográfica y abandono un poco el tema en el que venía porque eso nuevo que estaba viviendo me divertía más.
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Esa primera película era una adaptación de la obra de teatro homónima ‘Lesbianas’, que cuando llegó a sus manos ya tenía adelantado un libreto, un proceso actoral que los llevó a los dos, antes que nada, a crear la productora Impulsos Films.
—¿Qué pasó con esa película?
—A la larga arrancó, pero no terminó, pero tiene algo bonito y es que, a partir de esa vinculación, empiezan a aparecer escenarios cinematográficos en mi vida, digamos, se mezcla todo ese amor por la gestión cultural y toda la experiencia que había recibido de parte de la música, con el cine y con un tema político, en un día cualquiera: ¡Boom!, digo, ¿por qué no hacemos un festival de cine?
—Listo. Un festival de cine: ¿por qué que la espoleta fueran los derechos humanos?
—Por interés personal. Siempre me gustó mucho la política y hablar de derechos humanos de alguna manera es un acto político, aunque al festival lo alejamos por completo de las banderas políticas, y aunque en un principio lo pensáramos como un festival de cine social porque nos dimos cuenta de que en el país había muy pocos espacios para mostrar trabajos enfocados a este tema, al final, creo, lo supimos enfocar.
Películas que se han proyectado en el festival: 'El síndrome del vinagre'.
Foto: Facebook Oficial Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos Colombia.
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Un festival para proyectar esas películas que usualmente no tienen un espacio comercial, esas de contenido comunitario, colectivo:
Nos referíamos a documentales que hablaban de historias de violación, que denunciaban maltrato, corrupción, y un montón de cosas más, y todo eso empezó a enmarcar la idea de lo que queríamos hacer. Sabíamos que en Colombia por lo menos no había películas al respecto ni espacios de reflexión para profundizar esos conceptos, y ahí nos dimos cuenta de que el eje principal eran los derechos humanos y nos pareció muy positivo y propositivo, es decir, pasamos de un festival de cine social a un festival de denuncia… bueno no… sí.
—¿Cómo armaron el Festival?
—Hicimos la convocatoria en un Word Press gratuito y nos sorprendió mucho, mucho, mucho —sus ojos han empezado a sonreír— que en pocos meses nos llegaron más de 400 películas. De esas 400, 10 o 20 tenían un mensaje más claro, más propositivo, que se encausaban hacia una emoción más fuerte, más tenaz, y de ahí en adelante toda la curaduría se enmarca en contar ese tipo de historias, en proponer a los personajes que allí aparecían. Recuerdo que solo habíamos pensado en dos categorías: Documental y Cortometraje, y cuando nos llegaron 400 obras de más de 30 países, dijimos: “Bueno, aquí hay algo, hay potencial, claramente la gente está produciendo contenido empírico que hay que mostrar”.
—¿Y ahí qué hacen?
—Aprender. Hemos aprendido y seguimos aprendiendo, cagándola mucho, la verdad, aunque cada vez menos. Y empezamos a buscar aliados porque los necesitábamos: ya teníamos el material, ya teníamos un foco, ya teníamos un sentido del festival, necesitábamos espacios, comunicación y público, y como teníamos contenido de formación, teníamos un taller que dar. Así que fuimos a tocar puertas: la del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, les encantó la idea; la del Archivo de Bogotá, les encantó la idea; la de la Alcaldía, y nos abrieron otros sitios: auditorios, bibliotecas. Es decir, empezamos a ser contagios y a emocionar a la gente. Tuvimos una asistencia de 120 personas, pero hoy nos visitan 11 mil: tuvimos un crecimiento demostrable y no solo en público, también en pantallas porque ya no solo se trata de Bogotá, también se trata de Medellín, de Cartagena, Barranquilla y Pereira.
Películas que se han proyectado en el festival: 'La mujer de los 7 nombres'.
Foto: Facebook Oficial Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos Colombia.
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¿Cuál es el fin del Festival? Demostrar que, desde cualquier lugar del mundo, incluso en las condiciones más difíciles, un ser humano puede cambiar la historia de su comunidad o de su propia vida.
—¿Tienes alguna anécdota a la que recurras una y otra vez? —Le digo a Diana sin saber que esa pregunta le haría volver los ojos dos espejos de agua, pero siendo consciente de que después de 50 minutos de conversación, su desayuno permanece intacto: en el aire y completo.
—Tengo una de esa primera edición, precisamente: unos chicos nos enviaron una copia bastante mala de un documental que hicieron, trataba de una denuncia paramilitar, se notaba que había sido con cámaras no de cine y demás, a través de los campesinos, era un documental bien bonito. Ellos nos mandaron la copia y nosotros la proyectamos, y a los pocos meses, nos llaman los realizadores a decirnos que, por favor, si tenemos la copia se las demos porque los paramilitares les habían robado los equipos, les habían acabado con todo el material y lo único que quedaba era lo que nosotros teníamos…
—Y, más allá de la anécdota, ¿esa historia que significó para ustedes?
—Que pasan cosas muy fuertes alrededor de los territorios donde no teníamos ni idea que ocurrían muchas cosas o que sí sabíamos, pero no sabíamos cómo, entonces empezamos a entender el conflicto desde otro punto de vista porque los directores y los personajes que están allí se encargan de contarnos las cosas de otra manera: no es lo mismo dar una noticia en un minuto que tener la posibilidad de ver en pantalla la historia de alguien durante media hora o una hora… porque nos volvemos conscientes de que hay muchos más formatos para esas historias de violencia: ficción, comedia, animación…
—¿Entonces es difícil la curaduría?
—Es de los procesos más complicados y más largos y más dolorosos porque no son películas fáciles, o sea no son como las películas de Disney con las que te puedes sentar a comer palomitas mientras las vez y ya, no, son películas muy duras con las que te toca apagar el televisor, darte una vuelta y retomar después, porque, a veces, —habla tomándose una pausa larga para hilar lo que quiere decir— son contenidos muy fuertes… y es muy depresivo… porque también es darse cuenta de que el mundo sigue siendo una mierda… hasta que te encuentras una peli que te cambia todas las perspectivas y dices: ‘Ahh, esta me da esperanza’, y nada. Es esa selección.
Películas que se han proyectado en el festival: 'Dad is Pretty'.
Foto: Facebook Oficial Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos Colombia.
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La cultura es lo último que está en el presupuesto de cualquier entidad, nadie le da la importancia que tiene, porque que tiene un poder impresionante, entonces el hecho económico ha sido un estrés año tras año: de nuevo hay que salir a buscar y lograrlo, eso cansa, es decir, hacer el festival reamente agota… pero, cuando veo las salas llenas, me cargo; cuando salgo y escucho a un público que dice: “Muchas gracias por mostrarme esto porque de lo contrario nunca lo habría visto”; cuando llegan voluntarios que nos dicen: “No, este festival me cambió la vida, quiero seguir trabajando en esto, me encantan”. Todo eso motiva un montón, aunque trabajar por los derechos humanos en Colombia sea tan complicado, realmente complicado.
Y terminamos. Diana pone el café sobre la mesa, saborea la arepa, habla conmigo de otros temas, nos reímos. Se nos quiebra la voz. Se abotona la blusa. Se va.
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